Cisnes negros
«Por muchos culpables que hallemos, eso no devolverá, desgraciadamente, las vidas perdidas en este terrible drama»
Vivimos en un ecosistema social y mediático que ha decidido por decreto eliminar de su agenda algo tan inevitable como los accidentes, es decir, todo ... aquello que ocurre sin estar previsto y que provoca consecuencias indeseadas cuando no trágicas. Antes, se asumían los reveses del destino como parte del propio discurrir de la vida, hoy, sin embargo, eso no ocurre y, a cada paso, pretendemos explicar que todo siniestro podía haber sido evitado y, por tanto, buscamos culpables para ser juzgados y condenados en la plaza publica como si con ello pudiéramos revertir el desastre o conjurar el desconsuelo. Y nunca es así.
Ante un descarrilamiento ferroviario luctuoso nos negamos a admitir que existe, lamentablemente, el fallo humano y que no resuelve el drama culpabilizar a quienes no estaban al mando de la conducción del convoy. Lo mismo ocurre cuando se produce un siniestro aéreo porque el piloto cometió un error fruto de un fatal despiste, o cuando el accidente se produce en carretera. Podemos pedir la dimisión del responsable del asfaltado de la calzada o de un meteorólogo que no previó la dimensión de un desastre climático o del arquitecto que en los años sesenta proyectó un edificio sin medidas cortafuegos; pero nada de ello devolverá la vida a las víctimas en cada uno de los casos.
Lo imprevisible existe, nos guste o no. Y no nos gusta, obviamente. Hay imponderables, causas no planificadas ni conocidas, infortunios que siempre van a estar ahí, aunque debamos extremar, lógicamente, todas las medidas de seguridad que han avanzado mucho en todos los campos debido a la evolución de la tecnología. Para intentar explicarnos a nosotros mismos estos sucesos inesperados recurrimos a esa figura acuñada por el pensador libanés Nassim Taleb, que es el denominado 'cisne negro'. Hablamos del impacto de aquello que es altamente improbable. Esa improbabilidad no quiere decir que no ocurra ni que no nos afecte. La incertidumbre está presente en las sociedades desde el inicio de los tiempos y al igual que se produjo, en el final del periodo Cretácico, el impacto de un asteroide en la costa de México que oscureció los cielos y enfrió el planeta exterminando a los dinosaurios; algo similar podría volver a suceder 66 millones de años después sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo.
Pretendemos el control absoluto sobre todo. Saber qué va a suceder y cuándo va a ocurrir exactamente. Pensamos que cualquier desgracia es evitable y, en consecuencia, reclamamos responsables sobre los que descargar nuestra ira cuando la fatalidad se hace presente. Y siendo cierto que cada cual debe de asumir sus propias responsabilidades y debe aplicarse la ley en los casos de negligencia o desistimiento de las labores encomendadas, también lo es que eso no va a resucitar a las víctimas. La sociedad actual no se resigna ante lo inevitable, lo imprevisto o lo sobrevenido. Deseamos un dominio sobre el acontecer tan absoluto como imposible, sin acabar de entender que se trata de un esfuerzo inútil.
No interpreten estas líneas, por favor, como exculpación o justificación de nadie. Si hablamos de la DANA en la Comunidad Valenciana, no hay duda alguna de que su incompetente presidente no estuvo a la altura de las circunstancias ni por asomo y que deberá responder por ello. Ya saben, para las fiestas y los asuntos cotidianos todos valemos, pero donde se demuestra el liderazgo es en situaciones de crisis graves, y en esta ocasión, no se ha visto en absoluto. Pero, por muchos culpables que hallemos, eso no devolverá, desgraciadamente, las vidas perdidas en este terrible drama.
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