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El escaparate de un comercio con decoración navideña. Rodrigo Jiménez

Precoz Navidad

«Cuando este cronista era niño, el comienzo de los adornos navideños se situaba justo después de la festividad de La Purísima, a dos semanas de la Nochebuena»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 2 de diciembre 2025, 07:35

Acabamos de estrenar diciembre y ya tiene uno la sensación de hacer vivido, por lo menos, media Navidad. Tal es el grado de velocidad, aceleración, ... afán de anticipación y ansiedad por lo que vendrá, que este año el país ha enloquecido exhibiendo adornos, luces, árboles, guirnaldas y demás simbología propia de las fiestas, desde la segunda semana de noviembre. A este paso, va a ocurrir que regresemos en septiembre de vacaciones de verano y ya nos encontremos la iluminación colgada de las farolas de nuestras calles. O que, como Nicolás Maduro en Venezuela, se decrete el inicio de las fiestas en pleno octubre para tener contenta a la ciudadanía y alegrar el paisaje urbano de las ciudades. Todo puede ser posible.

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Cuando este cronista era niño, el comienzo de los adornos navideños se situaba justo después de la festividad de La Purísima, esto es, el dia 9 de diciembre, a dos semanas de la Nochebuena. Ese era el momento en el que, en las casas, se bajaban de los armarios el abeto plegable, las bolas, el espumillón y las figuritas del belén. Con la aprobación de la Constitución, en 1978, se decretó festivo el 6 de diciembre dando lugar a un puente en el que, quien más quien menos, aprovechaba para adaptar la decoración de casa al espíritu de estas fechas. Más tarde, la lógica de los hechos nos llevó a adelantar la Navidad hasta el Día de Acción de Gracias y el 'Black Friday', para asimilarnos a las películas, las teleseries y los usos y costumbres del imperio americano. Y ahora, resulta que ya no somos capaces de esperar y nos asalta una impaciencia que pone luces en los comercios nada más comenzar el penúltimo mes del año.

No se trata, ya lo habrán adivinado, de un interés filantrópico y espontáneo, sino de pura estrategia comercial. Está demostrado que en las fiestas se sale más a visitar tiendas, se compra a conciencia, se consume más de todo, se llenan los restaurantes y la gente parece afectada por un frenesí que no deja hueco libre en las agendas. Los comerciantes van adelantando la aguja de la Navidad cada vez más para aprovechar el tirón y conseguir mejorar sus cuentas de resultados. Esa y no otra es la verdadera razón por la que se explica este síndrome anticipatorio chocante en su extemporaneidad.

Ya hay roscones en las pastelerías desde hace varias semanas. Los restaurantes tienen llenos los turnos de comidas y cenas desde mediados de noviembre hasta el día de la lotería, para albergar a grupos de amigos, familias y compañeros de trabajo que se afanan en vivir el espíritu navideño dándose un homenaje gastronómico y saltándose cualquier dieta porque toca celebrar. Corre el cava, se amontonan los polvorones, el turrón se despacha desde finales de septiembre en todos los supermercados y, claro, a estas alturas ya han caído un par de tabletas. El precio del besugo, el cordero, los dulces y el marisco se eleva hasta las nubes, las tarjetas de crédito empiezan a pedir, exhaustas, una tregua en el consumo, y el colesterol, los triglicéridos, la glucosa y la hipertensión, ven como mucha gente les concede vacaciones hasta la vuelta de enero. Es lo que hay.

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A muchos nos gusta la Navidad, nos gusta mucho, incluso; pero tememos el descontrol anual de calles atestadas, comercios repletos, autobuses a tope, taxis eternamente ocupados, y un tráfico imposible. Hay, desde luego, muchísimo más afán compulsivo de consumir que verdadera esencia de lo que son y significan estas festividades. Pero esa es ya otra historia.

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