¡Cómo están las cabezas!
Los tecnócratas de este universo se ríen del mundo y de sus gentes con su constante «evolución», orientada para que cada día ellos sean más ricos y nosotros más pobres
Los nuevos paraísos artificiales de Baudelaire 5.0 llegaron con esa alegre vocación de vanguardia y progreso, voceada por los gurús y sacerdotes cuyos dogmas ... de fe fueron aceptados por todos nosotros, confiados en que el último grito tecnológico iba a hacernos la vida mejor. A los niños se les dio de alta en las redes, se les compró su primer teléfono móvil y los padres pudieron celebrar en paz, al fin, sus bulliciosas reuniones. Llegar a este orbe creciente y desconocido más allá de las humildes vetusteces de lo analógico, era por aquel entonces en el arranque del siglo XXI ir lejos, con cierto señorío popular y carta de legitimación otorgada por la aceptación fáustica de la letra pequeña. Y poco a poco fuimos menos alegres pero más avanzados, menos empáticos pero más empoderados y «preparados».
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Meta –es decir, Facebook, Instagram y WhatsApp– y su subcontrata en Barcelona afrontan 344 demandas por daños mentales y morales interpuestas por los moderadores de contenidos de dichas redes: han caído enfermos y cada uno de ellos reclama 100.000 euros de indemnización por los «daños ocasionados en su integridad moral y en su salud, tanto psíquica como emocional», tras visionar sin solución de continuidad «contenidos de suicidios, violencia extrema, abusos sexuales y físicos, escenas explícitas de accidentes mortales, maltrato animal, explotación sexual infantil y pedofilia». Los tecnócratas de este universo tan lucrativo para unos pocos y tan tóxico para la mayoría se ríen del mundo y de sus gentes con su constante «evolución», orientada para que cada día ellos sean más ricos y nosotros más pobres, mentalmente y de espíritu, en un baile entre dos extremos –adictos al móvil y millonarios tecnológicos– en que seguimos viviendo con nuestra habitual mansedumbre. El homo ciberneticus es un homo sapiens venido a menos.
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