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Un molino eólico en Barruelo del Valle. Rodrigo Jiménez

Activistas climáticos, el riesgo de convertirse en una amenaza mayor que el dióxido de carbono

El camino para solucionar el problema que hemos generado con las emisiones no pasa por desmantelar el capitalismo, sino por mejorarlo

Lunes, 22 de septiembre 2025, 20:01

Hay quienes dudan del calentamiento global y de su origen antropogénico. No lo ven como una conclusión científica, sino como una estrategia encubierta para desmantelar ... la economía de mercado, el sistema que más bienestar ha generado a más gente en toda la historia. Para ellos, el discurso del cambio climático y la defensa de la naturaleza no es más que un ataque camuflado, un caballo de Troya verde con un corazón rojo, como las sandías. Malician que detrás de estas ideas se esconde una agenda quintacolumnista que busca imponer un sistema de producción comunitario, dirigido desde arriba, en lugar de guiado por la mano invisible del mercado.

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No se les puede culpar del todo. Algunas ONGs y movimientos ecologistas parecen el brazo seglar de intereses autoritarios de corte religioso, un grupo de ingenuos útiles al servicio de quienes rechazan los valores de la Ilustración. El que cierta gente haya hecho bandera del cambio climático no debería llevarnos a negar que es un hecho científico sólido, además de un problema. Décadas de mediciones respaldan la teoría del cambio climático antropogénico, cuya causa mecánica es el aumento de gases que atrapan la radiación infrarroja emitida por la Tierra.

El camino para solucionar el problema que hemos generado con las emisiones no pasa por desmantelar el capitalismo, sino por mejorarlo. Soluciones como los mercados de carbono, los incentivos a las energías renovables y las innovaciones tecnológicas demuestran que es posible abordar el cambio climático sin renunciar a los beneficios de un sistema económico para el que no existe alternativa viable. Algunas de las propuestas de los activistas -presentadas como soluciones técnicas- son en realidad ideas políticas que parecen querer minar los pilares del mercado libre: la propiedad privada, la libertad individual y la competencia. Fijaciones como la aversión al coche particular en España no solo son inútiles para proteger a la naturaleza, sino que promueven unos controles sobre la población que históricamente han generado ineficiencia y estancamiento económico. Ciertas utopías van más allá y traslucen unos ramalazos autoritarios alarmantes: restringir la libertad de expresión, de cátedra y de información; debilitar la separación de poderes, la presunción de inocencia, la libertad de movimiento y la igualdad ante la ley; y, en última instancia, acabar con un sistema basado en el estado de derecho, persiguiendo a quienes disientan. Si siguen por esta senda, estos activistas podrían convertirse en una amenaza mayor para el bienestar humano que el propio dióxido de carbono.

La economía de mercado ha demostrado ser la mejor herramienta para enfrentar los desafíos ambientales sin sacrificar el crecimiento. No debemos olvidar que la libertad y el bienestar que sustentan al capitalismo dependen de un medio ambiente sano, un principio que también debe aplicarse a las estructuras políticas y sociales nacidas de la revolución liberal del siglo XIX. Proteger la naturaleza no implica poner trabas al crecimiento, sino cuidar el ambiente en el que se desenvuelven los intercambios económicos para que aumente la productividad.

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Innovaciones como la energía solar y eólica han reducido al mismo tiempo costes y emisiones. Los mercados de carbono incentivan la reducción de emisiones sin recurrir a regulaciones asfixiantes. La mano invisible del mercado, donde los precios reflejan la oferta y la demanda, fomenta soluciones creativas y eficientes, muy superiores a los planes dirigidos desde arriba siempre siempre que se permita al mercado operar con libertad.

Aún así, hay quienes creen que el capitalismo es el problema y que unos buenos planes quinquenales lo solucionarían todo. Y es que en cada generación surge un grupo de personas convencidas de que el comunismo no funcionó porque no lo dirigieron ellos. No se dan cuenta de que incluso los chinos han abandonado la socialización de los medios de producción en favor de un capitalismo autoritario, una variante del sistema que, por cierto, parece perfilarse como la dominante en este extraño siglo XXI.

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