Nada más lejos de una idea del deber
Carta del director ·
«Presentar presupuestos en tiempo y forma son las formas, son los protocolos de la democracia, son las cosas que nos distinguen de otros modelos de sociedad que no son democráticos»Lo recordé hace unos días, cuando defendía que la Junta de Castilla y León debía presentar, según ley, en tiempo y forma, los presupuestos. Se ... acabaran aprobando o no. Es lo que debió hacer el año pasado y lo que ha hecho, bien es cierto que a trompicones, este ejercicio. La razón por la que sostenía tal cosa es, como he recordado en bastantes ocasiones a lo largo de muchos años, que los dirigentes políticos en democracia tienen que reservar un amplio espacio de sus responsabilidades a decisiones obligadas por el deber. Les cueste lo que les cueste. Es tentador no debatir una propuesta no de ley (PNL) en sede parlamentaria, dado que con antelación se sabe si saldrá adelante o no. Es más, salga o no, carece de carácter vinculante, por lo que el gobierno de turno puede tirarla si quiere a la papelera del diario de sesiones. Sucede igual con las preguntas parlamentarias. Pocos las escuchan, apenas si hay respuestas que aporten información y, en todo caso, se olvidan pronto o quedan superadas por el próximo tuit de Puente o la siguiente promesa imposible de cumplir…
Sigo alegrándome de que continúe adelante la tramitación presupuestaria. Aunque sea a salto de mata. Aunque la letrada mayor haya debido expresar a través de un informe su punto de vista técnico, irrebatible, rechazando que, como se pretendía, los presupuestos pudieran tramitarse sin techo de gasto. Aunque no haya tiempo de aprobarlos antes de fin de año. Y aunque, habiendo tiempo, no se terminen aprobando. Es lo que nuestros dirigentes políticos tienen que hacer. Como presentar PNL. Como hacer preguntas que no siempre son preguntas y que, por tanto, tampoco nadie responde. Son las formas, son los protocolos de la democracia, son las cosas que nos distinguen de otros modelos de sociedad que no son democráticos. Y lo tienen que hacer porque, si no, cualquiera diría que ellos están ahí solo para vendernos trampantojos, poses y frases hechas…
Este lunes, Diego S. Garrocho terminaba así su columna de El País: «En escenarios tan volátiles, me pregunto si no merecería la pena recuperar algún principio como hoja de ruta, y si no sería más fácil —y acaso más noble— desempolvar alguna idea de deber. De hecho, ninguna opción ideológica triunfa renunciando a sus propias utopías. Cuando nadie sabe qué demonios hacer, tal vez sería útil recuperar, así sea como hipótesis de trabajo alternativa, la opción de las convicciones. Caben peor en los colorines del PowerPoint y, a lo mejor, no inspiran gráficas dinámicas ni efectistas. Pero un criterio moral sincero puede acabar siendo el mejor patrimonio que cualquier político pueda tener». Con toda seguridad, cualquier partido puede observarse en el espejo de este mágico último párrafo.
Antes estuvo describiendo magistralmente el trabajo de la mayoría de los asesores políticos que merodean los gabinetes de nuestros líderes. Son como chamanes, hacen profecías y adivinaciones que estoy harto de comprobar cómo muy pocas veces se cumplen. Nunca olvidaré aquel día en el que Iván Redondo, uno de ellos, en el reservado de un restaurante de Mérida me quiso convencer de que Extremadura iba a ser la Texas de España y que por eso había que popularizar el gorro de vaquero. Contrataron a Miguel Ángel Perera, el torero pacense, para hacer un anuncio de turismo con estética tipo Thelma y Louise. Él lucía, somo supondrán, un sombrero de cowboy. [No es broma, puede verse aquí]. Cobran pastizales, casi siempre a cuenta de los contribuyentes. Y encima no suelen ser fiscalizados ni por sus propios clientes. Lo peor es que la especialidad de estos profesionales es hace tiempo un peligroso método de desocialización: decirle a cada ciudadano lo que quiera oír. Les ayudan la tecnología, las plataformas digitales, el egoísmo exagerado y la ignorancia. De modo que, ante unas elecciones, el vecino del cuarto puede votar a un candidato pensando que va a hacer justo lo contrario de lo que cree la vecina del tercero, a quien el mismo candidato le ha convencido con argumentos diametralmente opuestos incluso. Se trata de que, como ocurre en la sucesión de vídeos infinita de Instagram, cada uno tengamos a mano lo que nos gusta y reconforta. Eso es lo contrario de las convicciones, lo contrario de la moral y lo contrario de cualquier idea, ni aproximada, del deber.
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