Masas virtuales
Las multitudes más peligrosas ya no se agrupan en fiestas y celebraciones presenciales, sino que lo hacen en las pantallas bajo el dictado apabullante de los algoritmos y de quienes los manejan ocultamente
El feo asunto de las masas, que preocupó sobremanera a los intelectuales europeos a principios del pasado siglo –Ortega, Freud, Reich, Canetti–, hoy vuelve con ... otra estampa pero anunciando un mismo riesgo: el contumaz fascismo. Cien años después, las mismas características del hombre-masa que condujeron al totalitarismo, se reproducen en el seno de las redes digitales, donde más que la verdad cuenta el número de seguidores y la consecución de resultados virales. Las multitudes más peligrosas ya no se agrupan en fiestas y celebraciones presenciales, sino que lo hacen en las pantallas bajo el dictado apabullante de los algoritmos y de quienes los manejan ocultamente, pues no hace falta ser muy paranoico para sentirse manipulado por fondos, mercados e inversores despiadados.
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A la búsqueda del ansiado reconocimiento de los demás y de la necesaria pertenencia a un grupo, que es un requisito natural para evitar la soledad, los ciudadanos siguen la pista de los influidores y se rodean de líderes de pacotilla y artificiales. Apelan a tantos y tan variados cabecillas, que para compensar el confuso tejemaneje que generan y el vértigo de imágenes que inducen, se someten con gusto a un dictador de carne y hueso que, pese a ser un abyecto chisgarabís, les guía con pompa y despotismo suficiente.
Se ha dicho que las personas, pese a los agasajos cercanos del amor y la amistad que nos acercan unos a los otros, se comportan como un puerco espín que interpone un escudo de espinas por medio. Sin embargo, para equilibrar la soledad y no caer en el en la indefensión y el desvalimiento, aceptan juntarse con desconocidos en las redes si se trata de fundirse en una masa donde moverse al unísono, ya sea acatando órdenes o siguiendo las directrices dictadas por el temor o el capricho.
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Las masas sonambúlicas que se congregan a través de las pantallas, no se mueven guiadas por la razón sino encarriladas por la imitación y el contagio más intrascendentes. No necesitan pensar en nada, ni conocer el pasado ni aventurar el futuro. Carecen de historia. Sencillamente, repiten. Se comportan como si en ese círculo presentista siguieran al pie de la letra la recomendación de Tucídides, quien no quería maestros de la memoria sino del olvido. Es cierto que a veces es más recomendable olvidar que recordar, como también lo puede ser el no oír, no ver y no hablar, pero son las excepciones. Pero Tucídides fue un gran historiador y se resistía oportunamente contra los abusos del recuerdo, mientras que los hombres-masa virtuales se desentienden frívolamente de la historia y viven en un resistente olvido. Han cedido la memoria a los dispositivos electrónicos, mientras naufragan dando muestras de depresión y de torpeza.
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