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La Colegiata de Toro. Fotos de Javier Prieto
Increíble Toro

Increíble Toro

Una densa historia y mucho arte que contemplar en un paseo por esta ciudad de afamados vinos

Javier Prieto

Toro (Zamora)

Jueves, 27 de diciembre 2018, 18:26

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o sé muy bien si es Toro la que se asoma al Duero o es el Duero el que se acerca tanto a Toro que casi se la lleva por delante. El caso es que desde el mirador del Espolón lo que se ve es el giro de noventa grados que este río, señor entre señores, se marca a los pies mismos de la colegiata. Es como si, abrumado ante tanto arte y hermosura, en vez de girar con otro rumbo le rindiera una gentil genuflexión. Gesto que hay que valorar en lo que vale cuando hablamos de un río que es capaz de tajar algunos de los cañones fluviales más increíbles de Europa no muchos kilómetros más allá y tan solo por la cabezonería de no dar su brazo a torcer. Y esa es solo una de las cosas increíbles que uno percibe en un paseo por esta ciudad tan salpicada de conventos, palacios, iglesias y callejas recoletas. Otra es descubrir algo que ya intuía: que bajo esa ciudad ennoblecida por el paso y el peso de la historia existe un mundo paralelo, un laberinto oscuro y silencioso que está en el origen de sus afamados vinos, las bodegas que fueron extendiéndose durante siglos entre los cimientos de las casas como arterias que quisieran llegar a todos los rincones de un ser vivo.

Un ser vivo con tantos siglos a sus espaldas que ni siquiera pueden contarse a ciencia cierta. Un toro de granito colocado ahora a las puertas del alcázar viene a recordarnos la ocupación celtíbera de estas explanadas con largas vistas sobre la vega fértil de un Duero que debió sentirse como una muralla infranqueable.

El alcázar, justo detrás, de lo que habla es de las repoblaciones llevadas a cabo por el hijo de Alfonso III el Magno a finales del siglo IX y principios del X, con colonos llegados de Asturias, Navarra y Vasconia. De ahí en adelante la ciudad fue ganando peso e importancia en el juego de las estrategias que se traían entre manos los poderosos, para brillar con especial intensidad entre los siglos XII y XVI. Un papel notable que se fue cimentando en acontecimientos como la firma, en 1218, del reconocimiento de Fernando III como rey de Castilla; las diversas Cortes celebradas aquí en los siglos XIV y XV o la célebre batalla que el 1 de marzo de 1476 desbarató, en favor de Isabel 'la Católica', las pretensiones que la princesa Doña Juana 'La Beltraneja' tenía de ocupar el trono de Castilla, al que aspiraba.

De gran importancia fueron también las Cortes convocadas aquí de nuevo tras la muerte de la reina Isabel en 1505 por su viudo, Fernando 'el Católico'. Una reunión de alto nivel en la que se leyó el testamento de la reina, confirmando a su hija Juana como reina de Castilla, y se promulgaban las conocidas como Leyes de Toro, el conjunto de normas básicas del derecho civil castellano, dictado un poco antes del fallecimiento de la soberana, cuyo valor estriba en haber encarrilado el ordenamiento jurídico español de los siglos posteriores. Digamos que la buena estrella de Toro se torció tras el apoyo prestado al bando perdedor en la Guerra de las Comunidades contra Carlos V en 1521. A partir de ahí llegó un largo periodo de decadencia en el que tuvo tiempo, no obstante, para ser capital, hasta la reordenación administrativa de 1833, de una extensa provincia que incluía, además de las de Toro, tierras de la ribera palentina del Carrión o cántabras de Reinosa.

Leído lo previo seguro que se entiende mejor el largo reguero de caserones, escudos nobiliarios, iglesias monumentales y conventos que salpican el apretado callejero de su casco viejo. Ese que fue creciendo, bien pegado al río y sus precipicios, con la colegiata como centro al que se dirigen siempre calles y miradas.

Pero ante tanto y tan bueno conviene no dejarse deslumbrar por lo inmediato, que sería sumergirse sin preámbulos en las penumbras de la colegiata. Conviene mucho más comenzar por el principio, que no es otro que acercarse hasta la Oficina de Turismo. La encontramos en el interior del alcázar, en uno de los extremos del paseo del Espolón y es la mejor manera de organizar prioridades. Según el tiempo disponible y el apetito de cada cual encontramos, en el menú de visitas, las guiadas que incluyen rincones tan sugerentes –y a menudo a tras mano de la visita más tradicional– como la plaza de toros, una de las más antiguas de España o el teatro Latorre, de estilo isabelino, construido en 1845. También organizan circuitos diarios visitando tres de las decenas de bodegas tradicionales que corren por el subsuelo toresano: la del Ayuntamiento, la de la Cámara Agraria y la bodega del Palacio de los Condes de Requena.

Para quienes prefieran deambular por libre, combinando así según el gusto visitas a monumentos y paradas para catar la gastronomía y caldos locales que se ofrecen en el entorno porticado de la plaza Mayor, existe la posibilidad, muy interesante, desde luego, de adquirir un bono de 5 euros con derecho a entrar en cinco de sus monumentos más principales: la colegiata y las iglesias de San Salvador, San Sebastián de los Caballeros, el Santo Sepulcro y San Lorenzo el Real, cada uno dotado, para no perder detalle, con su correspondientes audioguías. Al margen del bono, aunque no de las visitas más que recomendadas, quedaría el monasterio del Sancti Spiritus.

Y ahora sí. La colegiata es el monumento emblemático de la ciudad. Se ubica junto al espléndido mirador del Espolón sobre la vega del Duero y con vistas a su espectacular puente medieval. El templo abarca un periodo de construcción de en torno a cien años, entre mediados del siglo XII y 1240, acusando un estilo de transición del románico al gótico. Se levantó en dos fases, que quedaron reflejadas, además por el estilo, también por el color de las piedras, las primeras calizas, más claras, y las pertenecientes al segundo periodo, areniscas, más rojizas. La planta del edificio recuerda a la catedral de Zamora y copia el Cimborrio de la Torre del Gallo de la catedral salmantina.

Desde luego, su elemento más deslumbrante es la puerta occidental, denominada Portada de la Majestad o Pórtico de la Gloria. Protegida y a cubierto, la luz natural permite contemplar en todo su esplendor la profusa policromía de este pórtico –con más de 14 capas de pintura– recuperada tras 11 años de meticulosa restauración. El conjunto iconográfico es un maremágnum de figuras atrapadas en las columnas y arquivoltas. Apóstoles, obispos, mártires, abades, ángeles y 18 músicos se exhiben sobre el abarrotado tímpano en diferentes actitudes. En la última arquivolta se muestra una sobrecogedora representación del Juicio Final, con hileras de muertos resucitados y una impactante representación de los tormentos que se cuecen en el Infierno. No falta en este caso una poco frecuente representación del Purgatorio y sus llamas purificadoras de almas.

Entre la gran cantidad de obras de arte que atesora el templo es famoso el cuadro de la 'Virgen de la mosca', que puede contemplarse en el museo de la sacristía. La subida a la torre, desde la que se contempla una espectacular panorámica de la ciudad y la vega, exige el esfuerzo de salvar los 138 escalones de su escalera de caracol.

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