Perrerías
Viendo las imágenes de la presentación del libro de Pedro Sánchez pensaba en esa frase de Ann Landers: «No aceptes la admiración de tu perro como conclusión evidente de que eres maravilloso»
Dicen que los perros, debidamente adiestrados, son capaces de detectar las enfermedades de sus amos solo por el olor que desprenden sus cuerpos cuando empiezan ... a mutar. Algo así le ha debido suceder al can que se puso a ladrar el miércoles en el Parlamento Europeo, en el balance de la presidencia española, justo después de la intervención de la presidenta de la Comisión. No por su admiración hacia la figura de Von der Layen, como insinuó Manfred Weber, sino más bien, como enseguida se vería, por la intuición de la pendencia arrabalera que vendría a continuación.
Esperemos que no la enfermedad completa, con toda su virulencia, tal como la padecemos en España. Pero desde luego el contagio del trastorno democrático sí que lo detectó el perro. Lejos de profundizar en los grandes temas que deberían preocuparnos, desde la compra de la Hungría de Orbán, a base de miles de millones de euros, para que no vete a Ucrania en su ingreso en la Unión, hasta el fiasco de la cumbre del clima, que nos vuelve a dejar a los europeos solos frente al mundo, en lo único que se profundizó aquí fue en la mala educación. En la apuesta definitiva por la pelotera demagógica frente a la política.
Creyendo que estaba en casa, no pudo mostrarse más maleducado el presidente español, que ni siquiera se quedó a escuchar la réplica, después de insultar a la inteligencia de todos, del presidente del Partido Popular Europeo. En el estilo de su socio Puigdemont, cuya imagen patética ilustra el punto surrealista que hemos alcanzado en la exportación de nuestro modelo político: sus ladridos en castellano al pelele, en sede europea, para que cumpla hasta la última coma lo que firmó.
Perrerías en Europa y nuevas perrerías al volver al solar patrio. Como en la plaza de Oriente no se atreve, no vaya a ser que le tiren más tomates que en Buñol, el presidente Sánchez quiso desquitarse del trago europeo celebrando a puerta cerrada la presentación de 'su' libro 'Tierra firme'. Viendo las imágenes del acto, yo pensaba en 'Argos', el perro de Ulises, que encarnaba en sus carnes flacas y macilentas la degradación a la que había llegado el reino de Ítaca. Y pensaba también esa otra frase de la columnista americana Ann Landers cuando dijo: «No aceptes la admiración de tu perro como conclusión evidente de que eres maravilloso».
Tras el desafuero europeo, qué poco ha tardado la tierra firme de Sánchez en mostrar su condición pantanosa. Lo que tardó el Rasputín lampiño Félix Bolaños en convocar a los jueces del 'procés' para ofrecerles asilo político en el Ejecutivo, después de haberles echado los perros desde el mismo Ejecutivo (¿cabe mayor sarcasmo?). O lo que ha tardado Otegi, aullando de alegría, en asegurar que detrás de la mordedura de la alcaldía de Pamplona vendrá el gran bocado del gobierno del País Vasco para Bildu. Así será y así se lo tiene bien merecido el PNV, el culpable último de toda esta incuria transdemocrática.
En la teogonía de hoy, todavía está quien describa el verdadero alcance perruno del mito moderno de Pedro Sánchez. Entre el contrapunto de Midas, que en vez de oro convierte en miseria todo lo que toca, y el vaso de Horacio, que desde su fondo corrupto vuelve acedo cuanto se vierte en él. Podemos ya pagó, y se retiró con las ganancias antes de morir. Esquerra y el PNV se han empezado a pudrir, hasta el punto de no saber qué hacer ante unas futuras elecciones regionales en las que van a dejar de gobernar. Y Junts y Bildu cantan a todas las cosas, como el ruiseñor de Teócrito, mientras les dura su minuto de gloria. Veremos lo que les dura. El que no se consuela es porque no quiere.
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