Historia de una gasolinera abandonada
«Inés abre los ojos, ve que están llegando a destino y que su madre sigue hablando»
La vida pasa muy rápido a través de la ventanilla de un coche. Los campos apenas son un borrón amarillento y se nota el cambio ... regional al sentir el vértigo de un barranco a apenas centímetros de la abrasadora carrocería. Inés se fija en todo lo que sucede cruzando el cristal, como si este fuera un espejo y ella una Alicia parecida a la de Carroll. No sabe si es una niña normal, aunque mantiene que eso, en ocasiones, está sobrevalorado. Es verdad que no tiene demasiadas amigas y que prefiere cierta autonomía a estar jugando o utilizando un teléfono de continuo. Su madre lleva dos años preocupadísima insistiendo al colegio con que a su hija le pasa algo, porque sus padres son muy sociales y la niña a lo peor tiene un síndrome. Pero Inés, aunque recibe refuerzo de ampliación en las clases y tiene notas estupendas, sólo quiere aburrirse. Tanto con que los jóvenes deben tener menos estímulos para hacer trabajar su creatividad, y a ella se lo dificultan todo el rato con preguntas demasiado arbitrarias y rotundas conclusiones.
Inés viaja en verano varias veces cientos de kilómetros y le tiene sin cuidado la música que suene durante el recorrido. Lo que le cautiva es elucubrar sobre lo que ve en los costados del camino. Primero, escudriña el panorama en busca de algo que distraiga su atención. Cuando lo tiene, dedica el resto de la ruta a pensar cuál es la historia que se esconde tras el hallazgo. Al llegar al destino, redacta en un cuaderno de espiral ese relato con el que ha tropezado durante las vacaciones.
Noticias relacionadas
Hoy le está costando más que de costumbre dar con algo que haga reverberar su imaginación. Puede que tenga que ver la fiesta de cumpleaños a la que dos días después va a llevarla su madre. La homenajeada, además, es otra niña de su grupo con la que tiene poca sintonía, pero irá si conlleva que mamá se obsesione menos con su imagen pública. En esas está cuando lo ve. Se incorpora en el asiento y olisquea, durante los escasos segundos en lo que está a su alcance, todos los detalles posibles. Y cuando se pierde tras la luna trasera, se sienta y su cabeza empieza a indagar qué ocurrió con la gasolinera abandonada que acaban de rebasar. La vieja estación de servicio estaba cubierta de óxido y vegetación, así que es posible que dejase de operar hace más de cuarenta años… justo los que hace que se jubiló doña Cristina. ¡Menuda biografía la suya! Encontró marido cuando Manuel Reverte, buen mozo, puso un anuncio por palabras en el periódico buscando amistad y dando cuenta de ser formal. Cristina, que también se preciaba de serlo, leía periódicos y vivía en un pueblo cercano, respondió a la demanda. Pasaron seis meses hasta que se cogieron de la mano y dos años hasta que don Ignacio, el curilla, los desposó. De aquel aviso en el diario surgieron once hijos en trece años y medio. «La embarazadita», la llamaban por su escaso tamaño y su permanente estado de gestación. El señor Reverte, como le llamaban los empleados, adquirió un surtidor de gasolina anejo a la carretera más transitada de la comarca. «Era una oportunidad, Cristina», le dijo a su santa. Y ese fue el hijo número catorce, dando muchos momentos buenos a la familia, desde los beneficios económicos para sustentar a toda la prole, hasta cuando celebraban las preceptivas comuniones en su bar y patio trasero. Por desgracia, Manuel enfermó. Un día dijo que no podía levantarse y tres meses después lo depositaron en el camposanto. Cristina, que tenía de aquellas hijos en edad escolar, se hizo con las riendas del negocio y se enfundó el mono para que siguieran fluyendo la 'normal' y la 'súper'. Ninguno de sus sucesores quiso seguir con el legado de la casa, y con sesenta y alguno Cristina decidió que ya era suficiente. Vendió el terreno al gobierno de turno, al que sólo le interesaba el suelo por donde debía discurrir la nueva autovía. Y hasta hoy.
Inés abre los ojos, ve que están llegando a destino y que su madre sigue hablando. Calcula que necesitará un par de horas para pasar a palabras la aventura y que podrá hacerlo mientras el resto se bañan en la playa. También se percata de que aún le queda el trayecto de vuelta y hace algo que asombra a su progenitora: sonríe.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión