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Concha Piquer era parte del paisaje sonoro de mi niñez», cuenta el escritor ManuelVicent (Villavieja, Castellón, 1936). «Su voz se había apoderado del aire de ... la posguerra y la escuchabas cantar en los patios de luces, en los balcones y tendederos. Recuerdo que, camino del colegio, entre mi casa y la escuela rural, podía escuchar sus historias y amarguras de ventana en ventana. Eran tragedias cantadas con una voz maravillosa», dice Vicent, de visita en Valladolid para presentar 'Retrato de una mujer moderna' (Alfaguara), el libro que ha dedicado a la reina de la copla.
«Ella, en sí misma, ya era una novela. Su vida tuvo unos laberitnos muy cinematográficos, muy novelescos. Yo le he añadido la atmósfera. Todos los hechos que se cuentan son reales, verídicos. Pero no sucedieron a lo mejor del modo en el que aquí están contados. Yo le he añadido la forma, que se acaba convirtiendo en sustancia», explica Vicent.
Para ello, el escritor parte de la biografía que escribió su hija (Concha Márquez Piquer), de la entrevista que el propio Vicent le hizo en los años 80 y de una estructura y lenguaje que le permiten recrear capítulos fascinantes y terribles de su vida.
Las enciclopedias dicen que Concha Piquer nació en Valencia el 13 de diciembre de 1906, pero ni la fecha ni el año parecen totalmente fidedignos y hay «legajos» que hablan de su llegada al mundo en 1908. Hija de un albañil y de una modista de barrio, cuenta Vicent que la primera canción que brotó de su garganta llegó provocada por el dolor de un hermano fallecido al poco de nacer, a cuyo cadáver cantó una coplilla que había aprendido de escuchársela a una mujer ciega del barrio.
Con apenas diez años, se presentó, sin que sus padres lo supieran, en el teatro del señor Sogueros, en Valencia, y se arrancó con 'La pulga', un cuplé sicalíptico y picantón que entusiasmó al empresario teatral. La contrató. La llevó a una academia. Y el maestro Penella se fijó en ella para que formara parte de la compañía que llevaría a México 'El gato montés'.
Relata Vicent cómo Concha Piquer, acompañada por su madre, la señora Ramona (era la modista del grupo teatral), montó el 21 de septiembre de 1921 en el buque Montserrat y que, después de ocho días de viaje en tercera clase, llegó a Nueva York, donde harían escala antes de bajar a México. «La sacaron de la huerta valenciana, analfabeta, una niña a la que apenas habían enseñado a coser y a rezar, y la llevaron a Nueva York. Hay que pensar qué supondría eso a principios del siglo XX: coger un barco de vapor, irse a la aventura y, después, triunfar».
En un receso de los ensayos en el Park Theatre, el empresario John Cort escuchó a aquella adolescente que no hablaba ni castellano ni inglés (solo el valenciano de la huerta) y quedó tan facinado con su voz que le animó, con un contrato de por medio, a quedarse en Nueva York.
Allí, en aquella ciudad de neones, mafiosos y Ley Seca, la joven Piquer se convirtió en una auténtica sensación. Cuando cumplió 16 años, su madre regresó a Valencia para hacerse cargo del resto de la familia y la cantante se anunciaba en los teatros como vedete, en unos carteles en los que aparecía desnuda bajo un mantón de manila (la foto es la portada del libro). Cantaba y bailaba charlestón. Era una mujer joven, talentosa y «empoderada». Pero tuvo que hacer frente a un episodio fatal.
Alfred, un joven actor, compañero del teatro, intentó violarla en su casa. Ella se defendió con una barra de hierro, dejó al hombre sangrando en el suelo y se fue a actuar. Allí le contó el episodio a su agente, que movió hilos. Al día siguiente, el cadáver de Alfred apareció en el Hudson. Por los mentideros de Nueva York se corrió la voz de que aquel tipo tenía problemas con la mafia. Nunca quedó claro si murió por el golpe de aquella barra de hierro o por la acción posterior de 'la familia'.
