Político limpio, partido ejemplar
«El propio Gobierno, con su caudillito bolivariano a la cabeza, se ha empleado a fondo a lo largo de estos años en alimentar a la bestia»
Difícil será olvidar lo que vimos y oímos el pasado fin de semana en los cónclaves de los dos principales partidos españoles. Pero acaso más ... difícil todavía será ignorar las palabras, los gestos, las actitudes de que fuimos testigos el miércoles siguiente, en el Congreso. Tampoco es fácil buscar el titular más adecuado para la farsa: si el hipócrita y patético «yo soy un político limpio que lidera un partido ejemplar» de Sánchez, el desesperado «¿con quién vive usted? ¿de qué prostíbulos ha vivido usted?», de Núñez Feijóo, o el inmensamente cínico «sé que usted es honrado, pero la ciudadanía progresista está angustiada», de Yolanda Díaz… Citas para el lapidario de la degradación de nuestro panteón parlamentario.
Si hubiera que elegir, eso sí, yo me quedaría con la patraña última. Pero no con la primera parte de la frase de la vicepresidenta segunda, sino más bien con su coda: «Subo aquí en nombre de mi padre, porque él no querría que gobernaran nunca las derechas». Ése es el único y el último debate: hasta dónde mantener el esperpéntico pelele de Sánchez con tal de seguir gobernando ante la inevitable llegada de 'las derechas', esa turbia amalgama que forman el PP que quiere ser sin Vox y el Vox que aspira a ser la parte contratante de la segunda parte, la Yolanda Díaz de un futuro gobierno de dos.
El mismo miedo a «que gobiernen ellos» que mantienen el reto de los socios de la coalición, en sus mismas posturas vergonzantes frente a la realidad palmaria de la corrupción. Difícil, digo, olvidar las mil maneras que ofrecen las palabras a los demagogos para justificar lo injustificable. Esa coalición morganática que es capaz de reunir en un mismo espacio a enemigos íntimos como el PNV y Bildu, como ERC y Junts. Y la última concesión a los mantenedores del gobierno títere: el viaje de Albares a Bruselas para volver a proponer no que la lengua oficial de la Eurocámara sea el español (ahora que por fortuna ya no están los ingleses), sino que entre las lengua del Parlamento Europeo se puedan utilizar, con sus correspondientes traductores, el catalán, el euskera y el gallego, por este orden.
Y entre medias, la evidente descomposición del retrato de Dorian Gray en el rostro del presidente del 'no pasarán'. El político limpio que lidera un partido ejemplar que se pone en pie para aclamarlo cada vez que habla. Y no porque crea en él, que su cara bien testifica lo contrario, sino porque parece ser la última esperanza, como el Cid muerto sobre su caballo a las puertas de Valencia, del que «sigamos gobernando nosotros» en lugar del que «gobiernen ellos». Esperanza, por cierto, que parece más cierta en la cámara que en la calle, donde al césar demacrado no hay día que no se le reciba con insultos, como le pasó a aquel emperador romano Petronio Máximo, que tratando de impedir la entrada de los vándalos terminó apedreado y asesinado por los propios ciudadanos de Roma.
Porque le guste o no le guste al partido del Gobierno ni a sus socios de coalición, ni siquiera a esa oposición embutida que representa el PP de Feijóo, los «otros» tomarán el Congreso en la próxima legislatura, como los vándalos de Geserico entraron en Roma tres días después de la muerte de Petronio Máximo. Y no solo por las comisiones, los nepotismos, las corruptelas ni los prostíbulos del Gobierno, sino sobre todo porque el propio Gobierno, con su caudillito bolivariano a la cabeza, se ha empleado a fondo a lo largo de estos años en alimentar a la bestia. Esos son, y no otros, los verdaderos efectos colaterales de la impostura de los políticos que se dicen limpios, y al frente de partidos ejemplares. Qué lástima.
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