Al revés
«Nacimiento, locura y bisexualidad conforman las tres columnas del momento que el Sansón de la modernidad intenta enderezar a tiempo»
No es infrecuente que entendamos las cosas al revés. A veces creemos que nos están criticando o menospreciando cuando resulta que somos objeto de lisonjas ... insospechadas. Este error se hace comprensible si pensamos en la inseguridad que entraña despertarnos por primera vez en brazos de una señora desconocida que nos amamanta. Y se vuelve muy evidente, y con tintes de paranoia, cuando comparece en escena alguien más, un tercero llamado papá, que bruscamente nos aparta y nos deja sin teta ni nada.
Pero en muchos casos no se trata solo de pequeñas confusiones que atribuimos tranquilamente a la inmadurez o la incertidumbre, sino de una disposición errática y patas arriba de principios básicos, creencias y axiomas vitales sobre los que levitamos cómodamente.
Véase, por ejemplo, el hecho pintoresco de la muerte, al que atribuimos la vicisitud más misteriosa de la vida, capaz de embargarnos a diario de miedo e inquietud. Pocos temores nos atormentan como este, que nos deslumbra con el resplandor del vacío o nos amenaza con un juicio final del que no nos fiamos. Y, sin embargo, lo sostenemos del revés, aunque por su aparente normalidad nos parezca bien orientado y de pie. Y digo esto porque, si se piensa a fondo, lo realmente terrible es haber nacido y no la obligación de despedirse de la vida en el último instante. De dónde venimos, por qué y para qué, son las preguntas más insondables que conocemos. Recordemos que san Agustín no definió a los hombres como mortales, al modo de los paganos, sino como natales. Hay más secreto en el nacimiento que en el fallecimiento. El segundo es aciago, pero el primero es turbulento.
Noticias relacionadas
Otra idea que se invierte con facilidad es la que adjudica a cada uno un sexo predeterminado y binario, o el uno o el otro, como si viniera así de fábrica o naciera espontáneamente por influjo innato. Hoy asistimos a una rebelión contra esta forma de sentir y pensar, a la que se considera equivocada e hija de una desviación patriarcal que ahora empieza a debilitarse por primera vez en la historia de la humanidad. Durante siglos hemos vivido del revés, confiando que la naturaleza se bastaba por sí sola para reconocernos hombre o mujer, homo o heterosexual.
Las nuevas generaciones, siguiendo el paso de solitarios precursores, están intentando recolocar las cosas en su lugar. Lamentan que, por fallos culturales previos, hoy no puedan participar del placer de los cuerpos de media población, que les está negado a fuerza de ascos y restricciones sin cuento. Los no bisexuales tienen ante sí un escenario reducido, donde la mitad de las personas quedan fuera de su gusto erótico por no se sabe qué complejo nuclear. Foucault defendió en su momento que no hay un deseo específicamente homosexual sino un deseo de ser homosexual que debe de ser estimulado, pero hoy esta ambición se ha quedado corta. Ser bisexual, en cambio, se postula como la gran utopía universal, como garantía de igualdad y libertad, a la espera, siempre pendiente, de que la mayor gama de placeres despierte la fraternidad.
Del mismo modo, también solemos entender la locura del revés. En vez de ver en ella una disidencia rebelde y, la más de las veces, oportuna, se intenta reducirla a una enfermedad a la que se encierra y narcotiza. Pero, se diga lo que se diga, la locura no es enfermedad ni hay diagnóstico que la cubra. Es simplemente una alternativa a la normalidad, puesta del derecho y libremente sostenida. Lo que nos identifica y resume es que todos nacemos locos y algunos, no sé si desgraciada o felizmente, lo siguen siendo durante toda la vida. O esto escribió Samuel Beckett en una inspirada ocasión. No se cae en la locura sino que no se sale de ella.
Resumiendo: nacimiento, locura y bisexualidad conforman las tres columnas del momento que el Sansón de la modernidad intenta enderezar a tiempo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión