El chicle del soterramiento
«Tenemos que pasar página de una maldita vez o seguir discutiendo como tertulianos energúmenos»
El otro día, de rebote, para refugiarme de la lluvia, acabé visitando la exposición que hay en el centro cívico de Pajarillos sobre la lucha ... de Valladolid por el soterramiento del ferrocarril. Básicamente, es una recopilación de noticias, algunas muy antiguas, cuando precisamente lo que hace falta en este asunto es pragmatismo y asumir que ya estamos en 2025 y que algunas oportunidades no volverán.
La exposición es más propagandística que divulgativa; le sobra demagogia y no resuelve el meollo de la cuestión: cómo financiar, en estos tiempos que corren, una obra de semejante envergadura. Curiosamente, en las informaciones periodísticas de la exposición no se habla de la deuda de los cuatrocientos millones por firmar aquella famosa carta ni del momento en que el mismo partido gobernaba en la ciudad, en la autonomía y en el país. Nunca como entonces hemos estado tan cerca de que se soterraran las vías. Nos pitaron un penalti a favor y lo mandamos a la grada.
He aprendido con esta exposición que la gente que no cruza túneles a diario es feliz y próspera e incluso más guapa y los que sí tenemos que hacerlo somos miserables y grisáceos. En la exposición, las fotos de algunos túneles son (y me quedo muy corto) poco favorecedoras. Según Cecilio Vadillo, el no soterramiento implica «la exclusión de más de 90.000 ciudadanos que viven al otro lado del muro». Fíjate tú: toda mi vida pudriéndome en algo parecido a la franja de Gaza y no me había dado cuenta. En fin: basta ya de bromas. Habré atravesado el túnel de las Delicias, sin exagerar, más de 20.000 veces, a horas muy dispares, y nunca he sufrido el menor percance. Mi barrio tiene problemas mucho más acuciantes que este.
Es absurdo preguntar a los vallisoletanos si prefieren el soterramiento o la integración en superficie, porque lo segundo ya está a medio hacer y hay una megaestación proyectada que ahora se pretende zancadillear. En cuanto al soterramiento, todo siguen siendo quimeras nebulosas. ¿Hasta cuándo van a seguir estirando este chicle? ¿Nos lo encontraremos en los programas electorales de 2040? ¿Nos meterán miedo en 2050 con la idea de robots atracadores, adictos a la gasolina de 93 octanos, agazapados en la penumbra de los túneles?
Cuando algo se politiza en España es para acabar, pasito a pasito, en el puro esperpento. Las decisiones urbanísticas deberían ser esencialmente técnicas y quirúrgicas, aunque duelan. Tenemos que pasar página de una maldita vez. O seguir discutiendo como tertulianos energúmenos y quedarnos sin soterramiento, sin integración y sin futuro.
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