«La sobreinformación ha traído un fenómeno peligroso: estar asustado todo el día»
El vallisoletano Rubén Arranz publica 'Perro come perro', una novela sobre las miserias y los nuevos retos que ha de afrontar el periodismo
Esta es la historia de tres periodistas. El primero es Juan Vega, un clásico de la profesión, uno de esos nombres reverenciados entre los colegas, ... que un día se lanza al vacío desde la ventana de su piso en Madrid: el suicidio del viejo periodismo.
El segundo es Alfredo, un joven reportero que llegó al mercado laboral meses antes de la crisis de 2008, que trabajó una temporada con Juan (su mentor), pero se vio muy pronto en la calle, que emigró a Uruguay para escribir en una agencia y que diez años después regresó a España como redactor multiusos en un medio digital.
El tercer periodista es Rubén Arranz (Valladolid, 1985), el autor de 'Perro come perro', una novela de ficción basada en hechos reales (o una novela real basada en hechos de ficción) que llega a las librerías con la editorial Círculo de Tiza. Juan y Alfredo son dos personajes inventados con los que Arranz habla de una profesión, el periodismo, inmersa en un reto mayúsculo:su futuro. «El panorama es desalentador», dice uno de los protagonistas del libro.
–¿Por qué?
–Porque nos hemos desviado un poco de eso que define tan bien a la profesión, que es estar pendiente de cada esquina, de cada punto de la ciudad donde haya algo que le interese a los ciudadanos. Muchas veces escribimos más para los compañeros de profesión y para las fuentes que para los ciudadanos, que son quienes buscan en nosotros respuestas ante lo que les ocurre. Y en esta época de sobreinformación, necesitan alguien que les ayude a discriminar lo que es útil y valioso de toda la paja que reciben cada día en forma de artículos que solo buscan un clic.
–«La sobreinformación ha hecho enfermar a las sociedad», dice otro de sus personajes.
–Vivimos al borde del ataque de nervios y de ansiedad. Nos están continuamente anunciando peligros. El otro día leí un gráfico que me gustó mucho. Era un punto pequeño (los problemas reales) dentro de un rectángulo (que son los problemas de los que nos avisan). En Teoría de la Información [Rubén forma parte de la primera promoción de Periodismo que salió de la UVA, después de pasar por el San José] yo no llegué a dar eso en la facultad, pero es muy interesante. Muchas veces, los medios están llenos de amenazas, de problemas, de peligros... La sobreinformación ha traído este fenómeno tan peligroso que es estar asustado todo el día, con miedos y posibles amenazas que son existentes, pero muy improbables. En los últimos meses:meteoritos, el gran apagón, nuevas bacterias que llegarán cuando se deshielen los polos por el calentamiento global...
–Y ante esto...
–Hay que buscar el punto original que le aporte algo distinto al ciudadano. Hay que apostar por lo sensacional frente a lo sensacionalista. Ofrecerle cosas útiles, que le sirvan. A la gente le interesa mucho menos un titular del secretario general de cualquier partido, de cualquier sindicato, que el horario de las piscinas cuando abren en verano. Creo que es lo que estamos perdiendo de vista, el servicio al ciudadano.
La ficción que propone Rubén Arranz acompaña a Alfredo en su regreso desde Uruguay a España. Han pasado diez años desde la gran crisis de 2008 y se encuentra con un país en el que se ha multiplicado la fuga de jóvenes desde otras provincias a Madrid, con unos precios de alquiler disparados y disparatados en la capital. Alfredo encuentra trabajo en un medio digital sometido a la dictadura del clic, en un entorno donde campea la corrección política, triunfan las consignas en las tertulias y las 'fake news' circulan cada vez más y sin rubor.
«El ciudadano ha descubierto con Internet que tiene un micrófono muy potente y el periodista ha percibido cómo perdía el monopolio de la información. El periodismo se ha visto dentro de un contexto que no domina. Y ha intentado llegar al público con lo peor de la masa:las cosas más vulgares, los zascas, el arden las redes». El clic, el clic, el clic. Pero, precisamente, los datos sobre aquellas noticias en las que pinchan los lectores de Internet pueden ser los grandes aliados para el mejor periodismo. «Si sabemos manejar los datos que nos ofrecen los consumidores (en las noticias más visitadas), podremos conocer mejor lo que les interesa y trabajarlo con calidad.
–Tampoco el lector es inocente.
