Una de las primeras leyes que Trump ha derogado de facto nada más jurar su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos es la ... Ley de Godwin. Ese principio, acuñado por el abogado estadounidense Mike Godwin en 1990, sostiene que «a medida que una discusión en Internet se alarga, la probabilidad de que surja una comparación con los nazis o con Hitler se aproxima a 1». Pues bien, la participación de Elon Musk y su saludo al más puro estilo hitleriano el pasado lunes desde la tribuna de oradores en la toma de posesión del dirigente republicano hicieron evidente que no hace falta alargar ningún debate. Menos aún en relación con los temores fundados que anticipan una nueva legislatura de Trump más radical y autoritaria, trufada con el aplauso y complicidad de un nutrido grupo de tecnócratas y multimillonarios. Los «amos del algoritmo», les llama Camacho en ABC. El magnate que lanza cohetes al espacio, el dueño de Tesla y de X, el que es considerado el hombre más rico del mundo según Forbes con un patrimonio personal de más de 200.000 millones de euros, desplegó todo un catálogo de gestos y expresiones narcisistas, propios de un malvado sacado de cualquier cómic de Batman. Entre ellos ese enérgico movimiento de su brazo derecho hacia el frente. Como un nazi. Cuando Hitler o Franco se convierten en cotidianos, es que en el discurso público la diferencia entre el bien y el mal se ha desvirtuado muy por encima de lo aconsejable.
En el mundo desarrollado nos hallamos hace mucho sobrepasados por líderes políticos aquejados de un trastorno descrito hace ya más de 25 años como el efecto Dunning-Kruger. Sus descubridores, los investigadores David Dunning y Justin Kruger, recibieron el premio Nobel por su trabajo. Fue definido como el sesgo cognitivo que hace que algunas personas dotadas de capacidades relativamente limitadas en áreas concretas tiendan, precisamente debido a esas limitaciones, a sobreestimar su capacidad y desempeño reales en esas áreas. Ese sesgo se aplica al razonamiento lógico, la gramática y las habilidades sociales. Por eso impacta especialmente en tareas humanas tan sensibles como la política en democracia, un ámbito en el que la percepción de la realidad, más allá de la realidad misma, ya domina con arrolladora exageración cualquier dialéctica pública, casi todas las decisiones de magnitud colectiva y cada nuevo impulso legislativo.
Ni Trump ni Meloni ni Le Pen ni Milei; o por quedarnos en España, ni Pedro Sánchez son prodigios de la argumentación y la retórica. Ni de la política. Mucho menos. Lo son del resultadismo, el espectáculo, la apariencia, el populismo, el corto plazo, la polarización, la demagogia y la falta de ética y escrúpulo. Aunque todos sin excepción, incluidos los que les hacen frente desde la oposición, se crean depositarios de una mezcla ideal del ingenio de Churchill, la audacia de Lincoln y el carácter de Adenauer. Musk proclama que su red social es un medio de comunicación y Pedro Sánchez dijo que «la verdad de las cosas es la realidad»... ¿Qué esperamos de quienes convierten en chatarra los más básicos remaches del sentido común y la decencia intelectual?
El contorsionismo deductivo de que hace gala nuestra dirigencia hace que nuestras democracias estén en manos de inferencias cada vez más básicas. Hay ejemplos a patadas. Tomemos dos muy de aquí, muy recientes. Y de distinto signo. El primero afecta al PSOE. Los actos que celebran la muerte de Franco buscan forzar un silogismo de cartón piedra que el presidente resucita constantemente. El enunciado de partida es que Franco fue un dictador amigo de fascistas patrios y extranjeros, un enemigo de la democracia. Hay un partido, Vox, que coquetea con el franquismo, que edulcora nuestra historia a favor del caudillo y encarna, conscientemente, su legado. Vox es igual a Franquismo, que es igual a fascismo, que es igual al mal absoluto. Luego todo aquel que se asocie con Vox entra a formar directamente parte de lo mismo, en este caso suele aparecer inmediatamente el PP. Sin matices, por tanto, y a costa de lo que sea, hay que levantar un muro contra «las derechas» reaccionarias que, si no lo remediamos, nos traerán un nuevo periodo negro sin libertades ni democracia. El «a costa de lo que sea» implica incluso cruzar líneas rojas democráticas como la clara separación de poderes, la ley de amnistía, determinados indultos o promover leyes que favorezcan la defensa de amigos o familiares implicados en procesos judiciales.
