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Los ríos no están vivos, como sugieren los que estiran las metáforas hasta romperlas, pero sí que se mueven. Lo normal cuando llueve mucho, como ... estos días, es que el suelo se empape hasta donde pueda y que escurra el sobrante. Ese agua resbala por donde le resulta más fácil y acaba juntándose en torrentes que se fusionan con otros. Estos, al unirse, van haciendo crecer a los ríos que nacen de surgencias, que son puntos por los cuales desborda el agua que se ha infiltrado en las montañas. El nacimiento del Pisuerga, en la Cueva del Cobre, en un buen ejemplo.
En España hay ríos que se alimentan de la lluvia, de la nieve o de ambos hidrometeoros. Los primeros, los de régimen pluvial, sufren estiajes considerables en cuanto deja de llover. Es el caso del Guadiana. Los ríos que viven únicamente de las nieves aguantan más, pero se limitan a los de alta montaña. Lo más habitual es que los ríos se nutran tanto de nieve como de lluvia.
El deshielo es un gran momento para estos ríos. Poco a poco, según se van fundiendo las nieves, la lámina de agua se eleva, a una velocidad que puede llegar a ser considerable. Muchas de las crecidas primaverales del Pisuerga tienen este origen. El Pisuerga entra bastante encajonado en Valladolid y no hay casi construcciones en sus márgenes cuando llega al centro, más allá de la caseta de El Catarro, pero luego se desborda más allá de la Isla del Palero. Cuando ya no puede más, la crecida migra aguas arriba. La del 2001 fue histórica, y no hace tanto de ella. El río ha cubierto muchas veces la playa y las antiguas piscinas Samoa, así como la Rosaleda, como sucedió en los marzos de 1955 y 1956.
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Los ríos se desbordan. Es normal, y ha sucedido siempre. Por eso los puentes romanos y medievales tienen muchos más pilares que los que solemos ver sumergidos, y por eso son fértiles las vegas, porque las inundaciones periódicas han ido dejando nutrientes y arcillas. Los ríos se han hecho a lo largo no de siglos, sino de millones de años, y su lugar natural es mucho más amplio que el pequeño cauce por donde discurren ahora. Las llanuras de inundación tienen ese nombre por algo: porque cada cierto tiempo, medido ya en décadas, no el millones de años, se anegan.
El mayor problema con las crecidas no es el cambio climático o la meteorología, sino la ordenación del territorio. En algunos sitios hemos construido por encima de nuestras posibilidades. Tenemos la mala costumbre de no hacer caso a las normativas y levantar casas donde no se debería. Ahí está el ejemplo de las cañadas, una ocupación de suelo público que también tiene su importancia, pero de menor impacto que la de los cauces: no hay ríos del ganado de la Mesta que reclamen su vía, pero no así con los ríos, cuya agua avanza por su espacio natural sin que nada la pare.
De niño me contaron que hacía relativamente poco, en 1962, el Pisuerga había inundado los sótanos del número dos de la plaza del Poniente, en cuya terraza pasé algunos de los mejores momentos de mi infancia oteando la ciudad, soñándola en todas las direcciones. El agua llegó hasta enfrente del Núñez de Arce, donde antes había una churrería, y me dijeron que hasta Correos. Y el Esgueva, antes de ser canalizado, también nos dejó crecidas históricas, como las de 1924 y 1936. Si lo canalizaron, fue por algo.
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