¿La paz o la victoria?
«Al gallo le quedará el consuelo de haber figurado en la lista de otros candidatos ilustres, que también se quedaron como él sin el premio, como Hitler o como Stalin»
De poco le ha servido a Donald Trump su acelerón de última hora para conseguir un alto el fuego en Gaza. Con todo derecho ... y por la mano le ha ganado la candidatura de una mujer, María Corina Machado, el símbolo de esa Venezuela libre cuya distinción le habrá dolido a Superbigote como una picadura de ciempiés gigante. Doble decepción. A cambio de tanto esfuerzo (fallido) por el autobombo, por fin tenemos sobre el tablero el primer alto el fuego de lo que podría ser el final de la guerra de Gaza. Después de 67.000 muertos censados. Y un panorama de destrucción difícil de calcular. A lo largo de ayer, el ejército de Israel fue tomando nuevas posiciones, liberando aproximadamente una cuarta parte del territorio ocupado. A la espera de que Hamás cumpla su parte y entregue lo que queda de los rehenes israelíes, tras su salvaje ataque de hace ahora dos años. Dos años de barbarie en los que el pueblo palestino ha vivido mortalmente emparedado entre el terror sistemático de Hamás y el impulso genocida del gobierno de Netanyahu.
Mientras los noruegos sacan brillo para María Corina a esa medalla de oro con el perfil de Alfred Nobel en cuyo reverso se lee «Pro pace et fraternitate gentium», en Gaza ha estallado la paz de Trump, que nos deja algunas cuestiones importantes por resolver. Una de futuro inmediato, si el alto el fuego condicionado a la entrega de los rehenes se convertirá por fin en alto el fuego absoluto. Y otra de futuro algo menos inminente, lo que habrá de suceder con Palestina a partir de entonces: si la creación de un estado independiente, como reclaman ahora 146 de los 193 estados miembros de Naciones Unidas, o si el regreso, con peores condiciones aún, a la situación anterior a la invasión. Ésa que condenaba a los palestinos a la intifada permanente, al ser tratados como algo bastante peor que ciudadanos de segunda dentro de su singular estatus con respecto al estado israelí. O si finalmente, siguiendo el inefable plan de Trump, Gaza se convertirá en un resort de lujo a orillas del Mediterráneo con dinero americano-israelí… «No ha llegado la paz, Luisito… ha llegado la victoria», que le decía el recordado Agustín González al zangolotino Gabino Diego en 'Las bicicletas son para el verano'. Agarrémonos.
La victoria de Trump y Netanyahu frente a Hamás y sus aliados, con el pueblo de Palestina como rehén de plantilla, en una de las grandes fallas tectónicas entre las masas continentales y políticas de oriente y occidente. Y la certeza de que tras el triunfo de unos vendrá la opresión de otros. Y el rearme, con la industria bélica por todo lo alto, de todos los demás. Por el momento, y aunque lo mismo ha jugado todavía más en contra de su propuesta como príncipe de la paz, Trump ya se lo ha dicho en privado (frente a las cámaras de televisión) al presidente de Finlandia, Alexander Stubb, en la Casa Blanca: si España sigue remoloneando a la hora de gastar su 5% del PIB en defensa, habrá que ir pensando en echarla de la OTAN. Y como prueba de buena voluntad les ha comprado a los finlandeses once buques rompehielos a estrenar. Quien sabe si para romper el hielo del reajuste arancelario con Europa o si para acercarse un poco más a Groenlandia por el Ártico.
No era fácil, con toda esta serie de catastróficas desdichas, que Trump consiguiera la medalla que tanto envidia a su odiado Obama. Por lo menos al gallo le quedará el consuelo de haber figurado en la lista de otros candidatos ilustres, que también se quedaron como él sin el premio, como Hitler o como Stalin. Cualquiera diría que el mundo respira hoy un poco mejor.
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