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No acaba de tomar posesión del corral y ya se le han caído unas cuantas plumas y unos cuantos palos del sombrajo al gallo Trump. ... Entretenido en lanzar su campaña de terror mostrando al mundo las imágenes de sus inmigrantes esposados de pies y manos, no ha sabido intuir el palo que se le venía encima en forma de derrumbe de la bolsa, cuando el chino Wenfeng ha ofrecido al mundo su herramienta de inteligencia artificial DeepSeek: eficacia probada, precios de risa (incluido el prorrateo de las sanciones USA) y, sobre todo, código abierto. Afán «democratizador», dice el chino, frente al totalitarismo tecnológico del gallo y sus secuaces. Lo que hay que oír. Lo mejor de todo, de momento, es la cara de anticipo que se le ha quedado al tal Elon Musk.
Hay quien tiene su particular manera de contribuir al derribo de occidente colocando bombas y secuestrando turistas o voluntarios en oriente medio. Hay quien prefiere, como Putin, invadir países. Otros, como Kim Jong-Un, eligen mandar soldados a esos países invadidos en apoyo de los invasores, aunque después los tengan que retirar por inoperancia. Luego están los que optan, como Wenfeng, por utilizar a fondo las herramientas de occidente para tratar de devorar a occidente. Y finalmente quedan los que, como el gallo, prefieren cargarse a sus vecinos, tan exactamente 'occidentales' como ellos, a fuerza de expulsiones, de aranceles o de amenazas de invasión. Entre todos lo mataron, a occidente, y él solito se murió.
Alguno dirá, en un brote verde de optimismo, que todavía quedamos en pie los chicos y chicas de la vieja Europa. Pero entre el regreso de la señora Merkel para afear a su propio candidato por rendirse ante los encantos de la ultraderecha, o el signo de la victoria de Christine Lagarde, después de que el Banco Central Europeo se cargase la línea de descenso de los tipos de interés, la cosa no parece estar como para confiar mucho en el último bastión de la democracia, la ecología y la visión pacífica del mundo. De hecho, hasta el propio Pedro Sánchez ha firmado, junto a otros dieciocho líderes de la Unión, la petición a ese Banco Europeo de Inversiones que preside Nadia Calviño de más financiación para la defensa comunitaria. El refuerzo de la industria bélica, como última respuesta a las amenazas, por tierra, mar y aire, de enemigos y presuntos aliados. Ya nadie sabe qué es peor, si eso o que el mismo gallo Trump haya decidido mandar, de colega a colega, un enviado especial de su administración a Venezuela. A esa Venezuela de Maduro, que también hace lo suyo en la campaña de derribo del mundo que conocíamos hasta hace unos días.
Dicen ahora que en el caso del accidente aéreo de la capital del estado más poderoso del mundo lo que ha ocurrido, sencillamente, es que a un solo controlador aéreo le ha tocado hacer el trabajo de dos en la torre de control. A Trump ya le han dicho los empresarios (no adeptos) de su país que si sigue echando inmigrantes se va a quedar sin mano de obra, lo mismo para la basura de Nueva York que para la policía de Los Ángeles o el aeropuerto de Washington. «Puede que sea el gallo el que canta, pero es la gallina la que pone los huevos», decía Margaret Thatcher, cuando Trump apenas era un buscavidas y un sinvergüenza que se enriquecía y se arruinaba según soplaba el viento de los negocios. En Asturias, ante el acoso de los urbanitas, se ha propuesto que a los gallos, como a las campanas o a las boñigas de las vacas, se los proteja considerándolos patrimonio sensorial del mundo rural. Esperemos que no se enteren y lo copien al revés los nuevos masters del universo americano.
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