«La maldad no solo está en sitios exóticos, sino que sucede bajo nuestros pies»
El vallisoletano ganó el XIV Premio Wilkie Collins de Novela Negra con 'La última canción de Alice Wren', tres historias criminales que suceden durante la pandemia
Jesús Salviejo se volvió 'negro' en Tenerife, en un congreso de autores del género. Recogió el guante de sus amigos y comenzó a escribir a ... partir de la imagen de una niña mirando desde un basurero. Aquel reto culminó en 'La última canción de Alice Wren' (M. A. R. editor) con la que ha ganado el XIV Premio Wilkie Collins de Novela Negra, convocada por este sello editorial.
Salviejo (Valladolid, 1965) se considera metódico. Tras su tercera novela 'Chankoro' (2021) pensaba meterse en el mundo de Goya en Burdeos, «pero se cuelan las historias y las circunstancias». Aquella niña le llevó a un lugar de Oriente. También le ocurrió en la anterior, el destino fue China; en esta, Bangkok. Y este novelista que no es un «autor de género» trenzó tres historias criminales que transcurren en el Valladolid de la pandemia.
«La vulnerabilidad de la infancia siempre me preocupó, quizá por mi vocación docente. Cuando se inventa una mazmorra, siempre se hace una más pequeña para las mujeres. El tráfico sexual, la trata de niños, desgraciadamente se ha universalizado indiscriminadamente, pero siempre las niñas tienen un plus de vulnerabilidad por el hecho de ser mujeres», explica Salviejo.
En la primera historia nos lleva a los bajos fondos, con protagonistas vestidos de etiqueta, en un extraño y lujoso escenario. «Es una corrupción de cutrez sofisticada, sienten que hacen algo elegantemente aunque en esa fiesta está todo lo más turbio». La pandemia le proporcionó dos paradojas de las que parte la novela. «En el confinamiento estábamos todos asustados por un miedo muy particular en el que perdimos el miedo general, ese que te hace preguntarte qué le pasa al otro. Estábamos tan concentrados que un asesino latente no importaba demasiado», cuenta quien coloca un cadáver en Medina del Campo.
«Vivimos demasiado preocupados por nosotros mismos y poco de los otros, perdimos el pulso y desarrollamos un discurso buenista. Por un momento creímos que saldríamos mejores y da la impresión de que no. La pandemia puso las cartas boca arriba. Es una generalización, pero no cobramos conciencia de que podíamos hacer con nuestras vidas algo más que consumir y ver series».
«Nunca se compraron más perros que entonces, para poder salir a pasearlos durante el confinamiento y una vez pasado, nunca se abandonaron tantas mascotas»
Jesús Salviejo
Junto a la paradoja del miedo, «tuvimos un miedo epidérmico a los gérmenes en la superficie de los muebles y a la vez, la piel era lo único que nos podía poner en contacto con los demás», la de las mascotas. «Nunca se compraron más perros que entonces, para poder salir a pasearlos durante el confinamiento y una vez pasado, nunca se abandonaron tantas mascotas». Por eso Jesús Salviejo quería sumar el mundo de las mascotas, «lo más próximo en la esfera de lo afectivo para el lector de la novela. Hemos llegado a un punto en el que hay una animalización de las personas y humanización de los animales».
De los bajos fondos de Nueva York viene la subinspectora Alice Wren, radicada en Laguna de Duero. «La corrupción y la maldad son siempre los mismos. Me atraía de Alice el contexto, regresaba de una ciudad lejana y quería demostrar que la maldad no solo está en sitios exóticos sino que sucede bajo nuestros pies».
Las Moreras, la Cárcava, la comisaría de la calle Gerona y algún vino de la Ribera del Duero salpican la novela
La concurrencia de la autoridad policial era necesaria pero «no quise profundizar en un oficio que me merece todo el respeto. Me interesaba el lado de las víctimas». La relación con los uniformes es ambivalente, «en la niña provoca esperanza de que la ayuden y a la vez, desconfianza». Más que la condición policial de Alice, su actitud en el trabajo, le interesó su «dimensión psicológica». Por eso sigue sin considerarse un autor de género. «Mis referentes, que son herramientas que puedo usar o no como los colores de un niño para pintar, me acompañan cuando escribo. Aunque de joven sí leí autores de negra americanos más cerca del cine, en esta novela hay referencias a Kafka –uno de los protagonistas se llama Señor Samsa– o a Valle-Inclán, «porque solo desde el esperpento se puede entender esta naturaleza humana». Desde su vinculación académica a Cuba, sigue atentamente a Leonardo Padura, pero no le considera un autor de policiaca al uso ya que «hay trama pero su armónica prosa y cómo describe la sociedad está muy por encima».
La canción de Alice (Smokie, 1976), con la que arranca y cierra el ciclo –larva, crisálida y metamorfosis–, tiene un ánimo «fabulador, de cuento que transcurre en una selva urbana». Pidió ayuda a un subinspector de la ciudad, de al que salen algunos rincones y establecimientos. «Le pregunté qué lugares eran frecuentados por los vagabundos durante el confinamiento y me dijo que los que no querían ir al refugio, se quedaban en Los Álamos, al lado del río. Era un lugar que se prestaba a «la fábula, al bosque pleno de peligrosos que atraviesa Caperucita. Le quise dar ese ritmo». Las Moreras, la Cárcava, la comisaría de la calle Gerona, algún vino de la Ribera del Duero salpican una novela en la que también asoman amigos literarios de Salviejo como Benedetti y Auster.
No tiene intención de hacer un saga, pero el desenlace completo no le cabía en el límite de las 300 páginas que imponían la bases del premio, así que este novelista que no se considera policiaco, firmará una segunda de género.
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