–Uno de nuestros quebraderos de cabeza es que a veces se ve más 'Las cinco cremas de supermercado que cuestan menos de cinco euros' que un buen reportaje que ha llevado mucho esfuerzo y trabajo. Eso es complicado de asumir. Pero eso es la cultura de masas. Hay cosas que entran mucho más fácil a los lectores que otras, pero tampoco podemos aspirar a la audiencia millonaria. Hace unos meses leí un reportaje fantástico en El Norte sobre las fuentes de Valladolid: por qué desaparecían, cuáles quedaban, cuántas se han puesto nuevas. Tal vez no interese a grandes audiencias (o sí), pero es un trabajo estupendo pegado a pie de calle que informa a quien se quiera informar de eso.
–¿Hacia dónde va el periodismo?
–La alternativa, como en otros sectores, es muy complicada. Parece que la alternativa al periódico en papel y a la televisión lineal es lo digital. Pero, en realidad, la alternativa de futuro pasa por una buena información. Eso es lo vital del periodismo. Ahora bien, nos pasa una cosa:es difícil adaptarse a lo nuevo porque hay menos dinero, las redacciones están famélicas, hay pocos editores comprometidos, hay poco dinero en el mercado para hacer una reconversión del sector y porque al especialista hay que pagarlo bien. Los viejos del lugar no reconocen muchas prácticas que se hacen actualmente y echan de menos un periodismo que yo creo que está barnizado de melancolía y que era mucho peor de lo que ellos piensan. Y los nuevos, por condiciones, por precariedad, por la rapidez con la que va todo y porque no cuentan, y creo que es lo más importante de todo, con tiempo se ven perdidos en la profesión.
–¿Por qué ha decidido abordar estos asuntos como una novela?
–Esto lo hablé muchas veces con Eva Serrano, la editora, porque no queríamos caer en el cotilleo profesional, como ha ocurrido con otras obras. Tampoco es una revancha, porque no tengo que ajustar cuentas con nadie. Además, la profesión me ha dado muchas más cosas de las que me ha quitado (y sobre todo me ha quitado tiempo). Básicamente, quería hablar sobre lo que ocurre en las redacciones (que no es tan romántico como la gente cree), sobre el papel de la autocensura, pero también sobre las migraciones, la precariedad. Al abordarlo como ficción, hay también una historia de intriga que anima al lector a seguir leyendo.
–Esa intriga se articula en torno a Juan Vega.El periodista ha iniciado una investigación comprometida contra un grupo de poder y, como respuesta, recibe una campaña de desprestigio en redes. Usted habla de Los Intocables, ¿quiénes son?
–Hay personas intocables. Eso se vio en la crisis de 2008. Hubo empresas que aprovecharon para ganar peso en el accionariado de los medios de comunicación que estaban en dificultades. Y el perro no muerde la mano que le da de comer. Los periodistas somos los primeros que, consciente o inconscientemente, generamos intocables:porque nos hace falta pagar la hipoteca o por las circunstancias de cada uno. A veces nos vemos en un fuego cruzado entre intocables, pero esa es la lucha diaria del periodista.
–Su personaje, Juan, al meterse con uno de esos intocables, recibe como respuesta...
–En el libro cuento una trama de corrupción que existió: el caso de un político que contrató a unos chicos que se habían especializado en mejorar la reputación de sus clientes en las redes sociales e Internet. Se dedicaban a crear falsas webs (con apariencia de periódico) que hacían muchas noticias al día. Esto hacía que Google las posicionara mejor y que volaran en las redes sociales, donde una buena parte de los usuarios no existen, son robots. Y eso (noticias y cuentas falsas) se usaron para cambiar la opinión pública y atacar a Juan.
–Frente a campañas así, ¿qué hacer?
–Siempre queda fiarse de la buena información. Tener la perspicacia que hace falta en todos los ámbitos de la vida y de primeras, desconfiar, cuando se te acerca alguien por la calle y te quiere vender un décimo de lotería premiado. Quizá en la información no teníamos esa costumbre, porque los medios tradicionales eran una garantía. Pero ahora, muchas veces el ciudadano recibe por 'whatsapp' una información que es falsa, un bulo, y se la cree. Hay que recurrir a los medios fiables.
–¿Es usted más Alfredo (el joven periodista derrotado)o Juan (el veterano golpeado por la realidad)?
–Yo soy más optimista y tengo más afán por el trabajo y la mejora de futuro. Pero comparto algunas frustraciones:la falta de tiempo es tremenda para hacer periodismo, lo que te impide investigar más, estar más tiempo con la gente, pisar más la calle. Esa frustración la comparto. Y luego, aunque es más nostálgico, a mí me gusta tocar papel, como a Juan Vega.
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