Las primeras crónicas de Truman Capote y la relación arte-literatura en cómic
'Color local' reúne un conjunto de escritos del joven escritor de 'A sangre fría' y Natasha Brown irrumpe en el mundo literario con 'Reunión'
Las propuestas literarias de esta semana incluyen 'Color local', un retablo de crónicas y escritos de un joven Truman Capote, en su descubrimiento de Nuevas York y sus primeros viajes a Europa. Natasha Brown se destapa como una nueva e interesante voz de las letras inglesas, con una novela (corta y punzante) sobre las herencias coloniales, machistas y racistas en un mundo atravesado por la competitividad. Y Catherine Meurisse propone un viaje histórico, en formato cómic y con mucho humor, por las relaciones entre pintura y escritura.
'Le pont des arts', Catherines Meurisse, Impedimenta
«Mi originalidad reside en mi entusiasmo, mido la belleza de una obra por la intensidad de mi emoción» (13)
Hay un puente que pone en contacto las diversas artes. Por ejemplo, el que comunica la pintura con la escritura. A lo largo de la historia, ha habido pintores que eran amigos de escritores, poetas que se extasiaban con célebres cuadros de la historia, novelistas convertidos en críticos, artistas que usaron sus cuadros para difundir las ideas de pensadores coetáneos. Catherine Meurisse tiende varios de esos puentes en este racimo de historietas, presentadas en formato cómic, que utiliza el humor, las curiosidades históricas, las caricaturas a pintores y literatos, para contar entretenidísimos episodios de la historia del arte. Por ejemplo, cuando Diderot ejerce como crítico de arte en una revista de un amigo y en 1759 se convierte en pionero de esta crítica desde la literatura, porque hasta ese momento solo los pintores se veían con capacidad para juzgar la pintura. O cómo Gautier es el primero que dice, en 1835, que el arte es independiente de la moral (32), en un capítulo en el que además se habla de las afecciones visuales de pintores como El Greco, Degas o Van Gogh. En otro episodio, Baudelaire explica que el objetivo de la crítica es posibilitar la distinción entre una obra de arte y un cuadrucho (38). Y lo dice él, apasionado de Delacroix y defensor de esta idea: «Traten de acercarse a la belleza y les garantizo la felicidad» (44). Se habla también del robo de La Gioconda en 1911, del taller que une a Balzac con Picasso, o de la amistad entre Émile Zola y Paul Cezanne, y como el primero le insiste en que el artista no solo debe preocuparse por la forma, sino también por la idea que inspira su trabajo. Un libro repleto de curiosidades artísticas, con mucho humor y unos dibujos estupendos que llevan al cómic, además, varias obras clásicas de la historia del arte.
'Reunión', Natasha Brown, Anagrama
«El éxito no existe, solo la elusión provisional del fracaso» (44)
Tres pequeños textos, casi relatos, al principio del volumen, sirven para presentar el contexto en el que vive la protagonista y narradora de esta historia, una joven mujer, con antepasados jamaicanos, que trabaja en la City londinense. Y en esos tres primeros capítulos vislumbramos un entorno de machismo, de racismo, de explotación laboral. Eso, como si fuera casi un prólogo antes de que se insista en el título de la novela: 'Reunión'. Ese encuentro es el que su novio (metido en el mundillo político) ha previsto para que ella conozca a su familia, un clan de la alta sociedad londinense, con casa de campo, estirpe triunfadora, riqueza obtenida en el pasado colonial del imperio inglés. Él tiene previsto pedirle matrimonio. Ella tiene que lidiar con los problemas en el trabajo (acaba de lograr un puesto de más responsabilidad y no siente el respeto de los compañeros) y complicaciones de salud (le acaban de diagnosticar un cáncer agresivo). Y durante ese viaje de ella hacia la casa de los padres de él se articula una novela de capítulos muy cortos en el que la narradora intentará quitarle capas a su vida para comprender sus raíces personales y las relaciones de poder (enraizadas en el pasado y