Un cazador que escribe
Sigo una 'hora' más con el lenguaje coloquial de Delibes. Y si el domingo pasado lo hacía con el lenguaje urbano, personificado en Menchu Sotillo, ahora me ocuparé del lenguaje coloquial de Lorenzo, el cazador
En alguna de mis crónicas dominicales precedentes hablé de un encuentro fortuito, en el Campo Grande, con un tipo lenguaraz que, según me informó luego ... Miguel, era quien le había inspirado el personaje de Lorenzo. Y fue, además, cuando yo le confesé a Delibes que su novela 'Diario de un cazador' era de las que más me gustaban de su galería de títulos.
–¡Pero si tú no eres cazador! –me replicó él a bote pronto.
–¡Anda, tampoco soy espadachín y me gustan 'Los tres mosqueteros'!
Los dos estábamos esa mañana de guasa y de risa.
Y seguimos perorando, entre bromas y veras, del lenguaje coloquial en la literatura. Porque si 'Cinco horas con Mario' sería, en 1966, el paradigma narrativo del leguaje coloquial urbano, diez años antes, 'Diario de un cazador' lo había sido del coloquialismo rural.
Puntualicemos: rural a medias, pues si bien Lorenzo, el protagonista, es cazador y sale al campo siempre que puede, el resto del tiempo se comporta como personaje urbano, ejerciendo de bedel de un instituto. Aunque eso sí, escribe un diario personal donde apunta, en lenguaje coloquial y directo, sus lances cinegéticos.
Para el hispanista irlandés Leo Hickey, 'Diario de un cazador' es la obra maestra de Delibes, y es la más novedosa aportación del escritor a la novelística española. «La maestría consiste en hacer hablar a un hombre de la calle de escasa cultura, exactamente como hablaría un hombre de la calle de escasa cultura. Hay una coincidencia exacta del lenguaje hablado con el lenguaje escrito».
–A lo mejor por lo que dice Hickey es por lo que me gusta tanto tu novela –seguí argumentándole a Miguel, tras conocer en el Campo Grande a su Lorenzo en cuerpo mortal.
Mis libros salen del campo
–Pero verás, Miguel, lo que no acabo de entender muy bien es ese aserto tuyo de que tus libros salen de tu contacto con el campo. Lo dices en el prólogo al segundo volumen de tu Obra Completa: «Mis libros salen de mis contactos con el campo y no a la inversa, de donde se deduce que yo salgo al campo a cazar perdices y, de rechazo, cazo también algún libro». Supongo que te refieres a tus libros cinegéticos, claro.
–No, no, a todos. Te lo diré de otra manera: sin mi actividad cinegética, para mí nunca accesoria sino sustantiva, yo no atinaría a escribir. Soy un cazador que escribe, no un escritor que caza. Lo he repetido mil veces y es para mí una verdad categórica.
–Pero también te he oído decir, y te he leído, que lo importante no es la percha que uno trae a casa, sino el día de aire libre y de naturaleza del que uno ha disfrutado.
–Sí, pero ahora añado: Me importaría menos traer la percha vacía de perdices que vacía de ideas para escribir. ¿A que me ha quedado bien? Y se ríe Miguel como sabe reírse con su consabida retranca.
Pero volviendo al lenguaje coloquial de algunas de sus novelas, y en particular de las dos comentadas en estos dos últimos domingos, le pedí que me diferenciase cómo fue su asunción de dicho lenguaje en una y otra.
–Muy diferente: en 'Cinco horas con Mario' tuve que esforzarme para hacerme con la manera de hablar de la ciudad, su vocabulario, sus dejes, sus latiguillos. En 'Diario de un cazador', por contra, el lenguaje me sonaba como algo mío, yo mismo hablaba como los cazadores con los que salía al campo cada fin de semana.
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