Visto para sentencia
«Sobre todo hemos aprendido, o por lo menos lo hemos ratificado, hasta dónde nos puede llevar la incuria política en el espectáculo mediático»
Un cursillo acelerado. En una semana hemos aprendido mucho sobre el lugar que ocupa un fiscal general, más allá del banquillo, en el complejo mundo ... de la judicatura. Sobre el valor de la toga cuando el acusado es un miembro relevante del ministerio público. O sobre la existencia de un cierto decalaje entre el lenguaje judicial y el policial, a través de expresiones como «investigación prospectiva» o «dominio a todos los niveles». También sobre el apasionante universo de la trazabilidad y el borrado de datos en teléfonos móviles y correos electrónicos. E incluso sobre el mundillo peleón de las filtraciones y los correveidiles periodísticos entre los gabinetes de las instituciones y los profesionales de la información. Por no decir de la capacidad extraordinaria de un presunto inocente de parecer tan culpable en cada gesto.
Publicidad
Pero sobre todo hemos aprendido, o por lo menos lo hemos ratificado, hasta dónde nos puede llevar la incuria política en el espectáculo mediático. Empezando, como es costumbre, por la primera autoridad del país, en su cuestionamiento a priori el resultado del proceso. Y terminando por los disparates, por medio de diferentes bocas, de los portavoces de la así llamada oposición. Y todo con el telón de fondo del caso más patético de la historia judicial de España: el del fraude a Hacienda del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid. La otra cara del mismo populismo de tenderete del presidente del Gobierno. Y el otro extremo de eso que ahora llamamos polarización.
Ese 'nuevo' Supremo que ha conseguido por fin sacudirse el polvo de aquella parálisis de años para seguir manteniendo su mismo defecto de base: la incapacidad de erradicar los intereses de partido frente a un ejercicio mínimamente independiente de la misión judicial. Más palos de ciego en la piñata bamboleante de nuestra democracia. Da risa escuchar a tirios y a troyanos decir una y otra vez que no es sano que nuestra vida política se desarrolle en los tribunales en lugar de hacerlo en el parlamento, cuando son ellos los primeros en tratar de convertir cada día los actos de la justicia en victorias o derrotas partidistas. Un parlamento, por cierto, que en los próximos meses redundará aún un poco más en su incapacidad de sostener la legislatura, con la teatral salida de Junts de las filas de ese «gobierno de coalición progresista» cuyo segundo apellido tanto daño ha debido hacer entre sus bases. Incluso ahora, que ya hay luz verde de la Unión Europea para que regrese a España su líder, el prófugo Puigdemont, y para que esta vez los mossos le detengan y lo pongan a disposición del primer juez que lo reclame por sus delitos no amnistiables.
Siempre recordamos a medias aquella frase apócrifa de Bismark que citaba Alfonso Guerra en los años setenta y que decía: «La nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo». Ciertamente en todo este tiempo los españoles no hemos dejado un minuto de tratar de autodestruirnos ni de juzgarnos y condenarnos a nosotros mismos. Antes en lo de las dos Españas y ahora en la cosa de la polarización, que ni siquiera es un invento patrio, sino más bien tendencia mundial. Quizás por eso no terminamos nunca de regresar a la vanguardia, ni siquiera por demérito de los contrarios. ¡Y hay que ver, quitando a los chinos, cómo están por cierto los «contrarios» en la cosa del vanguardismo! Bueno, a falta de otros, nos quedan el orgullo y la satisfacción de que la Selección encabece su grupo en la fase de clasificación del Mundial, nada menos que sobre los equipos de Turquía, Georgia y Bulgaria. Eso sí es liderazgo.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión