
José Antonio Martínez Climent, escritor
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José Antonio Martínez Climent, escritor
«La palabra sostenible encierra el mayor de los engaños»Como los clásicos grecolatinos José Antonio Martínez Climent escribe cartas a sus coetáneos. Es el puente más galante que encuentra para hablar del campo que ... le rodea, de la fiereza de las rapaces, de la belleza del lobo que se come a un corzo, del saber enciclopédico de las ruinas, de la trillada cantinela del turismo rural que suena a pocos metros de su finca, al borde del Canal de Castilla. Este martes presenta en el Círculo de Recreo 'El ángel del manzano' (KRK), su segunda entrega en este formato acompañado de Félix de Azúa, destinatario primigenio de las misivas.
«Las cartas abren camino a una familiaridad que no cabe en otras formas de escritura», explica el ornitólogo que da «cuenta del paso de los días en una España que se ha vuelto hostil a la persona, ajena al sosiego, vertiginosa en sus comercios. Un país que es monopolio del Estado, en el que todo ha pasado a pertenecer a sus gestores, los partidos políticos».
Nacido en Alicante, su primer paisaje fueron los huertos mediterráneos sobre los que hoy se levantan edificios. Hace un lustro se instaló en la meseta. «Cuando llegué a Castilla quedé maravillado por la extensión de sus tierras no urbanas, en las que encontré los últimos rastros de ese hombre agrario y litúrgico del que había leído en Jiménez Lozano, entre otros». Pero con el tiempo fue viendo «detalles dolorosos: la práctica inexistencia de agricultura y ganadería a pequeña escala; el espantoso desarrollo de autovías y rotondas; la incapacidad del castellano –como la de cualquier occidental– para soportar el campo. Sería ingenuo pensar que ese movimiento hacia el mundo técnico se va a revertir. Solo nos queda proteger nuestra casa con una empalizada de árboles, vivir entre este mundo ajeno con ánimo alegre, escapar del cruel asedio del Estado y esperar el golpe final».
A esa alegría se remite en buena parte de sus cartas, al regalo de una granadas, a las nueces del nogal que tiene en frente, a las dudas de la lechuza que le visita. Forma parte de la naturaleza que le rodea consciente de ser uno más, por eso rechaza al bienintencionado ecologismo «franciscano» imperante. «Posiblemente, el sacrificio sea el fundamento último del cerebro del hombre. Matamos, destruimos como condición indispensable para crear vida u objetos: es una ley natural. El hombre postmoderno cree que puede crear un mundo libre de residuos, donde apuntalar vida sin dejar rastro. El sacrificio nos enseña que toda acción deja un resto cuyo manejo es problemático, ya sea un residuo material o uno espiritual. El mundo determinista en el que vivimos ha decidido ocultar la ingente cantidad de material sobrante que produce su funcionamiento tras la propaganda de que los mecanismos que dirige el Estado tienen la máxima eficacia. Así trata de justificar su monstruosa tiranía sobre lo vivo y lo muerto. La palabra 'sostenible' encierra el mayor de los engaños. El precio que pagamos por seguir esa mentira es enorme», advierte.
«Castilla ha ofrecido un enorme campo semántico sobre la muerte en su literatura agrícola, tesoro que el hombre urbano desperdicia a manos llenas. Como el hombre urbano ha tomado el campo (los últimos campesinos que he conocido han fallecido recientemente), la muerte pasa a ser poco más que asunto desagradable del que se encarga el Estado mediante una voluminosa normativa sobre el tratamiento... de residuos», ironiza el autor de 'Liturgia de los días'. Y su liturgia pasa por vivir «como un pirata, como un bandolero, como un eremita en un mundo encantado por la Historia, la naturaleza, la ciencia, la literatura, eso exige una liturgia protectora».
Frente a su faro de tierra adentro se suceden los visitantes de fin de semana, a los que dedica una gráfica de barras para registrar su afluencia en el libro. «El turismo es una figura peculiar. Se trata de un movimiento que considera suyo todo objeto sobre la Tierra en calidad de patrimonio. Considera que todo lo acontecido y construido a lo largo de la Historia le pertenece. La condición inexcusable es que todo lo que encuentre se haya vuelto inofensivo (una hacha vikinga, una pirámide, un chozo extremeño, el Titanic, San Juan de Baños, etc.); es decir, que se haya retirado de cada objeto, lugar o relato cualquier resto de aquello para lo que sirvió. El mundo así desinfectado se vuelve apetecible para el turista de gustos pequeño-burgueses, cómodos. Lo convierte todo en mercancía para su jornada de descanso, que al volverse obligatoria y ser dirigida por técnicos deja de ser ocio para convertirse en trabajo. El hombre se cree merecedor de millones de años de Historia y a la vez exento de cualquier obligación de crear algo bello».
En su vida «de pirata», en su singular escritura, le acompañan Mutis, Benet, Weil, Heidegger, Conrad, Pla, Morand, Parménides, Platón, Shakespeare, Quevedo, porque «leer con atención es rendir culto a los muertos. Es algo que también hacen los escritores no serviles a las ideas de estos tiempos».
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