Para Yolanda Díaz, todos somos justos, benéficos y con tiempo libre
Carta del director ·
«Atornillar las leyes básicas de la economía no suele salir a cuenta, por mucho que a corto plazo parezca que 'favorece' a 12 millones de personas»Secciones
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Carta del director ·
«Atornillar las leyes básicas de la economía no suele salir a cuenta, por mucho que a corto plazo parezca que 'favorece' a 12 millones de personas»La Constitución de 1812, 'La Pepa', obligaba a los españoles no solo a profesar amor por la patria. Es «una de las principales obligaciones», rezaba ... su artículo sexto. Además, todos ellos, nuestros antepasados, debían ser «justos y benéficos». Este es uno de esos ejemplos de manual del voluntarismo constructivo con que algunos dirigentes (no solo políticos, ojo, de cualquier tipo) crean virtuosismos ideales en sus cabezas que, casi siempre, distan mucho de compadecerse con la realidad pura y dura. Justos y benéficos, nada menos. Los españoles.
Recuerdo hace muchos años cómo, en una conversación acalorada con un consejero sobre cierta polémica que surgió relacionada con los domingos en los que podrían abrir cada año las grandes superficies comerciales, me discutía una posición que yo ya defendía hace 15 años y sigo defendiendo hoy: el pequeño comercio no está amenazado por los Río Shopping ni los Hipercor, porque abran los domingos o cuando quieran me refiero, sino por movimientos culturales, sociales y de consumo mucho más profundos y, sobre todo, digitales. Entonces Amazon era todavía un proyecto de lo que luego ha sido. Basta señalar que en esos 15 años ha aumentado su valor en bolsa en más de un 6.600%.
Pero aquel consejero, buen tipo, inteligente incluso, se empeñaba y se empeñaba en rebatirme. Hasta que, en un arrebato de sinceridad y algo acorralado, zanjó la conversación gritándome: «Además Ángel, lo que la gente tiene que hacer el domingo no es salir de compras, sino pasear y hacer turismo en una casa rural». Claro, ¿cómo no se nos había ocurrido? Se acabó la conversación porque me mordí la lengua antes de decirle que, para eso, lo mejor sería cerrar también los hoteles los fines de semana…
En el universo ideal de aquel consejero, todo el mundo tenía posibilidad de hacer lo que él decía. Podía comprar entre semana o los sábados, sin problema. Y sobre todo, todo el mundo tenía que comprar o viajar cuando a él le pareciera bien, cuando fuese que encajara a la perfección en su plan para no estropear su esquema socioeconómico ideal acorde con su ideología y favorecer la buena relación que en aquel momento mantenía con los pequeños comerciantes y los sindicatos de clase.
Guardo más ejemplos en la memoria. La lista es inagotable. Nunca para de crecer, por lo que parece. Esta semana, de hecho, asistimos a la culminación de unas de esas genialidades económicas, fórmulas magistrales a las que nos tiene acostumbrados la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz: la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales. Ella es la que dijo, literalmente, que trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar. Hay que tener más tiempo libre. Podría decirse que Díaz es como la antítesis de esa única lección de economía que expresara en 1946 en un libro el experto analista y editorialista del New York Times Henry Hazlitt. «El arte de la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o medida política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores».
En las diapositivas que compartieron desde Moncloa el pasado martes, tras el Consejo de Ministros, se leía lo siguiente. «La reducción de la jornada beneficiará a un total de 12,5 millones de trabajadores del sector privado, 10,5 millones de trabajadores a tiempo completo y 2 millones de trabajadores a tiempo parcial». «El crecimiento de los márgenes y del resultado bruto de explotación en los últimos años es mayor que la media en aquellos sectores que tienen jornadas más largas y que se verían más impactados por la reducción de jornada». «Desde el año 1983 la productividad real por hora trabajada aumentó en España un 53% mientras que la remuneración real de los asalariados solo lo hizo un 22%. La jornada laboral máxima se ha mantenido inalterada desde entonces».
¿Cómo beneficiará el proyecto, si lo aprueba el Congreso, a esos trabajadores, que son los que, por ahora, no tienen esa jornada laboral máxima? Pues dependerá mucho de cada empresa y sector, pero cuando se reduce la jornada y se mantiene el salario, verán incrementados sus ingresos por hora trabajada, pero no ingresarán más. Tendrán dos horas y media semanales más de tiempo libre. Que depende de dónde salga esa media hora diaria, pues no da ni para tomarse un café.
¿Es cierto que el crecimiento de los márgenes y del resultado bruto de explotación se comportaron como dice? No tanto, el último informe del Observatorio de Márgenes Empresariales, de noviembre del año pasado, dice que «en el primer semestre de 2024 los márgenes sobre ventas (excluyendo los sectores energéticos) continuaron con la senda de crecimiento iniciada en 2023 y se sitúan en niveles similares a 2015». Y que «esta recuperación vino marcada por el aumento de los márgenes en los sectores relacionados con el turismo y la cadena agroalimentaria, mientras que se observaron descensos en la industria y se mantuvieron relativamente estables en los servicios no turísticos». Total, que no parece que todas las empresas se estén forrando. De hecho, ese margen es lo que habitualmente se llama EBITDA. O sea, que nada tiene que ver con la última línea de unos resultados económicos, pues ahí no entran los intereses ni los impuestos ni depreciaciones ni amortizaciones. Si los intereses y los impuestos crecen, será necesario un mayor margen bruto para un mismo resultado neto… ¿Y acaso no han subido ambas cosas, como las cotizaciones?
Y por último, la productividad. Si la ministra piensa que con ese desfase entre el crecimiento de la productividad del 53% y del 22% en los salarios la solución es porque sí, porque lo merecemos, porque mola, iremos de cráneo. Otro ejemplito sencillo. Si una empresa incorpora tecnología como para fabricar un producto o dar un servicio mejores sin necesidad de sumar personal ni más cualificado, ¿estará haciendo lo correcto? ¿Merecerá ganar margen que convertirá en beneficio y, parte de ello, en inversión? El argumento es tramposo cuando menos.
Atornillar las leyes básicas de la economía, la eficiencia, la oferta y la demanda, la productividad, la competencia y la creación de valor no suele salir a cuenta. Quizás a una ministra le baste, a corto plazo, con decir que saca adelante una ley que beneficia a 12 millones de personas. A largo, es jugar a los trileros, despistarse de lo importante y no enterarse de nada…
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