Ética y traición
«Por muy robustos que sean los afectos y muy consistentes las identificaciones con los padres, llegados a cierto momento crítico, imposible de predecir o pronosticar, hay que escapar de ese cascarón»
En una ocasión, ya lejana, Gianni Vattimo propuso que no había ética posible sin una familia a la que traicionar. La lógica de la frase ... es muy característica de este filósofo italiano, tan sólido como ingrávido. Encaja bien en un antiguo seminarista que cree en Dios, pero no cree en la Iglesia. Y aún casa mejor en quien, proviniendo de una familia religiosa y conservadora, fue uno de los primeros intelectuales italianos en reconocerse públicamente homosexual. Y, por si fuera poco, armoniza perfectamente con la confesión de saberse cristiano precisamente por ser homosexual, y no a pesar de ello. Como se ve, Vattimo no era un pensador convencional. Defendió un «pensamiento débil», de gran contundencia frente a los dogmas, que a veces fue mal entendido por aquellos que veían con malos ojos la inquietante filosofía del pensador turinés. Interpretaban la «debilidad» como una mezcla de blandura y flojera consecuente con su persona, no como una crítica radical de las certezas, siempre ciegas a su modo de ver.
En cualquier caso, lo que ahora reclama nuestra atención, en primer lugar, es el maridaje de los valores éticos con el entramado familiar. Las normas inaugurales, las prohibiciones y castigos, los imponen los padres, y resulta poco conveniente, si se aspira a vivir tranquilo, echarlos en saco roto y no seguirlos. La educación es una doma de las pasiones que tiene en la disciplina su peso principal, y en la tolerancia su imprescindible contrapeso, aunque esta palabra, tolerar, es demasiado ambigua y se presta a todo tipo de trampas. De hecho, aunque predicamos tolerancia con la diversidad en general, ya sea de raza, sexo, religión o clase social, es difícil no aplaudir a la vez algunas formas de intransigencia, como la que en su momento propuso Azaña: «Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario, y en un país como este, enseñado a huir de la verdad, a transigir con la injusticia, a refrenar el libre examen y a soportar la opresión, ¿qué mejor sectarismo que el de seguir la secta de la verdad, de la justicia y del progreso social?». A veces, con tolerancia no conseguimos nada, salvo socavar la disciplina, que se desparrama y deja sin efecto su compromiso con el respeto, el buen carácter y la serenidad. La intolerancia, al fin y al cabo, también promueve grandes causas.
Noticias relacionadas
En un segundo momento, Vattimo propone la traición a la familia como garantía moral. La ética, viene a sugerirnos el filósofo «débil», necesita de un espíritu subversivo, rebelde e inconformista que le ayude a desembarazarse del modelo recibido. Del mismo modo que la primera obligación del preso es escapar, a poco que respete y ame la libertad, el primer deber del hijo es zafarse del yugo familiar. Por muy robustos que sean los afectos y muy consistentes las identificaciones con los padres, llegados a cierto momento crítico, imposible de predecir o pronosticar, hay que escapar de ese cascarón y procurarse un nuevo camino moral. Las razones que se creen eternas y se ufanan con su persistencia, a la postre son malas consejeras para las prácticas humanas, pues poco a poco se relajan, se acomodan y suscitan negligencia. Cicerón propuso unos criterios de seriedad republicana que despiertan una adhesión casi inmediata en cualquier persona: sentimiento del honor, dignidad viril, constancia, firmeza de espíritu, diligencia, sentido del deber. Pese a su inclinación sexista, por aquello de la dignidad «viril», propia de la época, el resto puede ser compartido sin reservas. Pero, si nos contentamos con atender a su valor universal y a su constancia a lo largo de la historia, pronto observamos que son simples enunciados formales de raíz estoica que no garantizan nada. Lo importante en nuestro tiempo es definir un nuevo sentido del honor, feminizar la virilidad, ridiculizar la constancia, relajar el espíritu, desacelerar la diligencia y mantener incólume, este sí, el sentido del deber. Porque el deber, dicho en abstracto, nunca se debe cambiar.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.