Los desastres que vendrán
«Ante el problema de las deficiencias energéticas de Europa, comprobamos –en cambio– que, como ya pasó en la crisis del 2008, emergen los peores demonios entre los países de la UE, haciéndose presentes los egoísmos nacionalistas»
En el reciente debate celebrado en el Senado de la nación entre el líder de la oposición y el presidente, el asunto de la crisis ... energética europea no podía faltar y, en efecto, ha sido uno de los temas que centró sus intervenciones sucesivas. Propuestas de diálogo por ambas partes y sendas acusaciones. Poca o ninguna alusión, sin embargo, al fondo del asunto: la necesidad de repensar Europa críticamente. Y vaya por delante, para evitar equívocos, que aquí no se va a poner en duda la pertinencia de apoyar a Ucrania ante su invasión por la Rusia de Putin. Ni el hecho de que la UE deba asumir los costos de esa ayuda incondicional, por onerosos que resulten. Ello debe estar fuera de la discusión.
Pero, cuando se habla de los desastres que vendrán, que habrá que «apretarse una vez más el cinturón», y vemos cómo los propios políticos se esmeran en irnos dando –gota a gota– malas noticias, debemos preguntarnos –también– en qué pensaban algunos líderes de la UE para llegar a la situación en que nos encontramos. Porque es absurdo que el modelo de progreso europeo estuviera basado en microchips y demás elementos tecnológicos producidos por China o en el gas ruso. ¿Cómo esperar que los posibles enemigos vayan a seguir indefinidamente proporcionándonos la luz, los aparatos tecnológicos como pantallas y equipos de sonido, tapas y bebidas de nuestra fiesta, sin plantearse dejarnos a oscuras, sin alimentos o tecnología hasta que puedan adueñarse del chiringuito?
Todo lo cual parece cosa casi incomprensible y una ocurrencia de locos. Pues, dada la importancia creciente en el mundo actual del suministro de la energía, no se termina de entender que no hubiera una política energética común y consensuada cuando sí que se fue consolidando la monetaria, territorial, comercial e industrial o agrícola.
Ante el problema de las deficiencias energéticas de Europa, comprobamos –en cambio– que, como ya pasó en la crisis del 2008, emergen los peores demonios entre los países de la UE, haciéndose presentes los egoísmos nacionalistas. No se piensa en lo que convendría a Europa en su conjunto, sino en lo que interesa a Francia, Alemania o cualquier otra nación por separado. Se ha pasado de una fase en que las grandes corporaciones del ramo se encargaban de que los gobiernos dictaran o mantuvieran leyes favorables a sus intereses, a otro momento en que los mismos gobiernos se acuerdan de las naciones que regentan para situar su provecho por encima de todo. Tal es la nueva arma que Rusia está empleando contra Europa, aunque se trate de una vieja guerra, ya que hace siglos que los conflictos bélicos surgen en torno a la disputa por controlar las fuentes de energía.
Putin amenaza con cerrar el grifo del gas y del petróleo en que habían fiado su confort los ricos países del centro del antiguo continente; y advierte que el suministro de grano que viene de Ucrania también será supervisado por Rusia, pudiendo impedirse desde esta nación, según convenga, que aquel siga satisfaciendo las necesidades o urgencias de la población mundial. Se trata, pues, de devolver a la UE la presión que esta aplica –con sus sanciones y medidas restrictivas– sobre los ciudadanos rusos, evidenciando la vulnerabilidad de Europa. Y es que la Unión se asemeja a un coche de lujo cuyo motor funcionara con gasolina rusa y fuera conducido por chóferes arrogantes que comieran canapés hechos de trigo ucraniano con permiso de Putin.
Ministros y ministras invocan, mientras, la solidaridad entre países 'hermanos' para ayudarse a superar el mal trago de la carestía de materias básicas que ya se empieza a apreciar. No obstante, de solidaridad transnacional los europeos suelen proporcionar escasos ejemplos cuando las cosas se complican. Más bien impera un clima de 'sálvese quien pueda', visto en otras muchas ocasiones antes. Y se precisa que la UE se muestre, sí, solidaria, pero –no menos que ello– fuerte y generosa de verdad con quienes participan de una idea ambiciosa de Europa como la principal valedora de la democracia y la libertad. Si no es capaz de hacerlo, se habrá traicionado a sí misma como realidad y como proyecto.
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