Este episodio y la muerte prematura de su hijo nublan la felicidad de una joven que, en las vísperas de la Navidad de 1924, busca un poco de alcohol en las farmacias de Nueva York para regar con él la cena de Nochebuena que iba a celebrar en su casa con un grupo de españoles. Allí, en torno a un gramófono, escuchan 'Suspiros de España'. «Cuando vuelve de América, le cuenta esta secuencia al maestro Penella. Yeso es 'En tierra extraña', que fue un exitazo», cuenta Vicent. «Ydespués, 'La Maredeueta', un homenaje a la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia. Esos dos son temas que ella sugirió al maestro Penella. Porque Concha Piquer incorporó sus gozos y sufrimientos a su repetorio.Si ella cantaba melodramas y sonaban tan de verdad (dulce y amargo a la vez) es porque los había vivido de primera mano.
–¿Una mujer moderna?
–Moderna entonces y ahora rescatada del tópico y del folclorismo, del casticismo. Era lo que ahora se llama una mujer empoderada. En el mundo del espectáculo, de la empresa y en lo sentimental. Era la que mandaba, la que llevaba la voz cantante, nunca mejor dicho.
–Y no solo moderna...
–Arriscada, arriesgada, una mujer que tira para adelante, que aprovecha todas las tragedias que ha sufrido para salir a flote. Una mujer valiente, desafiante.
–¿También en lo político?
–No es una mujer que se enfrente al régimen, por supuesto que no. Eso es impensable y más en ese mundo de la copla. Pero ella sí que marca su territorio y desafía, frente a su profesión, cualquier censura administrativa. En 'Ojos verdes' no le permitían cantar lo de 'Apoyá en el quicio de la mancebía'. No podía decir mancebía. Pero eso ella se lo salta pagando la multa. No transige, no dobla la voluntad. Si hay que pagar la multa, se paga, pero ella era una profesional.
Durante años, Concha Piquer fue la otra, enamorada del torero Antonio Márquez, con quien tuvo una hija, aunque él estaba casado. «Imagínate, en los años 40, en lo más duro del franquismo, ser una mujer famosa y públicamente amancebada, una palabra que ahora suena muy antigua. Para pasar por todo eso se necesita mucho temple», explica Vicent.
«Esta no es una novela sobre una cupletista, sobre una cantante, la reina de la copla, las cosas del querer. Es un homenaje a un ídolo en su momento que era una mujer moderna, sencillamente, que durante años triunfó y que un día, de la noche a la mañana, dijo: 'Me voy'», explica Vicent. Ocurrió el 13 de enero de 1958, en el teatro Isla Cristina, en Huelva. La voz le falló mientras cantaba 'En tierra extraña', la canción que le hizo famosa. En el espejo del camerino, con el lápiz de labios, escribió:'Esta noche canta por última vez Concha Piquer'. Yse retiró a una finca de Villacastín (Segovia). «Quedó sumergida en el olvido. Sus canciones ya no se cantaban. Habían venido los temas italianos, el rock...». Y la copla pasó de moda.
Recuerda Vicent que lo que más le llamó la atención de aquella entrevista de los 80, cuando la Piquer era un recuerdo de lo que fue, fueron los silencios. «La muerte de los hijos, vivir en adulterio, muchas tragedias muy íntimas. Ahí corría un velo de silencio que era muy atractivo».
El propio escritor asume la voz de la cantante en un capítulo y recuerda un episodio que tuvo lugar en 1987, cuando, en una revuelta del jurado de los premios Príncipe de Asturias, se intentó sin éxito (por Pilar Miró, Manuel Gutiérrez Aragón, Antonio López o Serrat)que le dieran el galardón.
«Fue una especie de rebelión. Estaba toda la cultura como gastada, mohosa, sobreentendida, previsible. Y que en un medio tan solemne como eran entonces los Príncipe de Asturias premiaran a una cantante folclórica parecía un desafío, una especie de 'boutade'». No pudo ser. Ganó el escultor Eduardo Chillida.
–¿Se ha vuelto a reivindicar su figura?
–Si lo hace Rosalía un día, a lo mejor sí. Todo va y todo vuelve, volverá de otra forma, bajo otra estética. Como decía Vázquez Montalbán, sus canciones son novelas de tres minutos, ahí pasa todo. Una cosa romántica y siniestra que seguirá fascinando muchos años.
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