Cristóbal Montoro. AFP
El avisador

Montoro, as en la manga

«Es triste reconocerlo, pero lo cierto es que eso de la batalla de la ética no es algo a lo que hayan renunciado los políticos, de Podemos a Vox pasando por toda la fauna entre medias»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 19 de julio 2025, 08:22

Tenía que aparecer, y apareció. Apareció el as bajo la manga de Cienvidas, el tahúr al que disparan una y otra vez cuando le descubren ... haciendo trampas, pero nunca muere. Nunca muere por eso, porque tiene cien vidas, como en una novela de Marcial Lafuente Estefanía, ese clásico. Apareció el as y sonó la campana que salvó del nocaut a Pedro Sánchez en el último segundo. Que no eran el as ni la campana del cinismo cómplice de sus socios de gobierno, sino una vez más los agujeros del principal partido de la oposición. En concreto un agujero que atiende al nombre de Cristóbal Montoro.

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La guardia civil estrecha el cerco alrededor del presidente del Gobierno, mientras ahora los mossos d'esquadra se afanan en demostrar que diferentes empresas pudieron llegar a pagar (sin prostitución por medio, que se sepa) hasta 11 millones de euros al despacho del súper exministro del PP. ¡Qué tropa! También ahora Feijóo, con todo sentido pero con escaso éxito, alega que él es heredero, y no promotor, como Sánchez, de la corrupción. Como si las herencias no pudieran estar envenenadas hasta el punto de que el actual responsable de economía del partido, Alberto Nadal, fuera la mano derecha de Montoro en sus años de esplendor.

Criticábamos la zafiedad absoluta de la estrategia del «y tú más» del caudillito Sánchez, por más que le permitiera apartarse por unos minutos del punto de mira del revólver de los indignados por sus fechorías, pero al final todo trabajo da sus frutos. A poco que el enemigo colabore. Desacreditar al que te desacredita apelando a que el desacreditador no tiene autoridad moral para desacreditarte es algo que, desde el punto de vista de la ética, no es fácil de resolver. Pero desde el punto de vista de la política, se ve que sí. Si todos son corruptos, al final por comparación nadie lo es. Al menos no lo suficientemente como para que los ciudadanos, a través de sus representantes en el Parlamento, lo pongan en la calle.

Es triste reconocerlo, pero lo cierto es que eso de la batalla de la ética no es algo a lo que hayan renunciado los políticos, de Podemos a Vox pasando por toda la fauna entre medias. Sino que se trata de una guerra que hemos perdido definitivamente los ciudadanos, hasta el punto de llegar a convencernos (los votos así lo demuestran) de que la corrupción es poco más que un pequeño daño colateral en la evolución de la propia democracia. También en esto, eso que llaman sanchismo ha conseguido imponer su empirismo frente a todo remilgo ético, ideológico o democrático.

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La ética, dice la catedrática Victoria Camps, miembro del Consejo de Estado, consiste fundamentalmente en el «uso reflexivo» de la libertad personal. Y en justa relación, a uno de los tiempos de mayor irreflexión de nuestra historia reciente le corresponde uno de los momentos de mayor irrelevancia de la ética, como modo de ser y de estar sobre el mundo. Y en consecuencia, la propia pérdida de la libertad, en aras del embobamiento colectivo ante el glamour del autoritarismo.

En la época del turnismo, en tiempos de Alfonso XII y Alfonso XIII, los partidos que se sucedían en el gobierno de España se alternaban también en las cárceles, según los tribunales se empleaban más o menos a fondo en aplicarles la ley a los salientes en beneficio de los entrantes. Aunque hoy pudiera parecer que no, lo cierto es que las cárceles destinadas a los políticos de entonces tenían bastantes más comodidades de las que gozan hoy de Rato a Santos Cerdán, pasando por una lista demasiado larga para nuestra vergüenza, pero sin duda demasiado corta para lo que correspondería. En eso hemos cambiado poco. En otras cosas, nos gustaría creer que más.

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