Colapsados por el extremismo
La carta del director ·
«Como cada día somos más cigarras que hormigas, nuestros gobiernos solo necesitan pan y circo. Como cada día somos más cigarras que hormigas, es difícil observar preocupación en la gente, cuesta privarse de nada…»Descubrí hace unos días este pasaje en un libro muy recomendable de David Graeber y David Wengrow titulado 'El amanecer de todo'. Es recomendable por muchas razones, pero quizás la principal es que los autores dedican 650 páginas a hacerse más, mejores y nuevas preguntas sobre los orígenes de la humanidad y a desatascar estereotipos, prejuicios y pretextos de muchos de los ensayistas súper ventas de nuestros días: Diamond, Harari, Pinker… El texto al que me refiero dice así: «En la década de los treinta, el antropólogo Gregory Bateson –fallecido en 1980– acuñó el término esquizogénesis para describir la tendencia de la gente a definirse unos contra otros. Imaginemos a dos personas discutiendo acerca de un desacuerdo político menor, pero que, tras una hora, se posicionan de un modo tan intransigente que se acaban encontrando en lados totalmente opuestos de alguna división ideológica (incluso abrazando posiciones extremas que nunca aceptarían en circunstancias ordinarias) solo para mostrar cuán totalmente rechazan los argumentos del otro. [...] A Bateson le interesaban los procesos psicológicos en el seno de las sociedades, pero hay razones para sospechar que algo similar sucede también entre sociedades. Los pueblos acaban definiéndose por oposición a sus vecinos. Es así que los urbanitas se vuelven más urbanos, y que los bárbaros se vuelven más bárbaros. Si se puede decir que existe algo como el 'carácter nacional', solo puede ser a través de procesos esquizogénicos: los ingleses intentando ser cuanto menos franceses mejor, los franceses cuanto menos alemanes mejor…»
Eso explican Graeber y Wengrow en el mejor diagnóstico que he leído hasta el momento de lo que viene causando, desde hace años, el proceso de colapso social, político e institucional que vivimos en España y, a distinta escala y por diferentes motivos, en otros países democráticos de nuestro entorno. La polarización, concepto de moda, no es un invento de nuestros días, lo es su exageración hasta extremos insostenibles principalmente por los contextos de comunicación propios de los ecosistemas digitales y de las redes sociales. ¿Qué creemos que diría Bateson si hoy observara lo que sucede en Las Cortes de Castilla y León cada pleno? ¿Cómo imaginamos que analizaría la incapacidad de nuestra dirigencia a la hora de renovar los órganos de gobierno de nuestro poder judicial? Cuatro años llevan en funciones. Y como somos incapaces de sumar las mayorías cualificadas que exige el proceso, decimos que el Tribunal Constitucional está secuestrado por 'los otros' y reformamos el procedimiento para que solo sea necesaria una mayoría simple. ¿Qué concluiría Bateson de los cambios que prepara el Gobierno en el Código Penal para rehabilitar políticamente a los líderes condenados de las fuerzas extremistas y secesionistas sobre las que se sustenta? Quizás que un Gobierno Frankenstein necesita de un Código Penal convertido en otro Frankenstein… ¿Cómo llamaría a los integrantes de Vox? ¿Ultraderecha, súperderecha, extraderecha, maxiconservadores, ultraconservadores? ¿Y a los de Unidas Podemos y su beligerancia contra la magistratura? ¿Hooligans de ultraizquierda, apparatchiks, bolas de demolición de cuanto se hizo en este país para transitar de una dictadura a una democracia?
La esquizogénesis, como deriva de un extremismo de ayatolás, dinamita los espacios de cooperación, cesión, diálogo y entendimiento, o sea, la centralidad. Empezando por el lenguaje. Y lo hace, precisamente, atacando el corazón mismo de un modelo de convivencia, el de la ley, las libertades, los derechos, la igualdad y la solidaridad, cuyo armazón legislativo necesita obligatoriamente de esa voluntad de consenso en materias que son nucleares. Obligatoriamente.
Sin esa voluntad de consenso, ingrediente crítico de cualquier modelo democrático, el sistema colapsa. Colapsa porque la democracia exige cesiones, aceptación y renuncias constantemente. Colapsa porque ninguna sociedad es libre si todo se acaba decidiendo por aplastamiento o por imposición. Colapsa porque, una vez que el centro queda huérfano y los espacios de acuerdo y cesión vacíos, todo da igual. Y cuando todo da igual, la ciudadanía desconecta. A otra cosa. Ninguna opinión autorizada importa, solo las que no sirven para nada y se esparcen y apelotonan, una sobre otra, por las redes sociales a mayor gloria de la manida polarización. Nada tiene consecuencias, nadie asume responsabilidades. En ese clima, solo cuenta la efervescencia del rabioso presente. Desaparece todo horizonte de largo plazo y se impone el imperio de la inacción. Mucho más cuando la economía digital, la globalización y los avances en inteligencia artificial se empeñan en hacernos cada vez más inútiles, más sedentarios, más previsibles. Como cada día somos más cigarras que hormigas, nuestros gobiernos solo necesitan pan y circo. Como cada día somos más cigarras que hormigas, es difícil observar preocupación en la gente, cuesta privarse de nada… La expresión de moda es «¿Para qué molestarse, para qué sacrificarse, para qué preocuparse? Si además son cuatro días».
La desolación que provoca este análisis, que cualquier lector puede contrastar observando su entorno más inmediato, es la razón por la que cada día se hace más complicado aportar valor al discurso público, al menos desde un punto de vista analítico. Únase a ello el hecho de que los medios periodísticos profesionales que concedemos importancia a la imparcialidad, a los matices, a la empatía y a la verdad, nos vemos sometidos con intensidad creciente a las presiones de todo aquel que, desde su esquina del cuadrilátero, apretado contra las gomas, no encuentra en nosotros la reafirmación de sus posturas o preferencias.
Dicho lo cual, en pocos meses se celebrarán elecciones autonómicas y municipales. En Castilla y León, solo de las segundas. Esa cita será decisiva. O quizás no tanto. Ya nunca se sabe... Los resultados servirán, en todo caso, para conocer las posibilidades reales de un cambio de gobierno en Moncloa a final de año. Feijóo, presidente del PP, no pasa por su mejor momento, pero queda mucha tela que cortar. Haría bien en embadurnarse de realismo. También comprobaremos hasta qué punto lo de Vox en Andalucía se repite, corrige o acentúa. Y aquí, dentro de nuestro perímetro autonómico, conoceremos si el Ejecutivo mixto de Alfonso Fernández Mañueco y Juan García-Gallardo ofrece réditos electorales a sus promotores. En ese sentido, va a ser una campaña de lo más entretenida.
Sin embargo, sinceramente, a mí lo que más me interesa es saber si, a partir del 28 de mayo, el debate sereno y constructivo, educado, la sensatez, el acuerdo y el diálogo agrietan de alguna manera el rocoso, tóxico e irrespirable frentismo –responsabilidad de todos– en que llevamos sumergidos desde hace ya demasiado tiempo. Cuando miro a los niños y jóvenes, a las nuevas generaciones, más que si disponen hoy de trabajo o de una educación y una sanidad de calidad, me preocupa la ruina de país que les estamos dejando en herencia.