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La iglesia de San Martín de Bonilla. Fotos de Javier Prieto

La favorita de reyes y obispos

Bonilla de la Sierra forma parte del distinguido club de los Pueblos Más Bonitos de Ávila

javier prieto

Jueves, 14 de marzo 2019, 18:48

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Algo debe de tener Bonilla de la Sierra para que en el pasado fuera escogida como lugar de residencia episcopal al que retirarse los meses de verano y ahora, desde el 1 de enero de 2019 concretamente, haya sido la primera localidad de la provincia de Ávila en entrar a formar parte del distinguido club de los Pueblos Más Bonitos de España.

Así se las gasta esta pequeña y encantadora localidad del valle del Corneja, tranquila y apacible como ella sola, aunque algo más revuelta de lo habitual, a decir de algún vecino, desde que ha empezado a correr por ahí fuera la noticia de su ingreso en una lista que depura lo mejor de lo mejor entre las localidades de cada comunidad autónoma.

Y es que la 'Bona Villa', como aparece nombrada en algunos documentos del pasado, ha sabido conservar medianamente enteros importantes retazos de un pasado en el que también se supo escogida entre todas las demás como la favorita de reyes y obispos. Por algo sería.

La cosa empezó cuando el obispo abulense Domingo Blasco recibió Bonilla como una donación en el siglo XIII. La proximidad a la capital, de la que dista 65 km, los aires frescos del pie de sierra y la abundancia de dehesas en un entorno que señorea el río Corneja, debió de seducir a la cúspide clerical que, poco a poco, fue favoreciéndola, frente a otras villas episcopales, hasta convertirla en la más importante de todas. Es decir, hacia la que enfilaban con toda la tropa de clérigos que formaban su séquito administrativo en cuanto los calores del verano hacían presencia en Ávila.

Así, en el siglo XIV Bonilla era ya una notable villa medieval bien protegida por una muralla que la cerraba por completo, un castillo-palacio que sumaba a las de la muralla sus propias defensas y una torre, la de la colegiata, capaz de convertirse en fuerte si ello fuera menester. Tan bien protegida estaba y con tantas defensas que fue el lugar al que vino a guarecerse el mismísimo rey Juan II cuando sintió sobre su cogote el acoso al que lo estaban sometiendo los Infantes de Aragón en su anhelo por quedarse con la Corona de Castilla. Un siglo antes, en 1384, ese palacio episcopal bien servido de almenas y matacanes había acogido las discusiones del sínodo diocesano en el que se redactaron las conocidas como Constituciones Sinodales de Bonilla.

Otro distinguido huésped que habitó, trabajó y escribió entre esos mismos muros fue Alonso de Madrigal, apodado 'El Tostado'. Había llegado a Castilla en 1444 llamado por el rey Juan II para que formara parte de su Consejo Real. Diez años después fue el mismo rey quien impulsó su nombramiento como obispo de Ávila pero el cargo solo le duró un año: falleció en el castillo de Bonilla en septiembre de 1455. Alonso de Madrigal, cuyo semblante podemos contemplar en el espectacular sepulcro de alabastro que realizó Vasco de la Zarza para su enterramiento en la catedral de Ávila, fue un prolífico escritor y uno de los más importantes teólogos de su tiempo.

Hoy los restos de ese castillo, de entre los que se ponderan unos frescos del siglo XV que dicen que lo embellecen por dentro, son un misterio para la mayoría de los visitantes. Un cartel plastificado avisa en la puerta de que verlo por dentro exige un estricto protocolo: solo es posible los «primeros cuatro lunes de cada mes» si se está allí de 9:30 a 10:30.

Pero al paseo por esta villa, bonita además de buena, le quedan todavía varios rincones con los que disfrutar. El primero, se habrá visto nada más llegar, es el arco medieval de su puerta de Piedrahíta, la única que queda en pie de las cuatro que franqueaban el paso de la cerca amurallada. Su orientación a poniente, el resguardo que brinda al relente de la tarde y el hecho de que a ella aboque la carretera que llega desde la N-110, convierten sus poyos en los preferidos por muchos vecinos para ver morir el día. También para entretener el rato separando del montón a los propios de los extraños.

Se entre por donde se entre, en Bonilla es inevitable que el empedrado de sus calles tarde más de minuto y medio en llevar hasta su monumental iglesia de San Martín, originalísimo templo de trazas góticas plantado en medio de la plaza Mayor. Su hilera de pináculos con gárgola, remate de los contrafuertes que mantienen en equilibrio el templo, sobresale por encima de los tejados del pueblo como si fuera la melena de una gigantesca iguana de la prehistoria. Algo que no casa para nada con los aires de sosiego y paz que emanan de esta plaza porticada. En uno de sus laterales, entre el templo y el castillo, se alza un crucero gótico con inscripciones. Si es posible, merece la pena asomarse al interior de la iglesia (se visita los sábados de 10:00 a 13:00 horas o llamando al 649 340 943), con un buen repertorio de obras de arte y capillas, entre la que sobresale la de los Chaves.

Como también merece la pena, y mucho, preguntar por el pozo de Santa Bárbara. Construido en un lateral de la población, junto a la muralla y próximo a la puerta de Piedrahíta, este aljibe medieval presenta la particularidad de permitir el acceso a sus profundidades mediante una escalinata abovedada de 24 peldaños y 11 metros de longitud construida en piedra de cantería. Con la misma sensación de bajar al fondo de una mazmorra, sorprende el color lapislázuli del agua cristalina, cuyo fondo aún está tres metros más abajo del punto donde acaban los peldaños. La enorme boca del pozo, que tiene 3,60 metros de ancho en la superficie, revela que estuvo entre sus funciones recoger el agua de lluvia. Y la magnitud de la obra, que pudiera datar de los siglos XII o XIII, la importancia que quienes fortificaron Bonilla dieron a contar con agua potable y fresca para resistir cualquier asedio. Incluido el de los flojos calores que casi siempre se gasta el verano de la sierra abulense.

Ya por fuera de las murallas, puede rematarse la visita con otro de los tesoros que ofrece Bonilla a quienes gusten de andar por los caminos. Y es la encantadora dehesa que se extiende desde el pueblo hacia el sur. Una forma de gozarla es recorrerla a pie o en bicicleta por el llamado Camino de Piedrahíta que lleva en 4 km hasta el olvidado y encantador puente medieval de Chuy sobre las aguas del Corneja.

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