Voluntarios trabajan en las labores de retirada de lodo en el polideportivo de Masanasa (Valencia). Manuel Bruque / EFE
Dados rodando

Donaciones para la DANA

«'El pueblo salva al pueblo', está muy bien, sí. Pero lo menos que podemos esperar del Estado es que asuma sus ineludibles obligaciones económicas y de reparto de alimentos desde el primer momento»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 19 de noviembre 2024, 06:59

Una de las consecuencias sociales más admirables de la tragedia que ha asolado la Comunidad Valenciana, ha sido, sin duda, la impecable respuesta ciudadana. Miles ... de personas de la región, y de otros muchos puntos de España, se han movilizado para dedicar su tiempo y su trabajo a ayudar a los damnificados en todo aquello que les ha sido posible. Desde manos para limpiar el lodo, hasta la donación de bienes de diverso tipo, pasando por algo tan importante como es escuchar y consolar a aquellos que lo han perdido todo. Una vez más, este país ha dado muestra de su enorme calidad humana con la aportación desinteresada de un conjunto de voluntarios que han entendido que su prioridad estaba al lado de los afectados por la hecatombe.

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Taxistas, conductores de autobús, médicos y personal sanitario, particulares cargando en su vehículos todo lo que encontraban en el supermercado, grupos de amigos con palas y cepillos, psicólogos, farmacéuticos y una amplía pléyade de colectivos sociales han dedicado lo mejor de su tiempo en estos días a colaborar en la ingente tarea de reconstrucción que necesitan las zonas más afectadas. Todos ellos, junto a la encomiable labor desarrollada por el Ejército y los bomberos, constituyen la estampa más positiva y esperanzadora de esta catástrofe que aún nos tiene a todos impresionados.

Sin embargo, existe un aspecto sobre el cual resulta legítimo plantear dudas, y es el relacionado con las aportaciones económicas y alimentarias que se han recibido desde distintos ámbitos para socorrer las necesidades de los ciudadanos y familias damnificadas. Nada que objetar, por supuesto, a esta noble y altruista iniciativa, pero, al tiempo, no estaría de más resaltar que este desastre no ha ocurrido a mediados del siglo pasado, cuando en 1957 una riada motivó una campaña solidaria como la que realizó en la cadena SER Alberto Oliveras al frente de aquel mítico programa que fue 'Ustedes son formidables'. Entonces, los formidables eran los españoles que ofrecían el poco dinero que tenían, lo cual resultaba de mucho más valor. Un país empobrecido, se unía para repartir lo escaso cuando los recursos del Estado no daban para más.

Sin embargo, la realidad actual es, afortunadamente, muy otra. España es una nación de la Unión Europea, con una economía próspera y unos recursos económicos capaces de afrontar, desde la Administración, contingencias de este tipo. Además, existen también mecanismos de ayuda provenientes de Bruselas que pueden activarse en caso necesario. Así las cosas, no serían imprescindibles las aportaciones particulares para dramas de este tipo, bien sean inundaciones, erupciones volcánicas, movimientos sísmicos, incendios, o cualquier otra posible desgracia. Los ciudadanos pagamos impuestos, el Estado tiene recursos y el país puede afrontar estos desembolsos con una solvencia de la que hace sesenta años no disponía. Las ayudas extraordinarias están previstas, y si no bastaría con disminuir gastos en asesores y subvenciones exóticas para destinar el dinero a lo verdaderamente necesario. Resulta encomiable el impulso de enviar alimentos, pañales, dinero y productos de primera necesidad a las víctimas de esta terrible DANA, pero observando los diferentes puntos de recolección en las ciudades era inevitable asociar la imagen a lo que haríamos ante una catástrofe similar en Haití, Níger, Sur Sudán o El Salvador. Y miren, afortunadamente, no es el caso. Estamos en Europa, esto es España y hablamos de Valencia. «El pueblo salva al pueblo», está muy bien, sí. Pero lo menos que podemos esperar del Estado es que asuma sus ineludibles obligaciones económicas y de reparto de alimentos desde el primer momento. En este caso, inexplicablemente, y por pura incompetencia, no ha sido así.

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