Las guerras de nuestros contemporáneos
«En todo este tiempo el encono y el enfrentamiento no ha hecho más que crecer. Quizás porque la guerra, de manera ominosa, vuelve a querer ser protagonista de nuestras vidas en el mundo entero»
Denunciaba Delibes, en 'Las guerras de nuestros antepasados', de la que ahora celebramos medio siglo, los desbarajustes perpetuos de una España cainita que no era ... capaz, generación tras generación, de vivir sin una guerra fratricida. «Cada hombre tiene su guerra, lo mismo que tiene una mujer», decía Pacífico Pérez, juzgando implacablemente, con su maravilloso candor, la inclinación secular de los españoles por reprimirse los unos a los otros.
Los muchachos que fuimos jóvenes o adolescentes en la Transición leímos a Delibes con atención, por no decir con estremecimiento, y acabamos sintiendo una profunda piedad por nuestros abuelos y, sobre todo, por nuestros padres, pensando que ni los cuatro años de la guerra incivil de unos ni los cuarenta de aplastada paz de otros eran cosa nuestra. Y llegamos a la conclusión de que en nuestro tiempo tal vez cada hombre no iba a encontrar necesariamente a su mujer, pero sin duda entre todos, hombres y mujeres, íbamos a ser capaces de erradicar de nuestras vidas aquel odio destructor que llevó a Pacífico a estar entre rejas por un crimen, que entonces se decía pasional y hoy llamaríamos de violencia de género.
No sé si con la Constitución de 1978, pero sí desde luego con la superación del golpe de Estado de 1981, los nietos de aquellos antepasados estábamos persuadidos de que el proceso de la Transición, en aquellos años anteriores y posteriores a la muerte de Franco, nos regalaba por fin una nueva era de convivencia y de perdón. Un tiempo, además, que vino acompañado de avances políticos, económicos y sociales como muy pocas veces o quizás nunca se habían visto en la historia de nuestro país. Y algo que tuvo no poco que ver con la integración de España en Europa, empeñada también entonces en superar sus propias guerras de antepasados, para entrar en una nueva dimensión.
Es justo decir que aquel sueño de la paz duró su tiempo. Más de veinte años, a pesar de vivir toda aquella concordia de la inmensa mayoría en medio de otra guerra, tan cruel como inexplicable: la que los asesinos de ETA alargaban de manera vergonzosa más allá de todo lo imaginable. Con todo y con eso, las guerras a las que se refería Delibes en su libro nos parecían definitivamente eso: cosas de nuestros antepasados. Nada que tuviera que ver con nosotros.
Todo fue así hasta que un día, concretamente el 14 de marzo de 2004, otros asesinos en guerra contra el mundo, en este caso extremistas islámicos, sembraron la desolación y el horror en la estación de Atocha de Madrid. De modo completamente inesperado, accedió al poder el José Luis Rodríguez Zapatero. Y del mismo modo, contra todo pronóstico, el presidente Zapatero inició una política centrada casi en exclusividad en rescatar del olvido las inquinas y los rencores de la vieja España cainita, la de las guerras de nuestros antepasados. La que volvía a reivindicar el estigma del odio como algo consustancial a eso que todavía llamamos «los españoles», aunque cada vez sea con menos convencimiento.
Han pasado veinte años más desde entonces, y en todo este tiempo el encono y el enfrentamiento no ha hecho más que crecer. Quizás porque la guerra, de manera ominosa, vuelve a querer ser protagonista de nuestras vidas en el mundo entero. O tal vez también por el empeño, desde dentro y desde arriba, de seguir fomentando ese 'guerracivilismo' que tan ingenuamente llegamos a creer superado. De manera que alcanzamos los cincuenta años de la publicación de este texto de Delibes, que son los mismos de la muerte Franco, casi exactamente como estábamos entonces: sustancialmente más cerca del odio que de la concordia. Basta abrir los periódicos de hoy, o los de mañana, para darnos cuenta. No sé qué escribiría hoy don Miguel sobre esto.
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