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Savater y Angélica Liddell, contra los 'discursos baba': «La mierda sigue bajo la alfombra»
El filósofo y la dramaturga recuerdan que «hay que odiar la violencia, pero no la palabra que la expresa»
«Hoy nadie se enorgullece de odiar. Y eso es positivo. Pero el odio está ahí, tapado de buenas palabras», dice el filósofo Fernando Savater, participante en la primera sesión dominical del Foro de la Cultura, un ágora de ideas que durante esta semana ha reunido a cuarenta escritores, políticos, humoristas y creadores en Valladolid para reflexionar en torno al odio.
Entre ellos, Savater y Angélica Liddell, escritora, dramaturga, actriz, quien entiende que hoy el odio «no está de moda». «Ahora triunfan los mensajes motivacionales, las reivindicaciones positivas. Vivimos en un momento de discursos baba, aprendidos para no molestar. El discurso público es absolutamente hipócrita, pero la mierda sigue ahí, debajo de las alfombras», indica Liddell, quien se pregunta hasta qué punto ese lenguaje y esas palabras políticamente correctas pueden influir, con el tiempo, en el propio comportamiento, «construyendo una nueva manera de pensar».
Pero, de momento, ese lenguaje buenista es una máscara. «Aunque dejemos de pronunciar la palabra miedo, el miedo seguirá existiendo», asegura Savater. Y habrá gordos, aunque haya editores y grupos de presión que no quieran estas palabras en las novelas de Roal Dahl, como se ha visto en la última polémica políticamente correcta del mundo cultural. Frente a esta «literatura anestesiada», Savater y Liddell reivindican precisamente el poder del arte a para señalar las heridas y sublimarlas.
«No se pueden esconder los malos sentimientos y hay que aprender a nombrarlos y convivir con ellos. Todos nos manejamos bien con los momentos buenos y generosos, El problema es qué hacemos ante los problemas mezquinos y agresivos. El discurso puede ser buenista, pero luego la realidad es despiadada», indica el filósofo, quien invitó a perderle el miedo a las palabras. «Lo que hay que odiar es la violencia, no la palabra que lo expresa».
Por eso, Liddell reivindica el poder del arte, «espejo y sublimación» de la realidad. «Hace falta una sociedad elevada para comprender lo inmoral. Y lo inmoral en el arte es lo que nos enriquece como sociedad», porque nos lleva a plantearnos preguntas incómodas y a buscarle respuestas. Pero, al mismo tiempo, y frente a ese lenguaje hipócrita que disfraza las malas intenciones de algodón de azúcar, hay una corriente polarizada (y casi siempre anónima) que esparce odio a través de las redes sociales. «Lo mejor en esos casos es no hacerle caso, no leerlo, no estar pendiente. Si te metes ahí, aunque no quieras, te ensucias. Y siempre deja en ti un poso de amargura», apunta Savater.
¿Cómo manejarse entonces ante los embates del odio ajeno y las amenazas de los odios propios? «Lo peor es cuando el odio se asocia a la capacidad de hacer daño, cuando ese odio se transforma en una acción dañina. Porque muchas veces no son ni siquiera odios, sino prejuicios. Y al conocer a la otra persona, se pierden», indica Liddell.
«Sería anómalo no sentir odio», dice Savater, quien recuerda que, como seres humanos, «no a capacidad de odiarpodemos aprobarlo todo. Tenemos una capacidad para aprobar y rechazar cosas». Odiamos ideas, estéticas, músicas, modas. Y, a continuación, Savater recuerda a Concepción Arenal, cuando suubrayó que una cosa es odiar el delito y otra al delincuente. «Lo preocupante es convertir ese sentimiento en un odio hacia las personas. Por ejemplo, el odio raciaes lo más abyecto que hay, porque nadie puede modificar la raza que tiene. Uno es responsable de sus actos (que se pueden modificar), de sus ideas (que se pueden cambiar), pero no puede serlo de su raza», apunta Savater.
