Conquistadores y conquistados

Desde fuera, parece que el concepto de la patria española tiene la piel super fina. Solo hace falta rascar su superficie un poquito, insinuar que lo que ha hecho España en el pasado podría ser algo menos que perfecto, y hay una erupción de indignación. Mira la reacción de Sr Aznar y la Sra Ayuso a la sugerencia de Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, de que España haga como el Vaticano y pida perdón por la conquista.

Con la diplomacia más digna de populistas como Trump, el ex jefe del gobierno, José María, ha recurrido casi de reflejo a burlarse del líder mexicano, preguntando de dónde vienen sus apellidos, e insistiendo que no va a pedir perdón por nada. De hecho, el apellido Obrador viene del abuelo cántabro del líder en el Distrito Federal. Al contrario, los nombres de la mayoría de sus compatriotas, los amerindios, fueron obligatoriamente reemplazados por nombres castellanos cuando sus antepasados fueron forzados por la Inquisición a ser bautizados.

Por su parte, Isabel Diaz Ayuso, después de atacar al Papa por su falta de solidaridad, dio su propia versión de la conquista, insistiendo que fue nada menos que la liberación de los nativos oprimidos por la tiranía azteca e inca. Extraña que alguien como ella no entienda que la patria vale mucho más que la ideología. También los franceses, cuando conquistaron España hace dos siglos, traían libertad, igualdad, fraternidad y otros bonitos conceptos de su reciente revolución, pero eso no significa que los españoles estuviesen agradecidos. Hasta que yo diría que estaban furiosísimos.

Desde el punto de vista de los suramericanos es obvio que ser un conquistado no es tan agradable como ser un conquistador. De todas formas, las palabras son gratis. No cuesta nada decir algo como perdonen las molestias por la viruela que les hemos dado, no sabíamos que iban a morir tantos millones.

La economía española lleva años en crisis mientras la de México es una emergente. ¿De qué sirve ofenderles?