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Cincuenta años lleva ya soterrado El Franquismo en persona. Cincuenta años en descomposición, con lo que, salvo que se haya vuelto incorruptible, del dictador no deben quedar más que cuatro cachejos de hueso y polvo y un concepto del mundo que se ha vuelto demodé ... a golpe de progreso y tecnología. Cincuenta años que deberían haber bastado, a pesar del incremento de la esperanza de vida, para que no quedara ya ni medio nostálgico de aquella época. Porque ser nostálgico del franquismo, en 2025, es tan anacrónico como ser nostálgico de Fernando VII o de Alfonso X El Sabio.
Y sin embargo.
Aquí estamos, con alumnos de un instituto público ejerciendo su derecho etario a la rebeldía y la tontez coreando el 'Cara al sol' en una excursión. Con jóvenes que le dicen al CIS que verían bien un poco de autoritarismo si eso mejora sus condiciones de vida. Espóiler: no. Con el Gobierno convertido en organizador de eventos para conmemorar cincuenta años de postfranquismo porque cree que advertir de que vuelve el lobo le puede reportar réditos electorales. Con Vox convertido en el adalid de la memoria de las cosas buenas de una dictadura, en fin, incluso en un parlamento autonómico como el de Castilla y León. Con un país que aún no está preparado para estudiar la guerra civil y la dictadura en los institutos con la misma distancia con la que se estudian los visigodos.
Así que Franco, que debería ser ya solo un rescoldo frío, un apunte a pie de página, resulta que cincuenta años después de su muerte está pachucho, pero sigue dando la turra. Mal que nos pese a quienes creíamos que hacía cinco décadas que España había pasado ya esa página.
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