El segundo ejemplo afecta al PP y lo comprobamos el pasado fin de semana con el relevo en la presidencia de Telefónica. Estaba Alberto Núñez Feijóo en Valencia hablando ante un grupo de empresarios en la sede de la Confederación Empresarial de la Comunidad Valenciana (CEV) cuando pidió activar una «alerta antidemocrática», como Pablo Iglesias en 2018 tras las elecciones en Andalucía: «Alerta antifascista», reclamó entonces el de Podemos. Feijóo se pronunciaba así sobre la sustitución de José María Álvarez-Pallete como presidente de Telefónica por Marc Murta, propuesta por la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI). Su planteamiento era: Pedro Sánchez atesora un largo historial intervencionista. «Primero fue el CIS, después la Fiscalía General del Estado, el Tribunal Constitucional, el Consejo de Estado, más tarde Radiotelevisión Española, la Agencia EFE, el Banco de España, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia y un largo etcétera de empresas públicas». De ello deducía que ahora van a por «las empresas privadas». Nada que ver el CIS con una multinacional cotizada en Bolsa gobernada por un consejo de administración. Pero al margen de otras consideraciones relacionadas con sectores estratégicos, el dirigente popular obvia lo evidente, es decir, la fluida relación que tienen las grandes empresas privadas de este país con las instituciones públicas, todos los partidos en el poder, por supuesto el PP, y sus miembros más destacados. ¿Nombres?, para aburrir.
Las elites, los ricos que lo son por condena, se pueden permitir el lujo de ver la vida en blanco y negro, sin matices de grises. Pueden obviar la realidad y manejarse con simuladores y hologramas lógicos que cualquier mente honesta desmontaría en dos patadas. Pero nada de eso hará de este mundo un mundo mejor. Leamos lo que ha dicho que van a hacer Trump y Elon Musk, lo que está haciendo Sánchez, lo que proponen Le Pen y otros. Cualquier política puede servir para desquitarse, para compensar moralinas y abanderar una contrarrevolución, para cobrarse revanchas frente a tendencias ideológicas supuestamente progresistas que no lo son… Vale. Pero que nadie me diga que, porque hay una corriente predominante o creciente o de moda que adula y sostiene y empodera a estos personajes, el mundo es hoy objetivamente un lugar mejor. Es un mundo más inseguro, más desigual, peor protegido y menos libre.
Un apunte sobre Junts y el decreto ómnibus
Esta semana el Gobierno no ha podido sacar adelante una serie de medidas económicas que afectan a jubilados y los precios de transporte, entre otras cuestiones. El PP, Vox y Junts han tumbado ese decreto ómnibus en el Congreso y desde Moncloa se ha lanzado la tesis de que el PP es responsable, con su decisión, de que no se revaloricen las pensiones. Circunstancias aparte, lo elemental de este episodio es que vuelve a demostrarse la precariedad con que se abrió la legislatura de un PSOE en minoría calzado con Junts, ERC, Sumar, Bildu, PNV y demás... Y eso es mucho más grave que cualquier subida o bajada de precios porque expresa el deterioro de nuestra cultura democrática. No fue razonable ni sensata la moción de censura del PSOE ni la formación de un gobierno tan frágil y sometido a fuerzas que basan su éxito en la ruptura del país. Todo ello es la causa del tropezón del Gobierno, ni PP ni Junts ni Vox.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.