Valladolid
Muere el párroco Pepe Heras, un corazón espiritual y misioneroEl cura de El Salvador-Santiago y consiliario de la Cofradía de las Siete Palabras ha fallecido a los 76 años tras una fructífera trayectoria eclesial por Valladolid y Tierras de Medina, donde su feligresía recuerda su buena palabra y fraternidad
El amor nunca muere porque su huella queda y quedará. Don José Heras Rodríguez era un sacerdote de amor, de entrega espiritual y de misión. ... En la liturgia y con los demás. Pepe, como se le conocía cariñosamente, partió este 14 de mayo a la casa del Padre tras una fecunda vida escuchando, entendiendo y soliviantando. Éste es su legado, hacer crecer a los demás evangelizando. Con los feligreses a los que acompañó tantos y tantos años e incluso con sus compañeros presbíteros.
El párroco de las iglesias de Santiago Apóstol en su unión con Santísimo Salvador falleció a los 76 edad tras una prolífica vida religiosa con una encomienda teológica, pedagógica, psicológica, catequética… Pero su mayor estela fue el de tú a tú, el contacto con las personas, la dedicación a los demás, el amparo y la protección al prójimo. Hoy la provincia y la capital vallisoletana lloran el fallecimiento de este cura que hacía enamorarse de la Palabra, en sus prédicas, con sus homilías, aunque, realmente, su familia, sus parroquianos y sus feligreses se muestran dichosos y felices por haber podido peregrinar con él.
Un camino de tarea y de entrega desde su mismo nacimiento en Pozal de Gallinas hasta su culminar en pleno epicentro de Valladolid, habiendo andado también por la parroquia de Nuestra Señora de Prado o la Colegiata de Medina del Campo, Tordesillas, Villamarciel y San Miguel del Pino. Un hombre siempre de gran afecto, de cariño y de extraordinario carisma. Ésa era su esencia y así enamoraba a las personas aún significando su dedicación a los niños. Y, precisamente, hoy es un día de incomprensión para ellos porque en sus grupos de catequesis más cercanos, en pleno mes de mayo, en pleno mes de comuniones, con las que él se desvivía, no entienden la noticia.
Don José fue un cura de los de invitar a pasar, a sentarse, a participar de las celebraciones. De los de darse la mano en torno a la mesa del altar. Y de cantar. Un sacerdote de los que unían. Un enamoramiento hacia el Señor de tú a tú. De un amor para hacer entender la vida, con sus cosas buenas y sus cosas malas, siempre dirigiendo una oportuna oración al Sagrario, a Nuestra Señora de la Salve o al Santísimo Cristo de las Mercedes. El también consiliario de la Cofradía de las Siete Palabras de Valladolid ha dejado en la hermandad una impronta de trabajo, de fraternidad y de los postulados a catequizar a través de la religiosidad popular. De cuidar la exteriorización de la fe para amar lo que se hacía en la calle consciente de que las cofradías también llenan las iglesias y el corazón de la gente, ateos o creyentes.
Fue un hombre de homilías, de la palabra bien dicha y de la reflexión oportuna. También consecuente con los tiempos. Una persona reflexiva que llegaba al intelecto pasando por el alma haciendo ver el júbilo de los encuentros con Cristo y con la Virgen María. Fue un presbítero que se adelantó a la sinodalidad abriendo las puertas de par en par de su Iglesia, que es la casa de todos, con mensajes de unión y de esperanza. De encuentros con las personas que rezaban en silencio, que participaban activamente en todos los cultos y los grupos parroquiales y que, en muchos casos, llegaban con niños de la mano. Y Pepe les tendía la suya, porque daba la bienvenida a los niños como uno más, porque si estaban inquietos durante las celebraciones eso significa vida, la vida que muchas generaciones pueden decir que les acercó al Padre siendo mejores con los semejantes.
Familiar y cercano. Acogedor y buena persona. Buena definición de este buen samaritano donde le abrió el camino de su marcha el mismísimo San Pedro Regalado, el fraile humilde, dedicado, discreto, trabajador, fraterno… ¡De bien! El bien que ha dejado en sus parroquias revitalizando sus movimientos para convertir sus templos en puntos de encuentro, en centros de reunión y en focos transmisores de la luz del amor. Este hombre de Dios deja nuestra ciudad con un epitafio, en su esquela, muy de él: «El amor no pasa nunca». Una enseñanza que le define como apóstol de Valladolid desde que era niño, desde que sentía como un niño, desde que razonaba como un niño, como transcribe la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios, con el mismo mensaje que don Pepe sembró en su caminar: «El amor es paciente, es benigno».
Un mensaje que lo aplicaba a todos los ámbitos de la vida gracias a su fiel lectura, por ejemplo, todos los días, de El Norte de Castilla, en cuyas páginas le encantaba saber de sus vecinos, como reconocía, descubrir historias nuevas al tiempo que lamentarse de las injusticias que también ocupan muchos titulares diariamente. Tantas como la situación actual del Real Valladolid, que también le tenía preocupado, dado que sentía los colores con especial orgullo hasta el punto de que era socio activo del club desde hacía muchísimos años. La divulgación de los temas diocesanos, por su parte, también se los leía dos veces. También los referidos a las cofradías y a la Semana Santa. Porque él creía en la comunicación como canal imprescindible para llegar a todos, desde el ambón y desde los medios: «Jesús está en todos los sitios, en todos los titulares y en todos los corazones». Por eso, desde aquí, desde las páginas de tu periódico, cuando las sigas leyendo desde el cielo el resto de tus días, espero estés orgulloso de tu ciudad, de tu provincia y de nosotros. ¡Descansa en paz Pepe!
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