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Hace no muchos días, hemos celebrado el 42 aniversario del Estatuto de Autonomía de Castilla y León. Bueno, en realidad, lo han celebrado los políticos. ... No quiero erigirme en portavoz de nadie, pero me da la sensación de que la gente está bastante desilusionada. Nos vendieron el cuento de que la descentralización del Estado iba a servir para una mejor gestión de los servicios públicos y para reforzar nuestra identidad (que no sé muy bien lo que es: se lo preguntaré a mi psiquiatra) y ahora lo que tenemos, en lugar de un único gobierno, son diecisiete más, con todos los gastos suntuarios y estructuras hipertrofiadas que eso conlleva.
Las Cortes de nuestra región las preside un tipo que presume de no creer en la institución a la que representa y de la que cobra. Un puro disparate. La política es el único campo en el que se permite que sean los empleados quienes decidan y voten el sueldo que van a percibir. Ahí no suele haber ni discrepancias ideológicas ni cordones sanitarios. Y los políticos se tratan a sí mismos con munificencia, que significa (lo aclaro por si me está leyendo alguno de ellos) generosidad espléndida.
En Valencia, Carlos Mazón, que debería estar ya en la cárcel, no dimite porque, si lo hace, se pierde los quince años de sueldo «a los que tiene derecho» por haber sido un tiempecillo presidente de la Generalitat. Eso sí son unas buenas condiciones laborales.
Mantener un circo con tantos payasos sale muy caro. Entre los impuestos directos e indirectos, a un contribuyente normal se le esfuma la mitad del dinero que gana. Hagan las cuentas, si quieren, pero ya les digo yo que, hasta mediados o finales de junio, casi todos somos meros esclavos del Sistema. Y sí, por supuesto que hay que pagar la Sanidad y la Educación y mil gastos comunes más, pero ¿qué pasa con las hordas de asesores de utilidad dudosa, los cochazos, las prostitutas por catálogo y un largo etcétera? En la declaración de la renta deberían mencionar todos esos epígrafes que constituyen un despilfarro obsceno. Nuestro gestor nos consultaría: «¿Quieres marcar la casilla de juergas, mejunjes varios, publicidad absurda, mariscadas de cuatro cifras y ofrendas a Puigdemont?». Y responderíamos que no y nos quedaríamos tan satisfechos, aunque luego todo el dinero va al mismo saco y vete tú a saber dónde termina.
A veces, me invade la melancolía y me pregunto en qué momento de nuestra joven y ya muy deteriorada democracia hubo un punto de inflexión y los políticos dejaron de trabajar para la gente. Ahora, es la gente la que trabaja para los políticos.
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