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Habría preferido no verlo. El bailecito del gallo Trump, en homenaje subliminal a Chiquito de la Calzada, mientras partía la tarta en su fiesta de toma de posesión. ... Y la mirada de reojo de su esposa objeto, la reina Melania, descontando minutos para quitarse los tacones e irse a la cama. ¿Que hay cosas peores? Ya lo creo. Por ejemplo, el saludo fascista, algo menos subliminal, de la rana Musk, celebrando su propia toma de posesión digital del planeta y del espacio interestelar. Solo faltaba Chaplin, vestido de Hitler, en la fiesta… Qué derroche de gloria.
Imágenes del apocalipsis. O del jardín de las delicias, sección infierno. Y la ilustración, en todo caso, de lo que preveía cierto informe de la Universidad de Northwestern, cuando anunció que en 2023 el efecto Flynn había invertido su curva. El efecto Flynn, a saber: un fenómeno observado por el investigador neozelandés James R. Flynn, quien estudió el aumento «sostenido y significativo» del coeficiente intelectual de los seres humanos a lo largo de los siglos XIX y XX, y de una manera especial desde 1930. Un proceso que, según la universidad estadounidense, se empezó a invertir precisamente en el año en que se elaboró la ficha policial de Donald Trump, con su reserva número 2313827. O dicho en román paladino: por primera vez en decenios el coeficiente intelectual del hombre –por lo menos del hombre americano– ha empezado a descender. Parece evidente.
Los investigadores, que observaron que el fenómeno se corresponde también con lo que está ocurriendo en otros países del mundo civilizado, como por ejemplo Noruega, no saben decir cuáles son las causas: si la caída de los estándares nutricionales o el empeoramiento de los sistemas de educación; si el abuso de las redes sociales o el aumento de la contaminación del aire. Pero el hecho es que en 2023 empezamos a ser más tontos que en 2022. Y por lo que parece, en enero de 2025 se acelera la tendencia.
Mientras que esto ocurre en el dorado, soberbio y armado hasta los dientes tercer mundo que son los Estados Unidos de América y de Trump, en España, sección paraíso de ese mismo jardín de las delicias, otros estudios anuncian lo contrario. Y dicen que, por primera vez en la historia, quizás desde los Reyes Católicos, los índices de lectura se disparan. Dos tercios de los españoles declaran no ya comprar, sino incluso leer libros. Lo mismo que el 73 por ciento de los jóvenes entre 14 y 24 años. Un informe que se cerró casi al mismo tiempo que la lista de los más vendidos en 2024 por la Casa del Libro, encabezada por 'Hábitos atómicos', el maravilloso ensayo del aclamado «writer and speaker» James Clear, un autor tan claro como sus textos. A saber: el desarrollo de la idea de que podemos transformar nuestra vida sin necesidad de hacer cambios drásticos. Una nómina de oro en la que, entre los diez primeros títulos, figuran tres libros de autoayuda, cuatro novelas negras, dos convencionales y una saga de fantasía, precisamente orientada a esos lectores de entre 14 y 24 años, consumidores decididos, más allá de las pantallas, de libros de papel.
En sus primeras declaraciones sobre España Donald Trump ha manifestado que somos, además de malos pagadores de la OTAN, uno de esos 'BRIC' que su mundo financiero cataloga como «economías emergentes». BRIC, a saber: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica… tal vez ahora BRICE, si incluimos a España por orden del gallo Trump. No se sabe. Lo que sí se sabe es que, en contra de la caída mundial del efecto Flynn, en España los españoles leemos más. O por lo menos buscamos la autoayuda o, en su defecto, las novelas de crímenes y de sangre, con más ahínco. Dios nos coja confesados.
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