Equidistante, mejor no
«Soterrar es ganar ciudad, ganar convivencia, evitar separaciones… Y olvidarse de ideologías de enfrentamiento»
¿Cueces o enriqueces? ¿Soterras o integras? ¿No a la guerra o no a la paz? Dime el código postal de tu ideología y se ... te comunicará el botón que debes pulsar. Y también dime de quién necesitas ayuda, dato relevante para predecir hacia qué lado te inclinas. No vaya a ser que suceda como la postura de algunos con el pueblo saharaui. Antes perseguido, oprimido, denigrado. Digno, por tanto, a recibir ayudas, materiales y humanas, para su acogimiento, aunque fuera por un periodo estival y colorista. Ahora, cuestión olvidada, casi tabú. Entre la ideología (tan portátil como los principios de Groucho Marx) y la aritmética, la cosa ya queda clara para saber qué esperar de según quién y según cuándo.
No es que sea nada nuevo, pero sí que se percibe una intensidad y rapidez mayores en la asunción de nuevos criterios según sople el viento a babor o a estribor. Y no es tanto fruto de los avances tecnológicos –aunque colaboran sin duda en una nueva concepción de la existencia–, sino de la adopción de nuevos formatos, versátiles de puro relativos, que permiten un postureo social que aquieta conciencias, limpia antecedentes y da esplendor a proclamas a las que sumarse. Búsqueda de un prestigio, siempre que no suponga, de modo real, jugarse el pellejo o los ahorros.
De ahí que sea tan difícil alcanzar acuerdos, ceder en la rigidez en las posturas de salida, y no digamos reconocer errores y corregir estrategias. Intentando sacar algo positivo de este clima político y social, la polarización (e incluso bipolaridad como elemento complementario) evita el riesgo de entender que la solución o el término justo para un conflicto pasa por el cálculo de la equidistancia. Desde luego ese camino solo produce una mayor iniquidad, un mayor dolor y una más grave injusticia para quien ha actuado con una ética intachable. Un riesgo que se evita, cierto, aunque también incrementa las posibilidades de la fijación de decisiones indignantes, irracionales y perniciosas para la salud social.
Y, más allá de enfrentamientos de posturas éticas o morales, qué decir de aspectos de la gestión pública en la que debería imponerse un criterio técnico, sustentado en la ciencia y sus estudios previos. Pocas dudas ofrece la división entre soterrar o integrar el ferrocarril en Valladolid. Del mismo modo que no es dudoso que el actual Gobierno de España, y sus satélites de todo orden, no desisten de cualquier iniciativa por el coste presupuestado (y su correspondiente desviación). Soterrar es ganar ciudad, ganar convivencia, evitar separaciones… Y olvidarse de ideologías de enfrentamiento. Y de ahí el descarrilamiento. Al menos, creo, nos ahorraremos, pase lo que pase, una solución equidistante, algo así como un tren por el entresuelo. Mejor no. Por motivos técnicos, eso sí.
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