Tres en la carretera
«Lo que para unos significa chapuzones en yates y hoteles con todo incluido, para mí es una tortilla fría con su porción de arena y bañarme hasta las rodillas»
Ya lo decía mi padre: es mejor salir de madrugada, hay menos tráfico. Lo que en el pasado consideraba una maldición bíblica, hoy se torna ... en premisa inmutable y perfecta, como respirar. Encendería un cigarro, pero tengo claro que es un vicio horrendo y ahora está proscrito. Además, jamás lo haría teniendo en el coche a la niña, no vaya a convertirla durante dos minutos en una fumadora pasiva de por vida y una adicta a mis mierdas de adolescente. De ninguna manera. Bastante tiene con admirar a un individuo de pantalones gigantes, tatuajes en la cara y una voz que le impide ser mejor cantante. Al menos la tengo convencida para ver 'La bruja novata' algún día en la tele del apartamento. Dos horas y diecinueve minutos durante los que volverá a ser mi pequeña y no tendré que restringirle el uso del teléfono de su madre.
No han dado las seis y ya estamos en ruta. Mi mujer quería un par de semanas en una de esas playas anegadas de domingueros que pretenden buscar la calma en un hervidero de incomodidad; yo buscaba paisaje de montaña con nubes por doquier, poca cobertura y el contacto social justo para comprar pan. Así que ambos hicimos un pacto con nuestros propios diablos y acordamos ir a Galicia, por aquello de unir mar, una densidad de población practicable, sol diurno y noches apacibles. Y el pan, claro.
Aún es pronto para poner la radio. Así que mientras atiendo a la conducción, mi mente escapa a lugares que a veces queremos mantener escondidos por si nos remueven. Escucharse es lo que tiene, que en ocasiones lastima, como en una canción desgarrada de Billy Joel. Lo que para unos significa chapuzones en yates y hoteles con todo incluido, para mí es una tortilla fría con su porción de arena y bañarme hasta las rodillas, porque el Atlántico será muy bueno para la circulación pero incompatible con la vida humana. Siempre se piensa en lo que pudo ser y no se consiguió, que es tan irrelevante y ampuloso como denostar los logros por no haber alcanzado otros éxitos. Miserias de los pensamientos solitarios. La gata Flora, en definitiva.
Como ya han dado las siete y el alba empieza a asomar por el horizonte, sintonizo la emisora. Bajita, para no molestar. Los altavoces escupen una historia veraniega sobre un hombre proclamado bicampeón mundial de comer sobaos tras haber engullido diecisiete unidades en ocho minutos. Y yo preocupado por salivar cuando pienso en las zamburiñas y el pulpo que planeo pasarme por la piedra en breve. Más tarde, narran que la persona al frente del ayuntamiento de Vigo ha empezado a promocionar la Navidad, y dado que tamaña majadería salpicada de los retazos de recientes escándalos copan la mitad de las noticias junto a las que deambulan entre hidratarse en estos días de infierno tórrido y evitar las horas centrales de la canícula, desconecto y regreso al silencio.
Me pregunto si podré leer un poco, regresar a historias que han estado abandonadas en la mesilla durante varios meses, soportando que apenas les concediera tres páginas por noche. Me siento culpable por desear que el litoral del noroeste nos obsequie con días nublados que permitan siestas sin sudor, y decido conceder, como una especie de semidiós meteorológico, un día de solana cada cuatro días. Que nadie me pueda decir que no me preocupo por las mías. Al momento, ambas despiertan, como si su sentido arácnido les hubiera alertado sobre mis deseos. Así que al tiempo que comienzan una diatriba sorda sobre el mejor lugar en el que desayunar, rehago mis anhelos divinos y me rindo a tener sol y sombra, como en los toros.
Veinte minutos después siguen discutiendo sobre opciones y yo, que sueño con un café desde que salimos, regreso al informativo que da su parte a las ocho en punto. Cierran con una vieja canción de La Guardia: «Quizás conviene tocar madera. No es buena amiga la carretera. Mirando al cielo seguiré pensando en ti». La tarareo y mi hija rezonga. La pierdo. Espero que al menos le apetezca cantar mientras vemos a Angela Lansbury.
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