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Se marcha 2024, con todo el inmenso ruido que todavía resuena en nuestros oídos por encima de los petardos de las fiestas, y nos deja embocados a un 2025 donde tocará volver a lidiar casi exactamente con los mismos problemas. Para empezar, los que no ... se han tomado suficientemente en serio la eficacia política del Manual de resistencia del presidente Sánchez, que son unos cuantos, notarán un cierto sabor amargo en el cava con el que acompañen las uvas de Nochevieja al no haber conseguido echarle de la Moncloa, a pesar de haber contado a lo largo del año, uno detrás de otro, con momentos de inconmensurable debilidad. Incluidos esos días de escaqueo en los que huyó decepcionado con la democracia y regresó para tratar de ponerle la puntilla. Pero al no hallar nada en frente, parece ser que el susodicho ya ha encargado para el día que muera, si es que muere, el mismo epitafio que pidió Don Camilo, el del Nobel, para su tumba: «El que resiste, gana».
Podríamos pensar, sin dudarlo, que el hecho más desastroso y vergonzoso del año que se nos va ha sido la Dana. Podríamos pensarlo en pasado, como una calamidad que nos ha sucedido, y sin embargo haríamos mejor en pensarlo en presente, y aún en futuro, porque 2025 no será suficiente por supuesto para superar el dolor por los seres queridos perdidos. Pero tampoco, ni mucho menos, para acercar la reparación de los daños a algo parecido al punto de partida antes del desastre. Lo único que se superará, como ocurrió en su momento con la pandemia, serán las responsabilidades políticas sobre la evidente inoperancia de este «doble estado» en el que vivimos: empezando por la famosa comida del presidente Mazón, que sigue dando sorpresas, y acabando de nuevo con el escaqueo del presidente Sánchez y los miembros de su Gobierno: descoordinación en estado puro. La imagen de nuestra fragilidad no solo frente a los elementos de la naturaleza, sino también frente a nuestros propios gobernantes.
Junto a la Dana, la corrupción. En una escala que no conocíamos desde los tiempos de los pelotazos de Juan Guerra o los correazos de la trama Gürtel. Todos los casos abiertos alrededor del círculo más íntimo del presidente, sobre los que resulta muy difícil saber cómo van a terminar. Mil incógnitas con una sola certeza: caerán las cabezas que tengan que caer hasta que la sangre se detenga a los pies del inquilino de la Moncloa. Por mucho que Puigdemont se dé golpes de gorila en el pecho amenazando con cuestiones de confianza o mociones de censura.
Y por último, el problema que sí que parece que ha sido el más grave de la economía real en 2024, y que amenaza con serlo aún más en 2025. Por mucho que algunos traten de disfrutar de esas cifras económicas que, en lo grande, nos sitúan a la cabeza del crecimiento en Europa y más allá, luego vienen las rebajas cuando se empiezan a contar por millones los españoles que trabajan y son pobres, sencillamente porque cada día tienen más difícil el acceso a una vivienda digna. Las cifras son tozudas: mientras en los Países Bajos, por ejemplo, el porcentaje de viviendas protegidas frente a las libres supera el 30%, en España apenas pasa el 2,5. Claro que los hay peor, los cuatro de cola de la Unión que son, por este orden: Portugal (2%), Croacia (1,8%), Estonia (1,7%) y Rumanía (1,5%). Frente a esta realidad, lo que nos espera en 2025 es un aumento mayor aún de las viviendas destinadas a uso turístico, y una 'migración' masiva en las grandes ciudades de vecinos que son incapaces de seguir viviendo en el barrio en el que nacieron o en el que un día pensaron en asentar sus vidas. Lastres que deja el año que se va… Y a ver cómo lo digiere el que viene.
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