«Lo que menos me gustó de Twitter no fue tanto el que te insultaran. Era la sensación de que terminaba escribiendo para gustar a ... una serie de gente con la que hablaba, buscando su confirmación y su aprecio. Entre eso y que me di cuenta de que era un coladero de tiempo increíble, decidí dejarlo. Creo que es una liberación. Creo que Twitter está sobrevalorado. Y además es una herramienta un poco perezosa para el periodismo porque te terminas conformando con la visión de la realidad que te llega por Twitter. Y yo cada vez estoy más convencido de que es muy parcial, de que tú no puedes conocer un país a través de lo que dice Twitter. Es como creer que conoces Estados Unidos por ver las películas de Woody Allen. No, conoces al urbanita de la costa este». Este entrecomillado es del periodista David Gistau, columnista de El Mundo, uno de los mejores, quien falleció prematuramente esta semana con solo 49 años. Padre de cuatro hijos, atravesaba una dura convalecencia por enfermedad desde hacía meses. Esas palabras son de hace poco más de medio año, rescatadas de una entrevista que concedió a ABC, cabecera en la que también publicó sus jugosos artículos, con motivo de la publicación de su novela 'Golpes bajos'. Amaba el boxeo.
Twitter se ha llenado estos días de elogios hacia su persona y de su obra; de homenajes, de pena y hastasiempres. Todos los grandes del oficio le han recordado porque todos eran sus amigos. La noticia de su muerte ha suscitado una tremenda repercusión y causado un duelo casi infinito en la red del pajarito azul. A pesar de ello, en vida sus columnas nunca despertaron polémicas ni debates en el universo digital de la opinión pública. De hecho, no era sencillo tropezarte con Gistau en Internet. Porque lo de Gistau era, como bien explicaba en esa entrevista, la calle, la carne y la vida, no el tóxico ecosistema irreal de las redes sociales, la farsa y el foco.
Hoy traigo esta paradoja y su enseñanza por dos motivos. Uno es el propio Gistau. Esta semana lo he imaginado muchas veces riendo a carcajadas por el terremoto que ha causado su pérdida precisamente en Twitter. Al menos en el que yo leo desde mi perfil. El segundo es porque me sirve para redoblar mi fe en la calle, la carne y la vida como modos de conocer el mundo y aproximarnos a la verdad; o sea, como los mejores modos y caminos para tratar de comprenderlo y contarlo. Al fin y al cabo, los periodistas estamos para eso, para contar lo que le pasa a la gente en el mundo.
Es importante renovar esa fe porque una parte crucial de nuestro debate político ha dejado de ser debate para convertirse en representación, pose y pura ficción. Lo sabía Gistau. Lo sufría como lo sufrimos desde hace ya muchos años todos los periodistas y medios que defendemos la profesión como una búsqueda incesante de la verdad. Mucha de nuestros dirigentes dejan pronto de interactuar con los ciudadanos –propósito original cuando acceden por primera vez a un red social– para ofrecerse en Twitter, Facebook o sus blogs como si fuesen apenas escaparates de su lado bueno, vallas publicitarias en las que mostrar imágenes, vídeos, artículos que respalden sus tesis, condolencias, indignaciones, propaganda, 'zascas'... Muchos de ellos –no me atrevería a decir que todos– están obsesionados con ocupar de contenido esos espacios de proyección personal y partidaria. Los partidos son teles, productoras de contenidos, agencias de publicidad y, a menudo, solo pugnan por sortear nuestra incómoda intermediación. El problema es que eso ya hace mucho que saltó también a las instituciones.
Hace siete días, La Moncloa –un edificio, un complejo, una vivienda, algo distinto por tanto del Presidente, de su gabinete de secretarios o del Consejo de Ministros, pero que se ha convertido en un ente genérico con personalidad propia– emitía en Twitter declaraciones en vídeo de los tropecientosmil miembros del Gobierno en el patio de la finca de Quintos de Mora, donde se habían reunido para fotografiarse con ropa informal. No puedes conocer lo que hace un Gobierno a través de Twitter, por mucho que se empeñe dicho Gobierno. Eso es paja, relleno, vapor, morcillas lo llamamos en jerga periodística. Recordaré siempre a Gistau como ejemplo y porque fue fiel a un método, a una idea, a un camino, a una vocación. Y a un objetivo: el periodismo de la calle, la carne y la vida.
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