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Las luces de misiles y proyectiles antiaéreos destripan la noche. Abajo, la vida se vuelve incierta. Braman los impactos. Gritos. Llamas. Alarmas. Ojos y oídos ... abiertos... Esta descripción vale para Tel Aviv y para Teherán, para Israel e Irán, los dos países gobernados por dirigentes que se odian.
«Me dije a mí misma: 'Ya está, voy a morir'». Gimel tiene 50 años. Estaba sola en casa, con la única compañía de su perro. «Escuché las sirenas y pensé en bajar al refugio antiaéreo, pero antes corrí al baño. Sentí dos explosiones y pensé que todo había terminado. Todo se me vino encima. El techo se derrumbó por completo», detalla. Pudo salir de entre los cascotes y caminar hacia un lugar seguro. «Me crucé con un vecino cubierto de sangre». Gimel es israelí. Vive en Tel Aviv, aunque su relato bien pudiera ser el de Elham, una mujer iraní que reside en Teherán. Se sentía paralizada, atrapada entre las bombas hebreas y un régimen islamista autoritario. «No tengo ni miedo ni esperanza», cuenta en la BBC. La situación es tan difícil aquí y la desesperanza es tal que no siento ninguna emoción en particular. Es como si todos estuviéramos al final del camino. Somos como muertos que se mueven como si estuvieran vivos».
El horror habla todos los idiomas. Libat Vaknin, como recoge 'The Times of Israel', pidió ayuda a través del Canal 12 para encontrar a su padre, desaparecido tras el impacto de un misil iraní. «No llegó a tiempo al refugio. Mi hermano salió corriendo a buscarlo. Hubo una onda expansiva y resultó herido. No sabemos dónde está mi padre». Voz desgarrada. Muchos edificios en Israel cuentan con zonas blindadas y algunos apartamentos disponen de habitaciones reforzadas. Les protege además la cúpula antimisiles de la que tanto presume el Gobierno de Benjamín Netanyahu. Aun así, algunos proyectiles alcanzaron bloques de viviendas. Sembraron el terror. «Nunca había visto algo así», confiesa Baruch.
En la ciudad de Rehovot hay al menos 42 heridos, entre ellos un anciano superviviente de los campos de concentración nazis. Los equipos de rescate lograron salvarlo tras haber pasado horas bajo los escombros. En uno de los barrios más antiguos, donde muchas casas no cuentan con refugios antiaéreos, varios residentes con heridas esperaron en la calle la llegada de ambulancias. Los que accedieron a los refugios salieron ilesos, aunque durante ese rato allí metidos se sintieron «enterrados en vida».
Al otro lado de esta guerra que cae de los cielos, Sareh, una mujer iraní, trata de expresar su contradictorio estado de ánimo en 'The Washington Post' mientras retumban las bombas israelíes: «Sentí felicidad por la muerte de los líderes que durante tanto tiempo han reprimido al pueblo de mi país. Luego sentí incredulidad». Están habituados a pasar en un chasquido de la esperanza al desasosiego. Algunos iraníes aplaudieron los ataques de Israel;otros se sintieron aterrorizados. «Entiendo a los dos –asegura Behnaz, madre soltera–. En algunos momentos coincido con unos y luego con los otros».
Temen que, como ha amenazado Netanyahu, «Teherán arda». También hay muchos ciudadanos que apoyan sin fisuras al régimen. «No cederemos hasta la completa destrucción de Israel. Deben ser borrados del mapa. Apoyaremos al ejército con nuestras vidas», repite una mujer cubierta con un pañuelo.
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