Los beneficiarios del descontento
«Los beneficiarios de esta última oleada de hartazgo y desilusión no van a ser mejores ni distintos de quienes les precedieron con una serie de proyectos políticos o partidos convencionales»
En el mundo proliferan los perjudicados del globalismo. Y hay que llamarlo así, que no 'globalización', pues como explicó Beck, tal es el nombre que ... corresponde a la manipulación capitalista -o neocapitalismo global- de la 'globalidad'; mientras que 'globalización' sería el fenómeno resultante que las innovaciones tecnológicas -comprendidas bajo esa denominación de globalidad- han producido en nuestras vidas. Un globalismo que se dejó oficios, ahorros, clases medias y control comunitario o local -entre otras muchas realidades- por el camino de lo virtual. Siendo el espejo despiadado de ello las filas interminables de gente sin trabajo y casa que vaga en USA por las carreteras que van directamente al horizonte del infierno. Los damnificados de un cambio radical y brusco. Un cambio que ha comenzado a triturar tantas y tantas cosas.
En España, el fenómeno tiene sus propias características. Para empezar, acabamos de experimentar el derrumbe de un relato de progreso y del símbolo que lo encarnaba (que era el rey Juan Carlos), por lo que son pocos -ya- los que no dudan de la veracidad de lo vivido: si en verdad vivimos una época dorada y floreciente de la nación, en que todo parecía ir -finalmente- bien, o se trataba de un espejismo. Veníamos de una transición quizá no tan modélica como se ha pretendido, pero eficaz y -en términos generales- positiva, a pesar de sus muchas sombras, tras una larga dictadura. Había, tras la llegada de la democracia, cierta estabilidad política y económica, que da la impresión de vacilar ahora, al verse asaltada por un exceso de disensiones y ruidos. De modo que, para algunos, la restauración del ayer, de un pasado feliz y en unidad, aún se identifica con el franquismo. Por lo que los capitalizadores del descontento reman a favor de esa vuelta al pasado, aunque no lo confiesen del todo o finjan no saber lo que -en el fondo- están promoviendo.
Quienes los votan de buena fe tienen la convicción de que, si cargan de buen grado con las etiquetas de ultras, fascistas o franquistas con que se les califica desde las filas -mediáticas y políticas- del izquierdismo, es para irritar aún más a los militantes de éste y no porque piensen que lo son -o sean- realmente: como una respuesta con la provocación a la provocación. Y es que el mantra que halaga los oídos de los partidarios de estas corrientes reaccionarias que pretenden la restauración de un pasado esencialista y simplificado es siempre el mismo: no corrupción (la que se atribuye a los partidos que han acaparado el poder en España); ir -aparentemente- contra el sistema capitalista y globalizador; el patriotismo de banderas y 'merchandising', a pesar de la escasa fe y confianza en el propio país, al que suele criticarse -de otro lado- por sus taras inveteradas y pretendido carácter nacional (inclinado al desorden, la molicie, la trampa y la picaresca); la supuesta desideologización…
Muchos de los que apoyan estas posturas y la mayoría de quienes votan a esas formaciones que -hoy- las defienden, probablemente ignoren (por ser demasiado jóvenes o no querer mirar hacia atrás) que la narración que se nos vendía desde el franquismo pintaba un país en armonía y satisfactorio donde todo iba bien porque la gente «no se metía en política». Como si el franquismo no tuviera ideología. Como si no se hubiera manipulado hasta la saciedad -en él- la idea de tradición -o tradiciones- y de cultura española homogénea (el españolismo). De hecho, la Sección Femenina y las Jefaturas del Movimiento adoctrinaban mediante su manual ideológico en lo que era -o debía ser- el modelo de 'lo tradicional-español'.
De forma que no os engañen; no nos engañemos. Los beneficiarios de esta última oleada de hartazgo y desilusión no van a ser mejores ni distintos de quienes les precedieron con una serie de proyectos políticos o partidos convencionales. Así que contestemos sinceramente una sencilla pregunta: caso de llegar al poder cualquiera de los ultranacionalismos actuales, como todo indica que sucederá en Italia -y no ha estado o está tan lejos de suceder en España-, ¿sobrevivirá la democracia a ese 'nuevo' o 'viejo orden'?
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión