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Hay un pasaje en 'El camino' en el que Daniel, el Mochuelo, reflexiona sobre la importancia de tener un mote, de ser rebautizado por la comunidad en la que vives. Pocas afrentas peores puede sufrir uno en su pueblo que la de no merecer un mote. Porque los padres nombran a su antojo y ese nombre poco o nada tiene que ver contigo, pero el origen de un mote está en la percepción que los demás tienen de ti y, quizás, de toda una familia. No recibir uno es poco menos que ser invisible. Incluso aunque sea horrible –a menudo cruel– el apodo no deja de ser una muestra de reconocimiento y cariño; de pertenencia. Una prueba irrefutable de que existes.
Saber que perteneces a un lugar, a una comunidad, a este mundo… equivale a saber que tu vida no es del todo indiferente, que tus emociones y tu sufrimiento no son ajenos a los que te rodean. La importancia de saberse reconocido en la mirada del otro es uno de los temas recurrentes que habitan las novelas de Miguel Delibes, una de las muchas formas en la que se expresa el profundo humanismo que caracteriza y vertebra toda su obra. Deliberadamente, el autor puso al Hombre en el centro de su obra, con sus aciertos y sus fallos, sus carencias y grandezas, sus novelas son sus personajes en su lucha por la vida. La dignidad humana late con fuerza en la obra de Delibes, porque en ella, cada personaje –cada persona– siempre es digna de comprensión. Despierta así en nosotros, los lectores, un sentimiento de fraternidad, de compasión –entendida en el mejor de los sentidos, la capacidad de empatizar y de compartir el dolor y la pasión ajenas–. Incluso hacia sus personajes más malvados, porque en su obra, todo ser humano, por el hecho de serlo y sobrellevar lo que supone estar vivo, es digno de compasión. Esta es la esencia de la filosofía humanista.
José Manuel Rodríguez Uribes
Huyendo de la simplificación y de la denuncia social fácil, Delibes supo hacer de las debilidades del Hombre su mayor activo para combatir la deshumanización que caracteriza a las sociedades modernas –y que afecta especialmente a las urbes–, aquellas en las que tantas veces un progreso insostenible siembra víctimas de injusticias y abusos.
El humanismo tiene en el autor una doble vertiente que se refleja en su profunda defensa por la conservación del medio ambiente, frente a la agresión de las sociedades civilizadas a la Naturaleza y el 'falso progreso' que arrasa con ella. Y es que en su obra, los paisajes, el entorno, son tan protagonistas como los personajes, merecedores de la misma simpatía, admiración y comprensión. Tomando prestado el calificativo de Javier Goñi, este ecologismo humanista de su obra –porque Delibes fue ecologista antes incluso de que existiera el término–, encuentra sus raíces en la defensa del mundo rural, del campo y la naturaleza como fuente de autenticidad y sabiduría de nuestras sociedades, y no deja de ser también otra vertiente de la defensa del ser humano y de su dignidad, pues el destino de la humanidad está irremediablemente ligado al del entorno que habita; la aniquilación de uno significa la inevitable muerte del otro. Delibes anticipó medio siglo antes la desolación que traería ese despoblamiento que ahora afrontamos en España, pero también atisbó las consecuencias de la destrucción del mundo y la cultura rural como un corolario inseparable de los desastres medioambientales que nos acechan. Su discurso ecologista pasó así del subtexto de sus primeras obras a una rotunda y demoledora crítica abierta en ese formidable anticipo de la tragedia medioambiental que es 'Un mundo que agoniza', y el espléndido alegato contra el sinsentido del progreso consumista que ya fuera su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1975, 'El sentido del progreso desde mi obra', donde la deshumanización equivale a la desnaturalización: «En la naturaleza apenas cabe el progreso. Todo cuanto sea conservar el medio es progresar, todo lo que signifique alterarlo esencialmente es retroceder».
José Manuel Rodríguez Uribes
Algunos de los rasgos de Delibes evocan notables coincidencias con el gran pensador ecologista y libertario Henry David Thoreau, conocido también como el padre de la moderna desobediencia civil. En la conferencia que impartió en el liceo de Concord en 1851 y que luego pasó a ser el ensayo titulado 'Walking', Thoreau explica la etimología del verbo 'saunterer' –no tanto caminar como deambular– que, como 'El camino', tiene tanto que ver con el peregrinaje de la vida:
«En el curso de mi vida me he encontrado sólo con una o dos personas que comprendiesen el arte de Caminar, esto es, de andar a pie; que tuvieran el don, por expresarlo así, de sauntering [deambular]: término de hermosa etimología, que proviene de 'persona ociosa que vagaba en la Edad Media por el campo y pedía limosna so pretexto de encaminarse a la Sainte Terre', a Tierra Santa; de tanto oírselo, los niños gritaban: 'Va a Sainte Terre': de ahí, saunterer, peregrino. (…) La verdad es que hoy en día no somos, incluidos los caminantes, sino cruzados de corazón débil que acometen sin perseverancia empresas inacabables…»
Quiero imaginar que en esa orden imaginaria de 'saunterers', para la que Thoreau aventuraba solo uno o dos compañeros, habría incluido con gusto a Miguel Delibes, un hombre comprometido, sencillo y coherente, que tantas veces recorrió a pie nuestra España, especialmente Castilla, para conocer a sus paisanos, y que, como Thoreau, practicaba ese profundo sentido del caminar. Aun cuando una vida no basta para resolver desafíos inagotables, Delibes nos sigue mostrando el camino con su lúcido universo literario, uno poblado por personajes cuyos principios vitales y morales no son otros que los de su creador, los mismos que su obra consigue inspirar en cada afortunado lector:
«Sentimientos que anidaron hace siete lustros en el corazón de mis personajes: solidaridad, ternura, mutuo respeto, amor; el convencimiento de que todo ser ha venido a este mundo para aliviar la soledad de otro ser».
Gracias, Delibes, por imaginar y construir un mundo en el que nadie está nunca verdaderamente solo. Y gracias al tiempo por vindicar especialmente con 'El Hereje' la importancia del ser humano, de cada ser humano, único e irrepetible, con autonomía moral, libertad de pensamiento y de conciencia y dignidad.
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