estancadas en el presente) que la atraviesan. Observa, por ejemplo, cómo las oficinas de su trabajo están llenas de paredes de cristal que no se ven, pero que existen y dificultan los movimientos (44). Es a ella a quien piden preparar el café en las reuniones de trabajo donde todos son hombres (43). Ella quien ha tenido que esforzarse más para conseguir un puesto que nunca es suficiente: «Soy todo aquello en lo que me mandaron convertirme. Y no basta» (65). Cuando la enfermedad trastoca todas sus expectativas, no puede evitar preguntarse: ¿y todo este esfuerzo para qué? Pero, sobre todo, la novela reflexiona en torno al clasismo, el racismo, la propia identidad (71) y los conceptos de integración y mutliculturalismo (102-103), donde, incluso a personas que llevan varias generaciones en un país, se les pide que se ahormen, que se diluyan, con la idea de 'integración' como difusora de identidades. Y no se olvida de cómo el lenguaje también reproduce y alimenta estas estructuras presentes en una sociedad que no siempre se pregunta por ellas (como ese colonialismo que atraviesa la situación actual de muchos países 'en vías de desarrollo'). Y una curiosidad: no parece que la alusión de pasada a la boda de Harry y Meghan Markle sea gratuita. Un libro cortito y punzante.
'Color local', Truman Capote. Elba
«¿Es posible que la transición entre la inocencia y la sabiduría suceda cuando descubrimos que no todo el mundo nos quiere?» (31)
Durante un viaje por Italia, en 1948, tenía entonces 24 años, Truman Capote comprendió que le sería imposible atrapar la belleza inmensa de todos aquellos lugares que visitaba. Supo que nunca llegaría a comprenderlos por completo, que jamás formaría parte de ellos, que siempre los tendría que observar/disfrutar como alguien ajeno. Hasta que asumió lo siguiente: «Lo importante no era tanto que yo formara parte de ellos, sino que ellos formaran parte de mí» (90). Y una herramienta para conseguirlo (además de lo vivido y lo recordado) fue la escritura. 'Color local' es un pequeño volumen que reúne las crónicas (entre 1946 y 1951) que el joven Capote trazó de sus viajes. Las hay con hechura de cuento (Nueva Orleans, Brooklyn), pero destacan las más impresionistas, aquellas en las que, con pequeñas pinceladas, describe un lugar. La de Nueva York es fantástica, con un primer párrafo brutal y esta frase: «La ciudad es como una máquina monumental inventada para perder el tiempo y devorar ilusiones» (32-33). Capote tiene 22 años cuando escribe esto. Ha pasado de ser el adolescente que escribía en la casa familiar obras de teatro pensando en Greta Garbo y cuenta cómo, en Nueva York, se encuentra a la actriz sentada en la butaca de al lado. La ciudad es, a sus ojos, ese lugar en el que despositar los sueños y las ambiciones, donde se puede dejar de ser el «patito feo». Pero, ay, contrapone esta imagen con la historia de un comerciante que quiere batir un récord a nado, en la bahía de Nueva York, y termina con final ridículo, como esos aspirantes a escritor que, sin lograr sus objetivos, tienen que regresar al pueblo. Pero, retuerce Capote el argumento, el verdadero fracaso no sería irse, sino renunciar al sueño. Los excesos y excentricidades de Hollywood quedan al descubierto en esa frutería (59) de escaparate inmaculado que luego tiene frutas pequeñas y poco vistosas en el interior. El volumen gira después hacia Europa: la primavera mediterránea de Ischia, el final del Ramadán en Tánger, el pintoresquismo español (en un viaje en vagón de tercera desde Granada a Algeciras), con una frase final estupenda en ese episodio andaluz: «El tren se movía tan despacio que entraban y salían mariposas por las ventanas» (134). El libro está lleno de destellos luminosos, de comparaciones acertadas, de descripciones ocurrentes, de una afilada mirada que por esas fechas prepara su primera novela 'Otras voces, otros ámbitos' (1948) y que años después regalaría libros como 'Desayuno en Tiffanys' o 'A sangre fría'.
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