El daño de lo 'woke'
«Y luego, nos preguntamos sorprendidos por las razones de que los exaltados del otro lado, como Donald Trump, Marine Le Pen, Viktor Orbán o Tino Chrupalla, vivan hoy el mejor y más estelar de sus momentos»
Mucha gente ya no puede más, al igual, seguro, que les ocurre a muchos de ustedes. Hartos de estar hartos de tanta dictadura 'woke', de ... tanto 'bienquedismo' y, por supuesto, de tener que estar obligatoriamente alineados con lo que se supone que es políticamente correcto. Los depósitos de comprensión están agotados por mor de tanta estupidez con ínfulas de doctrina inmarcesible. Toda capacidad de aguante tiene un límite.
Nos supera, absolutamente, la estolidez ambiental. El 'ellos, ellas y elles', o el que no se puedan decir algunas cosas razonables sin que una horda de iletrados asalten sin razones y señalen al discrepante por cualquier soplagaitez que ellos elevan a categoría debido a sus escasas entendederas. Vivimos tiempos en los que todo, o casi todo, es sospechoso y la amenaza de la 'cancelación' pesa como una losa a la hora de salirse del exiguo redil en el que se mueve el pensamiento uniformizado. Casos hay para acreditar este afán de borrar de la historia a los que no se avienen a los cánones imperantes en cualquier actividad: escritores, cineastas, periodistas, pensadores y todos aquellos que se esfuerzan por mover sus neuronas y salir del imperante electroencefalograma plano intelectual.
Hartos estamos de que ignorando el plural inclusivo de nuestra lengua haya que estar refiriéndose, continúa y cansinamente, a 'ellos y ellas'. Hay que preguntar a un amigo cómo están 'sus hijos y sus hijas', y a un profesor cuántos 'alumnos y alumnas' tiene en sus clases, o a cualquiera cómo se encuentran 'su padre y su madre'. También hartos de que tengamos que estar pendientes de no caer en expresiones propias de un supuesto 'heteropatriarcado', aunque no lo sean en absoluto, y de tener que medir cada palabra por si un tonto a las tres o un tonto con balcones a la calle, quiere manipularlas hábilmente y hacer una causa general en aras de una inveterada costumbre 'woke' que no se puede admitir en nombre de una inteligencia de la que estos indoctos carecen.
En los tiempos en los que vivimos todo es susceptible de sacarse, al mismo tiempo, de quicio y de contexto para calumniar a quien no lo merece. Las redes sociales están repletas de sujetos, sujetas y sujetes, sin más oficio ni beneficio que su propia e intransferible incuria, e ingentes cantidades de tiempo libre, para señalar, acusar y vilipendiar a gente normal que no entiende esta idiota transformación de las corrientes de pensamiento al uso. Aquí se trata de denunciar, citar y perseguir al que no opine exactamente igual que los integrantes de una secta absurda con modos y maneras de partida de la porra.
A algunos, todo esto les coge ya de vuelta para aceptar sin más la estupidez y plegarse a sus dicterios. Su ventaja es que ya no tienen miedo y la experiencia acumulada les permite ser incólumes a tonterías diversas de toda laya. Con esa convicción saben que no son fascistas ni retrógrados ni ultraderechistas por decir lo que siempre han pensado. Se niegan a la dictadura de los imbéciles y pasan abiertamente de su catecismo ñono, retrogrado y absurdo. Son momentos recios y difíciles en el que los tontos, tontas y tontes han logrado que las mentes inteligentes tengan que permanecer calladas para que la masa ignorante no se ofenda. Y luego, nos preguntamos sorprendidos por las razones de que los exaltados del otro lado, como Donald Trump, Marine Le Pen, Viktor Orbán o Tino Chrupalla, vivan hoy el mejor y más estelar de sus momentos con el peligro que ello conlleva.
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