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Naturaleza, músicos y el enviado de Dios
Bryan Adams reina en una noche para el recuerdo en Gredos
Vivir en un tiempo de prisas excesivas, poca atención y nula paciencia lleva, con frecuencia, a estar rodeados de eventos, citas y famosos con fecha ... de caducidad. Músicos en la Naturaleza, en su decimoctava edición, se rebeló y creó un cartel canónico de artistas consagrados y talentosos, modelo que, a pesar de ser residual en la radio comercial del momento, congregó a más de diez mil asistentes el sábado en Hoyos del Espino (Ávila).
El festival se celebra desde 2006 en un marco natural impresionante, en plena Sierra de Gredos, habiendo contado con figuras de calado global a lo largo de su historia como Bob Dylan, Sting o Mark Knopfler y emblemas del pop rock en castellano de las que podría destacarse a Joaquín Sabina o Andrés Calamaro. Es posible que uno de los puntales del concierto, aparte de su exquisita organización, sea que circunscriba el acto a tres actuaciones (y media) en lugar de esas macrofiestas con varios escenarios, veinticinco grupos y una estructura horaria titánica que se llevan hoy en día y te hace perderte shows emergentes para poder ver a los más deseados. Es como si Músicos en la Naturaleza quisiera que te fundieras con el ecosistema que te acoge e inocula cierta paz, que escuches con atención y disfrutes del espectáculo con plenitud. Sólo faltaría que te obligaran a dejar el teléfono móvil a la entrada, pero quizá sea un anhelo excesivo.
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Los conciertos de Texas y Jack Broadbent, en 'Músicos en la Naturaleza'
El telonero de la tarde fue el británico Jack Broadbent, un guitarrista con aires más sureños que de Lincolnshire y que suena como si cogieras tu chaqueta de cuero preferida, la atases al maletero del coche y la arrastraras por las carreteras más pedregosas de la región. Una chaqueta, por cierto, que ni se queja ni se agujerea, pero que necesita cierta hidratación para seguir rodando por las piedras y el polvo: un par de vasos de whisky . A eso suena en cada canción. La gente no le hizo demasiado caso, que es lo que suele suceder cuando se ha ido a por un par de platos fuertes y te sacan unas aceitunas (buenas) de aperitivo: ni las tocas. Pese a ello, Jack demostró su empaque con media hora en la que le dio tiempo a versionar a Canned Heat o Ray Charles y dejar claro que seguirá siendo esa chupa de piel cuarteada que se rompe el trasero en salas de poco aforo con canciones de alto octanaje.
Texas beben del soul y la música de color de los setenta, por mucho sintetizador y maquinita que suenen en los discos
Eran las nueve cuando abrió el fuego de la primera línea Sharleen Spiteri al frente de Texas. Empezar el turno con el mayor éxito de tu carrera, «I don't want a lover», es una declaración de intenciones. Se trata de poner las cartas sobre la mesa desde la primera nota y, a partir de ahí, ganarte al público. Texas beben del soul y la música de color de los setenta, por mucho sintetizador y maquinita que suenen en los discos, y eso se ve en los directos y se palpa en la voz grave en la que navega cómoda la cantante escocesa. Fueron cayendo éxitos ('Halo', 'When we are together' o 'Summer son') junto a piezas menos conocidas como el intrascendente 'Hi'. La luna asomaba por encima del escenario de Gredos cuando sonó la versión acústica de 'In demand'. A veces hay comunión con la audiencia y a veces se aprecia que acabas de metértela en el bolsillo. «Black eyed boy» fue el culmen de una escalera subida acorde a acorde. Parecieron despedirse con su número uno de 1997, 'Say what you want', que dejaba la sensación de haber sido suficiente, pero volvieron a las tablas para 'Inner Smile' y un cierre suculento con el 'Suspicious minds' de Elvis Presley.

Las montañas, aún nevadas, dieron la bienvenida a Bryan Adams. Ahí comenzó el delirio porque el canadiense, el maldito (o bendecido, mejor dicho), no puede tener esa voz. No debería poder seguir cantando como hacía en 'Reckless' hace cuatro décadas, con esa navaja en la garganta que a ratos parece rascar el óxido del tiempo y en otros es suave y acaricia. Pero Bryan nos subió desde el principio en una montaña rusa, bajó la barra de seguridad y no dio un segundo de respiro en un repertorio desenfrenado que comenzó con su nuevo trabajo, 'Roll with the punches', y siguió con 'Run to you'. Después llegó 'Somebody' y las pantallas tornaron a blanco y negro para devolvernos la imagen de un Adams de sesenta y cinco castañas cantando que tendría 18 hasta que muriera. La audiencia no tuvo tregua.
Cerca de medio auditorio abandonaba cuando Los Zigarros entraban en escena, a la hora en la que los lobos campan a sus anchas
Mira que van mal los trenes últimamente en este país, pero la banda es una locomotora implacable que va dejando caer temazos al pasar por las vías. Así siguieron encadenando un éxito global tras otro y llegando a 'Heaven' o la deliciosa 'Have you ever really loved a woman', con recuerdo a Paco de Lucía. Alguien podría pensar, como dicen sus críticos, que es un cantante edulcorado con pose y guitarra, pero para descartar tamaña tontería sólo hay que oír a un par de espectadores, de cerca de cincuenta junios, decir que llevan toda la vida viviendo con los éxitos que Bryan Adams ha puesto de banda sonora a sus veranos y sus desengaños. Más cerca de los puestos de bebida, unos veinteañeros a los que les han regalado las entradas comentaban lo ridículo que era que les sonasen todas las canciones. Para colmo, con el inicio de '(Everything I do) I do it for you' nos pareció ver a Robin Hood en el bosque cercano al escenario dando su aprobación al momento idílico que se estaba gestando. 'Summer of 69' y 'Cuts like a knife' corroboraron lo ya escrito: hay que ser un tipo dotado de un talento increíble o tocado por la mano de un ser superior para haber triunfado en el imaginario colectivo del mundo y continuar manteniendo una calidad y espectáculo fuera de lo común.
Cerca de medio auditorio abandonaba cuando Los Zigarros entraban en escena, a la hora en la que los lobos campan a sus anchas. Por eso, quizá, sintieron un respingo confortable cantando 'Aullando en el desierto'. Ese deje desvergonzado y macarra apareció desde el principio y mientras desgranaban los más vitoreados títulos de su discografía, desde 'Apaga la radio' o 'Dentro de la ley' hasta '100.000 bolas de cristal'. Todos los que habían desafiado a la madrugada saltaron, pese al frío que coronaba el recinto, con 'Qué demonios hago yo aquí', dando por concluida una velada de categoría que tardará en olvidarse. Este es el nivel. Que no baje en la próxima edición.
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