Amnistía, corrupción política
«Sigue sin poder volver a casa el president corrompido en lo político y corrupto en lo pecuniario»
Se puede decir más alto, pero no más claro: «La amnistía es corrupción política». Lo dice la oposición. La verdadera y única oposición a la ... deriva contrademocrática de Pedro Sánchez, que son las voces interiores del Partido Socialista. Lo dice Felipe González, antes de añadir que si el presidente corrompido se presenta como cabeza de cartel a las próximas elecciones, ni siquiera él le votará.
La amnistía es corrupción política. Desde los primeros párrafos de una ley que se sitúa al margen de la Constitución y hasta la última resolución del Tribunal Constitucional, que es una vergüenza en sí misma, aunque en verdad de poco sirve, como no sea para constatar hasta dónde llega la fuerza autoritaria del caudillo en el seno del propio poder judicial, con la contrafigura de un Conde Pumpido al margen de la ley desde la propia ley. Muchos jueces, dice Bertolt Brecht, son incorruptibles, hasta el punto de que nada ni nadie puede inducirlos a hacer justicia.
Es verdad que no vale de mucho lo que diga el TC sobre la ley de amnistía, sobre todo porque no sirve para que Puigdemont pueda poner un pie sin que lo detengan en su quimérica república catalana. Pero tampoco si Europa, como amenaza, termina por tumbarla, al considerar que en realidad se trata de lo que en Bruselas llaman una 'autoamnistía', el principal argumento jurídico comunitario en la lucha contra el blanqueo de la corrupción.
Sigue sin poder volver a casa el president corrompido en lo político y corrupto en lo pecuniario. Y sigue también su curso la investigación por la trama corrupta del caso Koldo, que esta semana ha llevado a la UCO a investigar los domicilios de la expresidenta de Adif y del exdirector general de Carreteras. Y nos ha recordado a todos que fue precisamente el cesado Santos Cerdán el encargado de pactar la ley de amnistía con los auto amnistiados y los corruptos jefes del separatismo: «Resulta que teníamos al zorro en el gallinero», como dice uno de los ministros al que aún no ha cesado Sánchez.
No da una, el presidente. O las da todas en el mismo campo de juego de la así llamada corrupción política por su predecesor. Mientras esto sucede, Feijóo, en su flojera, dice la mitad de lo que dice González, y se limita a repetir el mantra de la ilegalidad de la ley legalizada y de lo que el pacto con los independentistas le valió en su momento, y le sigue valiendo hoy a Sánchez para mantener los muebles en la Moncloa. Eso que Georges Bernanos resumía cuando decía: «El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es que el fin justifica los medios».
Viva está, pues, la sociedad española todavía, a pesar del mandarinismo de su presidente. A pesar incluso de las amenazas de Trump y de Netanyahu (ninguna que se sepa por parte de Putin), dispuestos a castigar a España, el primero por su resistencia a elevar el gasto militar, y el segundo, por situarse «en el lado equivocado de la historia». Caudillos, caudilletes, caudillitos. Viva, la sociedad española, y fabricando armas a toda mecha, con Indra dispuesta a romper este año el techo de sus beneficios. Más allá de toda autoamnistía. O más bien en la conciencia de que aquel 'horizonte 2030' que Naciones Unidas pidió para la lucha contra el cambio climático es ahora el mismo plazo que pide la Unión Europea para rearmarse, de cara a la lucha de titanes de esta guerra fría, que cada día se pone más caliente. Como el planeta.
«Vivimos de milagro y nos parece poco», como dice la poeta de Fuente Álamo Dionisia García, en su libro de aforismos 'Vuelo hacia dentro'. Ella sí que sabe hacia dónde volar, en medio de tantas corrupciones.
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