La pasión y la palabra
En 'Tierras adentro', Gonzalo Santonja reafirma su tesis según la cual el toreo a pie se remonta al siglo XV
roberto rodríguez
Viernes, 22 de noviembre 2019, 07:31
Gonzalo Santonja ama tanto el verbo escrito como las suertes que, escritas en la arena, pellizcan el alma. No muy lejos de aquí, en estas mismas páginas de El Norte de Castilla, da buena muestra de ello; y otro tanto en multitud de Terceras de 'ABC'. Precisamente, por una de éstas, la titulada '¿Cuándo hablamos de lo nuestro?', publicada el 12 de junio del pasado año, fue reconocido con el prestigioso Premio Periodístico Taurino Manuel Ramírez en su duodécima edición. Bien es cierto que por muchas Terceras por él firmadas hubiera merecido, igualmente, esta distinción –pienso, por ejemplo, en 'Los toros, salvación de mentira, realidad de condena' (20-12-2009), 'La personalidad de España' (28-8-2012) o 'Cossío, los toros y Miguel Hernández' (19-5-2017)–.
Gonzalo Santonja, culturalmente polifacético, en su aspecto investigador no se contenta con la verdad admitida como tal sino que acude a beber de las fuentes documentales que atestiguan lo que en realidad aconteció. Y como venga al caso, no le dolerán prendas en deslegitimar el dogma si ha sido mil veces erróneamente proferido, como no le dolieron al afirmar, a tenor de lo hallado en los Cartularios de Valpuesta, que allí, y no en ningún monasterio riojano, estaba la primera manifestación escrita en español.
Ciñéndonos a lo taurino, Gonzalo Santonja argumenta sólidamente en 'Tierras adentro (Andanzas y escrutinios por el país de la piel de toro)', ahora por tercera vez –ya lo hizo en 'Luces sobre una época oscura (El toreo a pie en el siglo XVII)', de 2010, y en 'Por los albores del toreo a pie (Imágenes y textos de los siglos XII-XVII)', de 2012–, que datar los orígenes del toreo en el XVIII por un mayor protagonismo de la infantería que auxiliaba a los caballeros alanceadores es, no por repetido, inexacto. Porque más allá de interpretaciones reiteradas por los popes taurinos, el pasado aún es perceptible; por lo que debemos «escuchar con atención el testimonio, mudo, de los legajos», escribe; esos legajos que, leídos, «descorran las sombras de una historia de la tauromaquia que tal vez esté costando demasiado desentrañar en sinrazón de la falta de lecturas y el desprecio por la investigación de tantos taurófilos» (página 44).
Sobra, por obvia, la recomendación de la lectura de 'Tierras adentro' a todo aquel aficionado que le pique la bendita curiosidad de cómo nuestros ancestros satisfacían esa misma afición que, venciendo cientos de años, muchos compartimos. Por el hilo de sus conocimientos filológicos –prado de toros, campo de toros, plaza de toros– saca el ovillo de su irrebatible conclusión que le aguarda en Almazán gracias a pruebas arquitectónicas, documentales; papeles que le hablan desde el pasado, desperezándose en un archivo diezmado por la desidia y por el estúpido ensañamiento; papeles que no son sino vehículo de la palabra atinadísima de aquel con quien conversa. Sí, conversa; porque tal como sostiene Gonzalo Santonja: «Tengo por cierto que en tratando de intrahistoria la razón asiste al rey don Alonso de Aragón: sólo los documentos descubren las verdades de los tiempos idos, su vibración apagada» (página. 85). Y esa verdad, concluye, por este y por aquel otro dato reseñado, es que a principios del siglo XV por esos pagos ya se practicaba el toreo a pie.
Repetimos, todo aficionado debe leer, por los motivos expuestos, «Tierras adentro». No obstante, me gustaría recomendárselo a los que no lo son y hasta, si no se la cogen con papel de fumar, a quienes por si por ellos fuera cerrarían a cal y canto los cosos taurinos. Hallarán un maravilloso ejemplo de literatura deductiva escrito con una prosa atemporal, bellísima; en armonía con otro afán de Gonzalo Santonja del que estas páginas son perfecto ejemplo: restituir la gloriosa historia de poblaciones de nuestra región condenadas, por tirios y troyanos, al olvido. Y que luego muchos lechuguinos ventajistas hablen de la España vaciada. Acabáramos.
Escribíamos en un artículo anterior que algunos nombres, por su público amor hacia la fiesta de los toros, son argumento irrefutable de su grandeza. Zuloaga, García Lorca o Picasso; García Márquez, Miquel Barceló o Vargas Llosa. Gonzalo Santonja, cómo no, es uno de ellos, con el mérito añadido que es sumamente prolífico: estas tierras son reciente y deliciosa agua pasada y ya tenemos aquí un nuevo hijo: 'Los toros del Siglo de Oro (Anales segovianos de la fiesta)'. Y, en lontananza, me parece distinguir a su siguiente retoño.