Un ensayo sobre el mal dormir, la historia de un plagio televisivo y un aprendizaje del violonchelo
Las librerías presentan en sus anaqueles de novedades los últimos libros de Mercedes Cebrián, Daniel Jiménez y David Jiménez Torres
Las librerías han recibido en los últimos días, entre sus novedades, un ensayo sobre el mal dormir, una crónica sobre el aprendizaje de un instrumento ... musical y el relato sobre un plagio: la historia de un miembro de los Pekenikes que se arruinó con su idea de un gran concurso televisivo.
'El plagio', Daniel Jiménez. Pepitas de calabaza
«¿Se puede ser escritor sin traicionar a alguien?» (90)
Una moneda de cien pesetas. Puede verse en la portada del libro. Una foto de Daniel Jiménez con su padre (exintegrante de los Pekenikes) y esa moneda que es clave en el libro. La moneda aparece cuando el Daniel adulto hace limpieza. Su padre se la dio cuando era un chaval. Fue, dice, su primera paga. Y en este libro funciona como una suerte de símbolo sobre la herencia que dejan los padres a sus hijos. Este es el meollo. A los padres «necesitas entenderlos antes que a ti mismo, sus comportamientos, sus limitaciones, sus errores, porque tu estabilidad emocional depende en gran medida de tu capacidad para aceptarlos como fueron y tal como son» (página 72). El padre de Daniel fue un músico famoso. A principios de los años 90 ideó la mecánica para un concurso que presentó a tres directivos televisivos. Puso millones de su bolsillo para grabar un programa piloto. Si el formato funcionaba, recuperaría el dinero. Pero no contaba con que esos tres directivos le plagiarían la idea y con ella conseguirían uno de los grandes éxitos de la tele en aquellos años. El padre de Daniel se arruinó. Vivió el resto de su vida con la esperanza (vana) de ganar un juicio, recuperar el dinero, vivir sin esa angustia de quien se siente engañado. Ese episodio marcó no solo su vida, sino la relación con sus hijos: les transmitió la desconfianza. Hay un pasaje estupendo en la p. 88. Su padre le da a Daniel una almendra amarga que este se mete sin dudar en la boca: «No te fíes ni de tu padre», le aconseja. La madre, en cambio, lucha para que esa herencia no sea la decepción, sino la alegría, la ilusión, el amor (72). La reflexión coge vuelo porque Daniel, además, va a tener un hijo. Y, como en su caso, querrá lo mejor para su descendencia, a pesar de todos los sueños truncados. El plagio puede parecer la historia de una injusticia televisiva, pero es, sobre todo, un relato sobre las relaciones entre padres e hijos. Con una escena más para destacar: el viaje en coche que hacen Daniel y su padre. Éste último se lamenta de todo lo perdido, lo que no pudo dejarle a su hijo, de la vida incómoda que le hizo vivir. Pero, al tiempo, está lo que no se consigue si no se emprende un camino.
'El mal dormir', David Jiménez Torres. Libros del asteroide
«El verdadero enemigo de quien tiene problemas de sueño, sino el día» (85)
Es sorprendente, reflexiona David Jiménez Torres, el «desajuste entre la enorme repercusión cultural y literaria que han tenido los sueños con la que ha tenido el sueño» (16). El acto de dormir. A explorar esto (desde el punto de vista histórico, simbólico, literario, cultural y social) se ha dedicado David Jiménez Torres en los últimos meses. El resultado es este pequeño ensayo que ha obtenido el primer premio de no ficción que convoca Libros del Asteroide. Se trata de un texto que aborda el mal dormir desde diversos ángulos. Deja claro, de entrada, que el fenómeno que analiza «no es un insomnio extremo» (17), sino ese desvelo a veces cotidiano, a menudo crónico, que siente/sufren/padecen tantísimas personas. Estar tumbado en la cama y comprobar que es imposible conciliar el sueño. Esa vigilia se llena de angustias, miedos, recuerdos y proyecciones hacia el futuro. Hay una imagen muy conseguida en la p. 37, cuando esas palabras e imágenes que nos abordan cuando no podemos dormir se equiparan con fuegos artificiales. «Un pensamiento asciende, estalla y se desvanece». Y luego otro y otro. Y junto a esto, otro elemento básico, «una conciencia particular del tiempo». Es importante también el insufrible peso del reloj. Darse cuenta de que «se está tardando» en conciliar el sueño. Y de que «hasta el problema más nimio adquiere una dimensión trágica» (57) Y que eso tendrá consecuencias al día siguiente. El ensayo sirve para reflexionar sobre el valor que le damos al sueño, el concepto de vigilia, las tensiones del presente. Pero también se pregunta, con razón, si este mal dormir es fruto de la sociedad actual (pantallas, horarios endiablados) o es un mal histórico (miedos y angustias hubo siempre y antes, además, peores condiciones para descansar: malas camas, malos olores, habitaciones con toda la familia en ellas). Y todo ello, trufado con pasajes literarios sobre el sueño, del Lazarillo a Shakespeare.
'Cocido y violonchelo', Mercedes Cebrián, Literatura Random House
«Adjetivar es demasiado fácil, de ahí que denigrar también lo sea» (129)
Mercedes Cebrián estudió música y piano de joven. Iba con sus padres al Teatro Real. La música clásica fue parte de su educación. Pero siempre tuvo clavada una espina: no tocar un instrumento de cuerda que le permitiera formar parte de una orquesta. Por eso, cumplidos ya los 45, decide dejar a un lado toda pereza y excusa para aprender a tocar el violonchelo. Este libro es un relato de esa afición/pasión tardía, un retablo de impresiones/artículos sobre esa iniciación. Tal vez el libro interese más a quien toque (aquí se habla de la importancia del verbo tocar frente al play inglés) un instrumento. Habrá quien no encuentre interés en lo que cuenta. Pero te lleva en volandas. El humor ayuda. No es un manual de cómo aprender a tocar un instrumento cuando se es adulto, sino un relato sobre el aprendizaje. Sobre el empeño, el tiempo, la dedicación que hay que ponerle a una tarea. «Obtener algo de buena calidad requiere meticulosidad y esmero» (97). Lo mismo vale para tocar un instrumento que para preparar un cocido. No sé, dice la autora, «qué es lo moderno ni qué lo rancio ni qué la tradición. Pero sí sé qué es lo artesanal: fabricar violonchelos y poner a hervir durante horas en una cacerola enorme este cocido» (183). De esto, pero también del valor de la música, habla este libro. Sobre el papel que tiene frente al horror (73), sobre cómo el hilo musical puede invadir los momentos más placenteros (150). Hay ideas sobre el valor de la improvisación (en la música y en la vida, 77), sobre la educación musical (por qué está mejor visto el deporte que el instrumento de música clásica), sobre ese esfuerzo físico y mental que requiere aprender... Y una idea: la orografía de las partituras (58). O sea, cómo hay obras que son cómodas como pasear como por suelo plano, y otras que tienen lomas, cerros costosos, cordilleras que cuesta ascender pero que, una vez conseguida la cima, ofrecen una vista maravillosa. Suena bien.
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