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Mujeres caminan en un día soleado después de una noche helada. Carlos Espeso
Las claves de los «días crujientes» en el invierno de Valladolid

Las claves de los «días crujientes» en el invierno de Valladolid

«Las herbáceas autóctonas quedan cubiertas por el hielo, lo que –contra toda intuición–, protege sus tejidos internos, y por ellos suenan cuando pisas los matojos almohadillados»

Viernes, 7 de marzo 2025, 19:36

Una de las glorias del clima de Valladolid son esos días de invierno en los que hace mucho frío de madrugada, ha caído una buena ... helada por la noche y el cielo está despejado, luminoso, azul, sin niebla. Son los «días crujientes», llamados así por el sonido que hace la escarcha cuando la pisas. En esos días se obtiene un placer especial en darse uno de esos paseos magníficos que permite la ciudad, como subir por la mañana temprano desde el centro a –por ejemplo– el suroeste, aprovechando el portentoso crecimiento del tejido urbano en esa dirección. Se puede caminar sobre la acera perlada de cristales de hielo, contemplar el césped helado enfrente de las Cortes de Castilla y León, pasar por el Monasterio de Prado hacia el Museo de la Ciencia y subir por el remonte hacia Parquesol; o, alternativamente, hacerlo poco a poco por la ladera del parque, dejando a un lado lo que una vez fueron cuevas –hoy cegadas– hasta llegar a una de las mejores vistas de la ciudad, la que se abre al sur y que en los días de anticiclón permite ver desde luego hasta Portillo y, si el aire está claro, mucho más allá. Esa llanura, cruzada morosa por el Pisuerga hacia su feliz encuentro con el Duero, es fértil gracias a cientos de siglos de depósitos de limos y arenas que, poco a poco, se han ido cubriendo de una materia orgánica que enriquece la vega.

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